(A los acampados insumisos, los activistas del 15-M y las gentes de Democracia Real YA, que han tomado las calles y despertado conciencias).(*) 

En realidad de lo que va a tratar esta reflexión es de la revolución, de la revolución sin adjetivos, de la verdadera revolución, no de esos golpes de Estado teóricamente “revolucionarios” que sólo trasponen al inquilino o el casero y las formas (externas) del sistema, y dejan todo lo demás intacto.

Hablaré,
es mi intención, de la revolución transformadora, inclusiva,
sostenible, pacífica, popular y profundamente democrática que
modifica las estructuras materiales, mentales y morales para dejar en
manos de hombres y mujeres la autogestión integral de sus propias
vidas.

Hablaré,
es mi intención, de la revolución transformadora, inclusiva,
sostenible, pacífica, popular y profundamente democrática que
modifica las estructuras materiales, mentales y morales para dejar en
manos de hombres y mujeres la autogestión integral de sus propias
vidas. Sin Dios ni Amo, es decir, sin recompensas en el más allá ni
resignación en el muy acá: hablo de la Alternativa Libertaria que
significa Vivir la Utopía.

O
sea
, de
una revolución constructiva, que no emplea más dinamita que la
“dinamita cerebral”, porque exige previamente un radical cambio
de conciencia hasta “llevar un mundo nuevo en nuestros corazones”.
De una revolución que en sí misma es evolución y de una evolución
que a su vez es revolucionaria, sin solución de continuidad.

Les
invito, pues, a ese viaje a Ítaca que al menos una vez en la vida
toda persona debe intentar realizar para legar algo positivo a los
que le sucedan, testimoniar a quienes le precedieron en dignidad y
dejar el planeta mejor de como lo encontró.

Capitalismo
de Estado y Socialismo de Estado, las dos ideologías dominantes (y
en su momento casi hegemónicas), que prometían un mundo mejor, han
demostrado ser distopias, que es la manera un poco cursi y académica
de calificar a esas funestas realidades, ajenas a cualquier proyecto
realmente civilizatorio, -más allá del mecánico y desigual
progreso material depredador con que se justifica la barbarie
dominante- que se han impuesto como lo realmente existente,
conformando bajo ese patrón una suerte de pensamiento único que
supone en la práctica una invisible y alienante camisa de fuerza.

De
ahí que ambos modelos -de dominación y explotación- hayan
terminado confluyendo –lo que mal empieza suele acabar peor porque
se retroalimenta- en una síntesis espuria, combinando lo peor del
capitalismo y lo siniestro de la dictadura, en contra de los
presupuestos y escaramuzas teóricas que predicaban, por ejemplo, en
ese Estado Ballena totalitario y ultra-capitalista que es la China
comunista actual.

Y
aunque el problema viene de lejos, inflama a finales del pasado siglo
XX con sendas crisis que implosionan en los centros neurálgicos de
las dos superpotencias dominantes desde la Segunda Guerra Mundial.
En el periodo 1989-1990 el Bloque del Este, como por arte de magia,
es el primero en suicidarse, y entre 2008 y 2011 el Bloque del Oeste
inicia su caída en plomada, proyectando así el ocaso –que no el
fin- del sistema productivo y estatal hegemónico. Ocaso y no óbito,
porque aunque la fórmula ha quedado deslegitimada y desenmascarada
socialmente, aún intenta recobrarse vampirizando a la ciudadanía en
un suerte de respiración asistida, cuya duración dependerá de
hasta qué punto la víctima (nosotros) tolere la manumisión.

De
esta forma, y grosso modo, podríamos aventurar que en el siglo XXI
lo único que queda como proyecto realmente civilizatorio y humanista
es la Alternativa Libertaria, ninguneada hasta ahora como una
fantasía infantil, precisamente por los que hoy con toda rotundidad
y alevosía protagonizan el holocausto social en marcha.

Pero
esta Alternativa Libertaria no va a tener las cosas fáciles. Debe
enfrentarse con una tradición pervertida que ha hecho de lo
artificial y hostil lo real, y viceversa, de lo natural y humanista
lo virtual. Sobre todo colonizándonos mediante una neo-lengua que
interpreta y codifica lo sencillo como irreal, y lo que por el
contrario sólo es una prótesis histórica –y por tanto
contingente- como normal y racional. De ahí que los valores de la
Alternativa Libertaria vengan catalogados con términos que en el
imaginario popular suele asociarse a algo negativo e imposible, como
utopía (no lugar), anarquía (no gobierno), decrecimiento (no
crecimiento), abstención (no participación).

La
eficaz y contundente babelización que practica el sistema, al drenar
los mensajes positivos para dominarnos (la palabra neo-liberalismo,
por ejemplo, pervertida de su noble raíz liberal) nos ha dejado el
“no” residual como divisa contestaría y antisistema. Una
limitación coherente, ya que de hecho toda ruptura comienza por una
negación que afirma la dignidad del resistente. Por eso decimos que
la primera y más profunda revolución es la mental, la de las ideas,
los conceptos. Esos códigos con los que nos abrimos al mundo
circundante para entenderlo y, llegado el caso, transformarlo.
Lógicamente, como los dioses en las tragedias griegas, el sistema lo
primero que hace para vencernos es tratar de confundirnos y hacer
pasar por lógico su status caníbal descalificando al adversario con
toda la potencia de fuego –fuego amigo siempre- que da el poder
constituido y todos sus agentes, púlpitos y sicofantes. Pongan
ustedes a esto los epítetos que deseen: utópicos, terroristas,
subversivos, talibanes, etc., etc., etc.

Pero
los hechos no mienten, están ahí, a la luz del día: sus
maravillosos proyectos lo único que nos han dejado son salvajes y
embrutecedoras realidades, distopías (un concepto que acuñó John
Stuart Mill, intelectual nada sospechoso de extravagancia), en la
línea de lo pronosticado como ciencia ficción – no había otra
forma de expresarse ante el bloqueo del sistema – por muchos
pensadores y “visionarios”: el
1984
de Orwell,
Un
mundo feliz

de Huxley,
Farenheit
451

de Bradbury,
Utopía
de Tomas Moro… cada siglo tuvo su cosecha de esperanza en un mundo
mejor.

El
decrecimiento, por ejemplo, teoría anti-acumulacionista de la
economía, es la utopía del momento a batir por el statu quo (ergo
Estado y Capital). Por eso lo atacan por tierra, mar y aire.
Infantil, carente de base, inaplicable en las sociedades complejas,
primitiva, etc., etc., etc., son los calificativos que le adjudican
nuestros gurús de cabecera. Incluso – y esto es curioso- se le
combate por parte de la izquierda nostálgica del intervencionismo,
el productivismo y la planificación centralizada, que hoy se viste
de neo-keynesianismo. Aunque, mirado en retrospectiva y sin querer
sacar conclusiones de saga, de casta le viene al galgo. Estas
críticas desde el propio bando –”fuego amigo”, a su manera-
proceden de algunos herederos de aquellos que calificaron de
socialismo utópico a la pionera Alternativa Libertaria. Olvidan que
el propio Max Weber afirmó que “el hombre no hubiera logrado lo
posible si no hubiera intentado una y otra vez lo imposible”.

Una
característica común a todas estas distopías que hemos
metabolizado como lo único racionalmente posible es la presencia
como factótum del Estado, esa especie de ogro filantrópico –lo
dijo el poeta mexicano Octavio Paz de PRI- inventado por el
poder-dominación (ojo, no el poder-gestión, porque para vivir en
sociedad se necesita organización) para controlarnos y someternos
como argumentó Proudhon en su momento. El Estado tiene tan buena
prensa, a diestra y siniestra, que aparece como el deseable e
irremplazable cemento social. El Estado, “esa pesadilla
sofocante”, según Marx. La “estatocracia” definida por
Cornelius Castoriadis que engloba tanto al sistema de dominación de
capitalismo de Estado como al de socialismo de Estado.

Existe
un Dios Estado (Bakunin los emparejó). Se ha hecho un auténtico
fetichismo del Estado. Igual que se ha hecho un fetiche de la
mercancía y del dinero, trascendiendo su valor en sí. Pero hoy, por
primera vez en mucho tiempo, ese mito se está cuarteando (tiene
metástasis, padece una crisis sistémica), está deslegitimándose,
y una sociedad liberada y autogestionada puede –si quiere- ocupar
el lugar de este artefacto mitificado y momificado. Basta con
denunciarle como agente eficiente del parasitismo. Y ligarlo a otra
superstición igualmente ecocida y fraudulenta, la del mercado
autorregulado.

Pero
todo esto no sale gratis, exige compromiso. Precisa no sólo teoría
y voluntad de cambio: hay que vivir la utopía. Requiere practicar en
la vida diaria, individual y colectivamente, esos ideales que
reivindicamos. Al margen de estructuras coactivas, estatales,
supraestatales o paraestatales. Hay que tomar conciencia y actuar en
consecuencia. Y luego decir “adiós a todo eso”, ahí te quedas.

Hay
esperanza. No empezamos de cero. Ese mundo nuevo lo llevaban dentro y
vivieron la utopía quienes nos precedieron en las colectividades o
en la Comuna de París de 1871. O por no dejar todo en los legajos
de la historia pasada, se refleja en la actualidad en los balbuceos
revolucionarios que viven los pueblos de Túnez, Egipto e Islandia en
sus democráticas, radicales y pacíficas revoluciones. Por no hablar
del proceso abierto por los insurgentes del 15-M y su rebeldía
centrifugada. Sueños, utopías, todos ellos basados en la autonomía
social, el derecho a la autodeterminación y la libertad de elegir.

Y
aquí radica otra de las claves de la Alternativa Libertaria: el
necesario autodidactismo, no excluyente de otras formas de
conocimiento y experimentación de la realidad. La mayéutica. En una
palabra muy libertaria: la acción directa. La salmodia de la
representación, que es el camino de la acción política reglada y
convencional, si no incluye revocación, si se consolida como simple
delegación, equivale a una suplantación de la personalidad
(individual y colectiva), una usurpación que legitima la propia
víctima.

Porque
no es cierto que no haya alternativa como pretende el modelo
neoliberal rampante. TINA (There is alternative), pontificó
mentirosamente Margaret Thatcher. Su tramposa y fingida democracia no
supone el “fin de la historia”, como la brutal realidad de la
actual crisis se ha encargado de demostrar.

Pero,
ojo a los cantos de sirena. No son todos los que están ni están
todos los que son. La socialdemocracia nostálgica de “
Algo
Va Mal”

a lo Tony Judt, también es cómplice. Sus dos referentes clásicos
han sido piezas esenciales del drama, y por tanto están
inhabilitados para la rectificación integral que se precisa. Cito,
de un lado, a la socialdemocracia de la tercera vía,

que
es la de la Guerra de Irak y las armas de destrucción masiva. Y del
otro, a la socialdemocracia, versión neoliberal Clinton-Zapatero,
que representa la crisis de las subprime, la burbuja hipotecaria, las
contrarreformas que piden los mercados, la pérdida de soberanía
nacional, la “guerra legal” Libia y el desastre de Fukushima como
episodio terminal del capitalismo nuclear. Las bajas que, en el
terreno de la representación soberana, ha dejado esta política de
pensamiento único antihumanista en el campo de batalla tienen
nombre. Se llaman ocaso de la voluntad general y reificación de la
opinión pública como eco de la opinión publicada.

Estamos
en el reino de los grandes sucedáneos políticos. El original por la
copia. Copia certificada, para hacerlo más cinematográfico. Se
gobierna a golpe de encuestas y sondeos, demoscopia frente a
democracia. Cuando les conviene, claro. Ahí quedan para la historia
de la infamia esos referendos en Holanda y Francia sobre la
Constitución Europea adversos al poder, y otras consultas no
escuchadas contra la demolición “legal” del Estado de
Bienestar.

Lo
que pasa es que hasta ahora esas poderosas armas de manipulación
masiva se han afirmado en una política pendular. Y salvo
excepciones, al final se solía regresar siempre al punto de partida,
al todo por la patria y al pragmatismo huero del más vale malo
conocido.

Porque
si la desigualdad material es inhibitoria, la que discrimina y
clasifica a las personas entre líderes (o famosos) y gente normal
(de la calle, los que crean riqueza con su trabajo, el pueblo llano)
supone una mutación. Y ellos lo saben, porque encabezan elecciones
con eslóganes golosina como “el presidente de la gente común”.
El gran William Morris lo proclamó: “El deseo de crear cosas
bellas es consustancial a todos los seres humanos y no sólo de una
élite de artistas”. La Grecia de Pericles, con todas sus
limitaciones, fue un precioso precedente. El trabajo como goce
estético en una sociedad humanista.

Luchar
contra esta mutación significa dar la espalda a sus manifestaciones
más groseras y aislar socialmente a sus protagonistas. Por ejemplo,
a esos “héroes” de los deportes que nos sonríen desde la
publicidad de un banco-usurero para que sigamos picando el anzuelo:
los Gasol, los Alonso, los Nadal, etc., etc., etc. Hay uno, en este
caso veterano periodista, antiguo jefe de prensa de la Guardia de
Franco, que nos incita para poner nuestro dinero en uno de los bancos
que al parecer está técnicamente quebrado.

Esa
laminación social, que denigra y empobrece la sociabilidad desde la
infancia al introducir valores excluyentes en las mentes más
inocentes, es un acto cierto de violencia institucional, de
terrorismo de Estado. Ese “destacar” que tanto se ambiciona como
meta social y que se promociona desde púlpitos y tribunas como
desiderátum, tener éxito, triunfar, significa, en última
instancia, ser un privilegiado, “dejar atrás a los demás”,
“despreciarlos”, “ser superior”. En resumen, es una bárbara
llamada a conformar una comunidad de mandos y mandados, de dominantes
y dominados, de explotadores y explotados, de poseedores y
desposeídos. Entraña en suma un proceso de “jibarización moral”.

No
obstante su aparente fatalidad esta incuria supone un proceso que se
puede encarar y superar. No es inevitable. No es una catástrofe
natural. El artista Santiago Sierra es el flamante paradigma de esta
gozosa ruptura al negarse a “destacar” y de paso legitimar al
Estado cleptómano y criminal aceptando el Premio Nacional de Artes
plásticas 2011.

No
estamos inventando nada que no estuviera ya experimentado. Los
griegos tenían una palabra para indicar el proceso que incuba la
crisis: “hibrys”, que equivale a desmesura violenta de los
poderosos. Por eso, lo contrario de la “hibrys”, el
de-crecimiento, parece una actitud responsable para decir basta y se
acabó. Una rectificación que debe dar respuesta a las necesidades
más inmediatas siempre desde la perspectiva de “vivir la utopía”,
que significa compartir frente a competir y decir “no” al
elitismo, decir “no” a la privatización y a mercantilización
del espacio público por el espacio publicitario.

Desde
el punto de vista de la Alternativa Libertaria estamos hablando de
aplicar un anarquismo sin fulanismos, abierto a todos los
antiautoritarios. Alguien puede argumentar, no sin cierta razón, que
los tiempos que corren no parecen los más propicios para estas
aventuras. Pero la historia también ofrece muestras de lo contrario.
Es posible hacer de la adversidad virtud. La revolución dentro de la
guerra civil española es un ejemplo sin par. Hay que tener en cuenta
que la democracia griega surge del discurso de Pericles en la
derrota de la Segunda Guerra del Peloponeso. Si se recupera la
auténtica política (polis), la que mana de la alfaguara popular,
quiebra civilizatoria y oportunidad pueden abrazarse secuencialmente.

Eso
lo intuyeron algunos sabios que nos precedieron, que con sus
consejos dejaron pistas en dirección de la ruptura y de su
posibilidad y oportunidad. El Gandhi de “vive como piensas si no
quieres pensar como vives”. El Azaña que situó en el realismo el
proyecto emancipatorio al advertir que “la libertad no hace felices
a los hombres, sencillamente los hace hombres”. El Saramago
ejemplificante de “para cambiar la vida hay que cambiar de vida”
(Saramago). Y el gran Miguel Torga de «la única manera de ser
libre ante el poder es tener la dignidad de no servirlo”. Porque,
como afirma Tolstoi en las primera línea de su novela
Ana
Karenina
,
“todas las familias felices lo son de la misma manera, cada familia
infeliz es infeliz a su modo”. No lo olvidemos. Nosotros estamos
abajo, humillados y ofendidos.

Es
preciso acabar con el fatalismo, el pesimismo vital y la macilenta
resignación, y cargar las pilas de la autoestima en solidaridad con
el prójimo. Sólo cuando el Estado declina, se agosta, aparecen los
valores solidarios y humanistas. Ese es el verdadero miedo al vacío
de poder

que
pregonan desde el statu quo.

No
nos quedamos desamparados.

Todo
lo contrario. El filósofo japonés Kojin Karatani lo ha analizado
con infrecuente lucidez al socaire de la actualidad: “se cree
comúnmente que cuando se disipa el orden surge un Estado hobbesiano
de naturaleza en el que los humanos se comportan como lobos con otros
humanos. Lo cierto es, sin embargo, que las mismas gentes que se
miran con mutuo temor bajo un orden social creado por el Estado
forman comunidades de ayuda mutua en medio del caos engendrado por el
desastre, un tipo de orden que difiere visiblemente del que se abajo
el Estado”. Perdamos el miedo a la libertad y descubriremos
potencialidades que no podíamos ni imaginar.

La
Alternativa Libertaria no es un no lugar. Está en la raíz del
verdadero derecho, de-re-cho, lo recto, entendido como lo avanzó el
filósofo del derecho Ihering cuando, en sendas formulaciones de
principios, afirmó que “la ley suprema de la historia es la
comunidad” y que “el derecho es un organismo objetivo de la
libertad humana”. Hablar de Estado democrático es una
contradicción en sus términos. No existe tal. Hay que elegir: o
Estado o democracia. La verdadera democracia, ese espacio político
que favorece la plena realización de la individualidad en la
colectividad, sin coacciones ni violencias estructurales, es la
Demo-Acracia, porque cuando todos gobiernan (democracia) nadie manda
(anarquía).

(*)
Este texto está basado en una charla-debate con el mismo título
realizada en la Casa de Cultura de Vitoria una semana antes del 15-M.