Para los que ante la crisis y derivados se quejan de que hace falta más Estado y regulación gubernamental, estos días de frenesí político-militar (p-m) hemos tenido dos ejemplos de lo pernicioso que puede ser la maximización del artefacto Estado para la salud de la convivencia, la democracia y el sentido común.
El primero está en la militarización de un colectivo de trabajadores porque el gobierno considera que su “huelga salvaje” afecta al interés general, sobre todo cuando los españolitos que pueden se montan un puente vacacional de aquí te espero. ¡Punta Cana, bien vale un réquiem !
Con semejante argumento mañana pueden llevar al trullo a los trabajadores que paren en sectores identificados como clave de la economía por el Ejecutivo de turno, como teléfonos, suministro eléctrico, maquinistas de Renfe, transportistas, basureros, etc. Creado el precedente con el colectivo de los controladores como chivo expiatorio, nos pueden militarizar hasta el cerebro. Todo se andará.
Luego está el asunto de la detención de Julián Assange, el hombre que a través de Wikileaks ha sacado a paseo las vergüenzas de todos los gobiernos demostrando a los ciudadanos lo que ya sospechábamos, que nos mienten, nos toman el pelo y viven a costa del contribuyente utilizando la representación que les otorga el voto en las urnas para sus sucios negocios y trapicheos.
En ambos casos, y eso es lo lamentable, la cacería se ha perpetrado con la aclamación de la opinión pública(da) en el primer sucedido y con su silencio cómplice en el segundo. Con lo que el mensaje para los gobiernos del robo y el engaño es claro : adelante, duro y a la cabeza, nos encanta que nos quiten derechos y zurren la badana a quien ose hacerles frente revelando sus miserias o disintiendo. La mayoría silenciosa saluda a los verdugos. ¡Vivan las cadenas !
Por esa regla de tres llegará un día en que se reinstaure la pena de muerte por suscripción popular. Es lo que tiene la incultura y la indignidad. Cada vez más un hombre es un voto, pero una boina también. Que se lo digan al PSOE, que no ha dejado de emplear al Estado para perseguir (en la doble aceptación de “perseguir”) el interés general. Comenzó nacionalizando Rumasa, por aquello de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, buscando un gesto autoritario que le granjeara la simpatías de los “descamisados”, y está terminando militarizando el “espacio aéreo” con el mismo propósito, pero ya en descarado guiño totalitario dirigido a los instalados del régimen.
En este país todo está más o mimetizado con el verde oliva de rigor que el Estado provee según quién, cuándo y cómo sople el viento errático del interés general. Impasible el ademán, se rescata a la banca que incubó la burbuja inmobiliaria ; se subvenciona la compra de vehículos y a las deficitarias autopistas de peaje que han visto sus arcas disminuidas por los efectos de la crisis sobre el tráfico rodado ; se aprueban fusiones de televisiones en sus horas bajas y subvenciones a la prensa, aunque fomenten el monopolio informativo ; y suma y sigue, porque la liturgia estatal considera que su funcionamiento irregular lesiona el interés general. Pero a los 5 millones de trabajadores en paro, al 40% de jóvenes sin futuro laboral, a los casi 2 millones de familias que tienen a todos sus miembros desempleados y sin recursos ; a la legión de hipotecados a la penúltima pregunta ; a los pensionistas con prestaciones de beneficencia ; a esos que les parta un rayo, no son de interés general, son marginales. A lo sumo, como propenden nuestros sabios representantes, el interés general en su caso está en el futbol y los toros, y ahora en las vacaciones gratis total. Es el capitalismo refundado.
Y sin embargo, algo se mueve entre tanta miseria ambiente. Resulta notable y revelador que haya sido la izquierda social y radical, emboscada en las humildes webs alternativas, la que haya denunciado sin contemplaciones el estado de alarma y el atropello a los derechos laborales, mientras la clase política y los medios de seducción (y sedición) de masas al alimón han cerrado filas en su exaltación pirómana. Regulando o desregulando con mando en plaza, la entronización del Estado (p-m) se hace contra la vieja y espontánea solidaridad entre libres e iguales.
Rafael Cid