Si no fuera porque tanto lo bendicen, diríamos que asistimos a un entierro de primera para un engendro de tercera. La última remodelación del gobierno, unánimemente facturada por todos los medios como un golpe de audacia de Zapatero, puede ser en realidad su canto de cisne. Basta leer la cobertura de El País, despliegue en portada a 5 columnas con el título Zapatero coloca a Rubalcaba al frente del rescate del proyecto socialista, para entender la trágica dimensión del suceso.
Rubalcaba, el presidente bis, a decir del “periódico global en español”, es el nominado por la nomenklatura y la vieja guardia de Ferraz para intentar fletar un “Arca de Noé” que les ponga a salvo del diluvio que viene. Y el resto de los nombramientos sólo son un desiderátum, calderilla y mofa, que oficiarán de compañeros de pasaje es una travesía que puede ser el último viaje para el actual timonel.
González, Solana, Almunia y otros notables más o menos confesables, se han conjurado para poner límites al desastre que se avecinaba con las continuas ocurrencias de un Rodríguez Zapatero que llegó a creerse sus propias mentiras. Sobre todo una y principal : que por estar en La Moncloa podía comprometer el futuro de la familia socialista mandándola durante décadas a la oposición. Algo que ellos, tras haber probado esa medicina a manos de Aznar en 1996, no estaban dispuestos a consistir bajo ningún precio. De ahí que el hombre elegido para la operación “evasión o victoria” haya sido el mismo Rubalcaba que gestionó el 11-M en clave de revival socialista. Las embestidas del presidente de la Comunidad de Castilla La Mancha, José María Barreda, cuestionando el liderazgo de Zapatero, secundadas por su homólogo en Andalucía, José Antonio Griñan, fueron como los relámpagos que preceden a la tormenta.
Dejaron hacer en lo referente a las contrarreformas laboral y social (de hecho ellos fueron quienes torcieron la voluntad de Zapatero en ese capítulo). Consintieron en el fallido asalto a la Federación Socialista Madrileña (FSM), que dejó cuarteada la imagen de marca del partido en la Comunidad haciendo ver que todas sus fuerzas quedaban reducidas a 18.000 militantes en un área de más de 5 millones de habitantes. Pero cuando el jefe del Ejecutivo realizó su último movimiento autónomo, capitulando a título personal ante el PNV donde históricamente el partido se había blindado ante los nacionalistas (Arzallus ha reconocido que él obtuvo más concesiones de José María Aznar que a Felipe González), se encendieron todas las alarmas. Desde aquella inconstitucional LOAPA, fraguada a rebufo del 23-F, nunca el PSOE había estado tan expuesto. Las famosas líneas rojas.
Alea jacta. No iba más. El sanedrín, el Grupo Prisa y hasta el banquero del régimen (Botín se permitió mandar un aviso a Moncloa al afirmar públicamente que Rodrigo Rato había sido el mejor ministro de Hacienda de la democracia), advertido de que el pacto con el PNV incluía la cesión de la inspección bancaria a Euskadi, pusieron manos a la obra y obligaron a una remodelación que pivotara sobre el presidente bis sólo 48 después de que el presidente fáctico dijera que el corta y pega sólo afectaría al ministro de Trabajo Celestino Corbacho. El resto de la movida pertenece al paquete discrecional del propio Zapatero, ahora, y hasta que deshoje la margarita de su candidaturas para el 2012, en libertad vigilada.
Y ese resto complementario que retóricamente justifica el íntegro de la remodelación gubernamental (por cierto, exclusiva adelantada con desprecio para el Parlamento en pleno debate sobre los Presupuestos Generales del Estado) tiene dos niveles. Uno primero, de carácter estratégico, en el que habría que incluir como tema prioritario el de los contactos secretos y discretos con ETA y las izquierda abertzale, para intentar ofrecer su “adiós a las armas” como un órdago electoral (Zapatero está convencido de que tiene que actuar con la misma resolución con que en su día lo hizo Adolfo Suarez para legalizar al PCE). En este sentido es clave la figura de Ramón Jáuregui, pata negra del PSOE, cantera UGT vasca, cuyo brusco abandono del puesto de viceportavoz del Grupo Parlamentario Socialista para ocupar un puesto en la eurocámara cabría analizar como un medio para ungirle como alto comisionado para “darse la paz” con los emisarios de la organización armada en tierra de nadie.
El otro punto de ese primer nivel afecta al nuevo ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, al que se encargaría la difícil misión de tender puentes con UGT y CCOO para desdramatizar los desencuentros y volver al diálogo social aprovechando la defenestración del presidente de la CEOE Gerardo Díaz Ferrán (motu propio, porque las centrales sindicales nunca cuestionaron su representatividad moral). De ahí el chaplinesco episodio de elegir para gestionar y profundizar la contrarreforrma laboral (Zapatero ha ratificado que no habrá rectificación y Elena Salgado ha reconocido que si es preciso habrás más y peores recortes sociales) a un disiente de la misma convicto y confeso. Seguramente, excusándose, dirá aquello de Paul Valery :”yo no soy siempre de mi misma opinión”.
Y ya en el escalón más chusco de la remodelación hay que encuadrar asuntos como la falsa poda de ministerios (las ex ministras de Igualdad y Vivienda pasan a ser secretarias de Estado) y la designación de Rosa Aguilar para Medio Ambiente, a fin de pescar en el río revuelto del izquierdismo couché con la vista puesta en los comicios andaluces. Una astracanada que ha tenido su pedestal en las sentidas palabras del cardenal Rouco Varela lamentando la salida de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. Rouco y sus hermanos, los que identifican laicismo radical con nazismo. Ah, y Felipe González, con su maestría habitual, ha dicho que “estamos ante el mejor Zapatero”.
Rafael Cid