Al ritmo que lleva la izquierda en este país -qué carrerón, qué bestía-, el único activo que le va a quedar será elegir entre las tazas de Forges o la vajilla de Chillida. Por de seguir así, sus representantes terminarán descubriendo el movimiento nacional y el sindicato vertical. Al tiempo. Los que les precedieron, un tal Barrionuevo, apellido carlista de rancio abolengo, alunizaron en la Guardia Civil, el tricornio y hasta la casa cuartel. Cuando se consume política basura y los valores están en la nevera por el calor, todo es empezar, como con las pipas. La función crea el órgano.
Fuera de coñas. Si no escampa pronto, la dimensión de la derrota de la izquierda será de las que hacen época. No sólo se llevará por delante al PSOE (poco Socialista, nada Obrero, muy Español y todo Partido). Arrastrará a todo lo que de lejos o de cerca, a pelo y a pluma, huela a progresista. Como ocurrió con la caída en picado del felipismo, víctima y victimaria donde hubiera : Toda una generación curada de espanto (“no nos falles, no nos falles”) puede perderse para la política transformadora. Tal es la dimensión del desmoche en presencia.
Miremos atrás. Cuando “entre demócratas”, Nicolás Redondo y Mayor Oreja en comandita, ensayaron un frente nacional antiabertzale, aquel ayuntamiento contra natura recibió uno de los mayores varapalos electorales que se recuerda. Tal foto coral en el marco del espléndido Kursal donostiarra corona hoy un imaginario libro Ginness de los disparates. Pues eso, redivivo, es la interfaz que acaban de inaugurar Mariano Rajoy y José Luís Rodríguez Zapatero. Pero con contumacia y alevosía. Lo primero, porque el pacto es a nivel nacional. Y lo segundo, porque uno cría la fama y Rajoy carda la lana.
La pertinaz sequía que se avecina para la izquierda está sancionada en otros países que ya ensayaron antes la co-habitación sin vistas. La Alemania del pacto con Ángela Merkel, que tras una oportuna jubilación de cinco estrellas para el ex presidente socialista Schröder en las fauces de Gazprom ha visto como se rompía el partido. O la Francia de Ségoléne Royal, por un lado, autista frente a la fuerza transformadora que despuntaba en las movilizaciones contra la Constitución Europea y, por otro, entregada a la casa común con la derecha de Giscard para conjurar a Le Pen.
Es de libro, si la derecha seduce a la izquierda, la izquierda cae vampirizada por la derecha. Primer axioma de la ley de gravitación universal política. Y además, al no quedar alternativa, reflota la ultraderecha tigre de papel que, luego, en otra vuelta de tuerca bien adobada mediáticamente, termina cómodamente en el regazo de la derecha de toda la vida. Lo razona y argumenta Chantal Mouffe (La paradoja democrática) :
Primero fue la palabra en la diana, después la horda. Llámese lealtad constitucional o fraternidad democrática, lo cierto es que utilizar el nominalismo terrorista como deus ex machina y panóptico global es puro e inveterado franquismo. Antes de que la falaz compulsión de los mass media insertara el terrorismo en nuestra agenda vital, diría más, en nuestro reloj biológico (ah, esa rentable y fomentada inseguridad global, la sociedad del riesgo a decir de Ulrich Beck o el miedo ambiente, en feliz expresión de Zygmunt Bauman ), el interés real de los ciudadanos estaba en otra parte. De hecho, según el último informe de la Fundación Encuentro, todavía política y religión son los temas que menos preocupan a los españoles, y la familia, la salud y el trabajo los que más.
A lo mejor el viejo Max Weber tenía razón y como recuerda Dolf Sternberger, padre del vapuleado término “lealtad constitucional”, en Dominación y acuerdo,
Menos mal que nos queda la vajilla de Chillida y las tazas de Forges.
Fuente: Rafael Cid