El internacionalismo, el antimilitarismo y el compromiso con la paz son valores perennes del anarquismo. Y las excepciones habidas a lo largo de su historia, caso disputa entre aliadófilos (Grave, Malato y Kropotkin) y pacifistas (Sebastián Faure, entre otros) durante la Primera Guerra Mundial no hacen más que confirmar esa regla. De ahí la ineludible obligación ética de pronunciarse sin paliativos contra la invasión militar de Gaza y denunciar la barbarie practicada por el Estado de Israel.

El internacionalismo, el antimilitarismo y el compromiso con la paz son valores perennes del anarquismo. Y las excepciones habidas a lo largo de su historia, caso disputa entre aliadófilos (Grave, Malato y Kropotkin) y pacifistas (Sebastián Faure, entre otros) durante la Primera Guerra Mundial no hacen más que confirmar esa regla. De ahí la ineludible obligación ética de pronunciarse sin paliativos contra la invasión militar de Gaza y denunciar la barbarie practicada por el Estado de Israel.

Sin embargo, esta postura podría interpretarse como partidista desde la sensibilidad de quienes justifican las medidas del ejército judío como un acto de legítima defensa. Según esta percepción, las hostilidades fueron desencadenadas por los islamistas palestinos tras la ruptura unilateral de la tregua. Pero dejemos en el alero si fueron los hombres de Hamas quienes el 19 de diciembre comenzaron la agresión lanzando cohetes Katyusha contra el territorio vecino, o si, como opinan otros observadores, el conflicto estalló provocado por el ametrallamiento de cuatro milicianos por soldados israelíes a primeros del pasado noviembre. Aparquemos también la controversia sobre si el bloqueo impuesto por Israel sobre la población de Gaza pretende su asfixia económica y vital o, por el contrario, es una acción preventiva para acabar con el contrabando terrorista.

Lo que no ofrece ninguna duda es que los bombardeos sobre una ciudad abierta como Gaza son actos de terrorismo de Estado y que no hay posible réplica por la aviación del gobierno legal de Hamas porque tal no existe. La prueba es que las víctimas civiles en Gaza se cuentan por centenares, que no se han respetado ni escuelas, ni hospitales, ni mezquitas, y que los numerosos niños muertos por la ofensiva bélica de Israel no pueden considerarse de objetivos militares. Salvo que se convenga en la necesidad de aplicar un gran sufrimiento a los palestinos para que renuncien a sus pretensiones políticas.

Eso es más o menos lo que sostienen halcones y palomas en Israel. Lo insinuaba tangencialmente el escritor izquierdista Abraham B. Yehoshúa en una entrevista reciente : “La gente habla de David y Goliat, pero hay que darse cuenta de que la capacidad de sufrimiento de los palestinos es mucho mayor y eso les hace más fuertes. Por eso nuestra respuesta tiene que ser mayor (…) Una respuestas moderada no les impresionaría”. Y casi lo mismo proponía tiempo atrás el duro Ariel Sharon : “Los palestinos deben sufrir más hasta que sepan que no obtendrán nada mediante el terrorismo”.
El sino del patriotismo parece cifrarse en aparecer como terrorista cuando la violencia se emplea en la fase de proyecto insurgente y en ostentar la legitimación del uso de la fuerza al alcanzar el rango de Estado soberano. El Estado de Israel nació aupado por un grupo terrorista, el Irgun ; alcanzó justa nombradía democrática y ahora recobra el carisma del fanatismo combatiente para afirmar la seguridad en sus fronteras. Es un Estado preso de la lógica militar, su cadena de mando, incluso cuando el objetivo es directamente político. La invasión de Gaza, bajo el pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva en poder de Hamas, se programó como precampaña electoral cara a las elecciones del 10 de febrero en Tel Aviv. Un plan de ataque urgido por el apoyo cerrado del presidente saliente de Estados Unidos, George Bush, y la complicidad silente, del entrante Barack Obama.

“Socializar el sufrimiento” era la denominación de la estrategia adoptada por ETA para forzar al Estado español a la negociación.


Fuente: Rafael Cid