No sé si se conocen, pero con su veterana lucidez el tándem Ibáñez-Lorenzo ha dado a los actos del Centenario del Anarcosindicalismo programado por CGT el fuste intelectual sin el cual las jornadas celebradas en Madrid, Zaragoza, Valencia, Málaga y Barcelona habrían sido unilateralmente un hermoso y sentido homenaje a las ideas y a los hombres y mujeres que las encarnaron.
Sin el menor asomo de demérito para otras importantes intervenciones, que fueron muchas y muy dignas a lo largo de estos últimos 12 meses en los 5 escenarios que balizaron los encuentros, las ponencias del filósofo Tomás Ibáñez y del historiador Cesar M. Lorenzo sirvieron para aportar al pensamiento libertario la munición intelectual que el anarcosindicalismo percutente precisaba para mirar de frente al siglo XXI, bendita dinamita cerebral.
Primero fue Cesar M. Lorenzo, discípulo de Pierre Villar e hijo del último secretario general de la CNT durante la guerra civil Horacio Martínez Prieto, quien vino desde el exilio francés para exponer su visión sobre lo que ha sido, es y puede ser la larga marcha del anarcosindicalismo español. Y lo hizo de forma crítica y argumentada, en la mejor tradición de las ideas, en el acto inaugural del Centenario que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid a primeros de enero del año que finaliza. Con emoción apenas contenida (“es la primera vez que hablo en castellano ante el público”), el autor de Los anarquistas españoles y el poder y del monumental Le mouvement anarchiste en Espagna, aún sin editar aquí, dio un agudo repaso a esos cien años de luchas, avances sociales, fracasos y sentidas derrotas que han conformado el corpus vital de nuestro anarcosindicalismo.
Con dos referencias básicas. Una, resaltar que en el movimiento libertario, desde sus inicios más allá de la fundación de la CNT en 1910, han convivido dos almas, la anarquista y la sindicalista. Dos mundos, dos formas de entender la vida, que hermanados escribieron las páginas más nobles del imaginario libertario, pero que también sirvieron de yunque para la controversia y la disputa en coyunturas históricas. La segunda fue una reflexión sobre la extrema dificultad de una praxis libertaria que tenga eco social y permita que el compromiso antiautoritario progrese más allá de sus propios cenáculos, sin un profundo replanteamiento de algunos principios y tácticas. Sobre todo, según esbozó Lorenzo, porque el cambio cultural y material operado en la estructura de las sociedades actuales ha hecho de la opción política el interlocutor cívico que monopoliza la retórica de la transformación democrática.
Por su parte el filósofo Tomás Ibáñez, no le fue a la zaga. Libertario de largo aliento, sesentayochista de primera hornada, el autor de Municiones para disidentes, Contra la dominación y ¿Por qué A ?, entre casi una docena de títulos, desgranó una memorable disertación en la jornada que ofició de clausura del Centenario en el Museo del Mar de Barcelona el 17 de diciembre. “Hibridación” y “mestizaje” fueron las dos constantes sobre las que discurrió la sagaz rememoración de Ibáñez, piezas maestras de la “epopeya proletaria”, “una historia que se mantiene viva” y a la que estamos “comprometidos a dar continuidad”. Porque para el co-creador del símbolo ácrata que ha dado la vuelta al mundo (la A dentro de un círculo), el potencial del anarquismo se sustenta en su carácter abierto y no doctrinario, en la pléyade de “anarquismos” y “anarquías” que configuran la constelación libertaria, puesto que es en el seno de esa “heterogeneidad constitutiva”, de “pensamiento y acción”, “de reflexión y de lucha”, donde reside el reto de “trasladar al presente aquello que dignificó el pasado”.
Pero esa fuerza de convicción en los valores libertarios no puede solapar nunca, en el criterio de Ibáñez, la necesidad de su oportuna reformulación. “Nuevas ataduras materiales y mentales construidas por la sociedad del consumo, y de la comunicación, la penetración de la lógica del mercado en todos los entresijos de la vida, la fragmentación y dispersión de las unidades de producción, la enorme heterogeneidad de las situaciones laborales, la precarización de las existencias laborales y de la existencia misma, los dispositivos de individualización que rompen el sentido de lo común y la idea de lo colectivo (…) y la instrumentalización por parte de la nueva organización del trabajo y de los nuevos dispositivos de gobernanza de nuestra propia capacidad de iniciativa y del ejercicio de la libertad (…) como tecnología de explotación y de gobierno”, impulsan la exigencia de una refundación adaptativa que promueva y fecunde nuevas “subjetividades insumisas”.
Todo ello bajo una misma centralidad, el adn del insobornable mestizaje anarcosindicalista que se origina en la vorágine social. “Y es que las luchas, siempre, siempre, nacen desde dentro de las formas concretas de la explotación y de la dominación. La resistencia y la subversión inventan sus planteamientos y sus instrumentos como respuestas antagónicas a esas formas concretas de dominación y se hacen en el transcurso mismo de las luchas contra ellas”, afirmó Tomás Ibáñez como colofón de las jornadas. Una reflexión, alfa y omega, que sin duda empatiza con el concepto de “anarquismo de tercera generación” o “de base múltiple” sostenido por Cesar M. Lorenzo, el primer conferenciante en analizar la trayectoria del anarcosindicalismo en los actos del Centenario. Dos sensibilidades libertarias bajo el signo bifronte de la evaluación y la evolución, que como el poema de Gabriel Celaya cantado por el Paco Ibáñez, otro festivo colaborador de las jornadas, están preñadas de futuro.
(Nota. Por cierto, la espléndida cobertura ofrecida por las distintas exposiciones histórico-iconográficas, cabalmente coordinadas por Rafael Maestre y Cristina Escrivá, ha sido un factor determinante del éxito coral de los encuentros del Centenario).
Rafael Cid