Contemplo en la posible vuelta de la derechona al poder en España y me asustan las medidas reaccionarias y antisociales que podría poner en marcha.
Políticas a la carta del gran capital, banca, corporaciones financieras, multinacionales, y a costa de los trabajadores, que sufrirán el mayor paro de la historia y una pérdida de derechos sociales y laborales como nunca antes. Pienso en que la crisis se cebará sobre los más débiles, pensionistas, jóvenes, mujeres, emigrantes.
Pienso en la posible entrega a los banqueros del régimen de instituciones de crédito social como las cajas de ahorro con la excusa de la falta de competitividad.
Pienso en la regresión fiscal con subidas indiscriminadas del IVA y el IRTP, mientras se rebaja aún más la contribución de los beneficios empresariales y se mantienen intocables las SICAVs y los paraísos fiscales.
Pienso en el brutal encarecimiento del precio de la vivienda convirtiendo su disfrute en el empeño de toda una vida de trabajo, cuando promotoras y banca acaparan un parque de millones de viviendas vacías.
Pienso en un Gobierno y en una mayoría parlamentaria que legisla sangre, sudor y lágrimas para los de abajo desde la soberbia de sus privilegios de casta.
Pienso en la derogación de leyes de protección medioambiental por la presión de los lobbies del ladrillo y la corrupción que generará en la política local ahondando su descrédito para alegría de los inmovilistas.
Pienso en la degradación de los servicios públicos, como sanidad y educación, sometidos al cálculo de la rentabilidad económica directa sin reparar en sus beneficios sociales.
Pienso en los parados, los jubilados y las viudas que verán empeorar su situación ante la cometida neoliberal que considera esas legítimas prestaciones como un lastre para el mercado.
Pienso en la destrucción del comercio de barrio y la pequeña y mediana empresa, un tejido productivo del que viven millones de familias modestas, por la retirada de apoyo financiero de las entidades bancarias y el abuso de posición dominante de las grandes superficies.
Pienso en que ya no habrá posibilidad de reformar la ley electoral que castiga a la izquierda alternativa haciendo que necesite siete veces más votos por escaño que los partidos mayoritarios.
Pienso en que se aparcará sine die la ley de libertad religiosa potenciando aún más la fuerza de la iglesia católica como un poder del Estado, mientras crece su influencia en educación y se conservan los crucifijos y otros signos externos en colegios, funerales de Estado y jura de ministros.
Pienso en que no le temblara la mano a la hora de destinar dinero público para sanear los negocios especulativos de los poderosos, aunque eso signifique endeudar a las generaciones futuras.
Pienso en la liquidación del principio de justicia universal para no molestar a Estados canallas. Pienso en cómo se plegará a la política xenófoba de hechos consumados en la Unión Europea contra los gitanos y la “mendicidad agresiva”.
Pienso en el abandono definitivo del pueblo saharaui a manos del déspota marroquí.
Pienso en la institucionalización de una opinión pública clonada por la opinión publicada en unos medios de comunicación enfeudados al sistema.
Pienso en el riesgo de que pasemos del honroso “No a la guerra” a bendecir la intervención militar en Afganistán bajo el mismo mandato criminal que devastó Irak.
Pienso que abrirá las exclusas para facilitar un proceso de liquidación de la incipiente participación democrática a favor de una democracia de karaoke y de obediencia debida. Y pienso, en fin, que encima argumentarán que lo hacen por nuestro bien.
Pienso en todo eso y tengo la esperanza de que las movilizaciones en la calle frenen ese proceso reaccionario y antisocial y que lo que temo no pase de ser un mal sueño.
Pero cuando pienso bien lo que pienso me doy cuenta que todo ello lo ha hecho ya el gobierno socialista sin que nadie lo haya impedido.
Y entonces lo único que pienso es que nunca más me van a chantajear con que si no les voto viene la derecha y entonces será peor. Adiós a todo eso.
Rafael Cid