Los pronósticos sobre personajes de la realeza, sus favoritos, válidos y adláteres nunca han sido de fiar. Fernando VII, calificado como “El Deseado” por el pueblo, resultó ser un consumado canalla y un perfecto impresentable. Cuando Santiago Carrillo bautizó al recién nombrado Jefe del Estado, Juan Carlos I, como “Juan el Breve” inauguraba uno de los reinados más largos de nuestra reciente historia. Y si se cumple la racha y la contraprofecía no defrauda, el piropo del Rey a Rodríguez Zapatero, asegurando que es “un ser humano íntegro”, debería ponernos en cuarentena. Porque el halago viene quien el 22 de noviembre de 1975, tras jurar cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional, en su mensaje a las Cortes declaró : “una figura excepcional entra en la Historia.
El nombre de Francisco Franco será ya jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea”. La misma persona que al jurar la bandera mandó un telegrama al Caudillo donde podía leerse “al besar mi Bandera dedico a Vuestra Excelencia un saludo muy afectuoso y con el respeto que debe un Caballero Cadete a su Generalísimo” (VVAA, La Monarquía Española, pág. 57), y que, como ha reconocido su esposa, tiene dicho que “Delante de mí no se habla mal de Franco” (Pilar Urbano, La Reina, pág.169)
La política española esta gafada de ditirambos y designios monárquicos que terminan creando escuela y pasando factura. Quizás por eso, al arreciar el intento de jaque al rey, cuestionando la legitimidad de ejercicio del máximo exponente de esa institución de dudosa legitimidad de origen (declaraciones del alcalde comunista de Puerto Real y del ex coordinador general de IU Julio Anguita), la defensa del Soberano ha optado por enrocarse con la izquierda patriótica en el poder mientras delata al tendido facha como nido de la pérfida conspiración republicana.
Una de las mejores tretas inventadas por los muñidores de la transición ha sido la de crear oposiciones espantapájaros. Gracias a esa milonga los poderes fácticos llevan más de tres décadas beneficiándose de un sistema político sin oposición de izquierdas realmente existente. Los gurús que trajeron la Monarquía del 18 de Julio consiguieron con este efecto placebo el más difícil todavía de contar con una izquierda política (PSOE+ PCE+ IU) que en los momentos de crisis se hacia devota patriota de derechas. Es decir, arropaba como caído del cielo a un Rey “demócrata”, y hasta “republicano” si el guión lo requería, que había jurado los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional (el Partido Único fascista) pero no la Constitución del 78. Y además, por graciosa concesión del consenso, era irresponsable ante las leyes, o sea, que como su patrocinador el general Franco sólo responde ante Dios y ante la historia.
Pero, ¿cuál es esa fórmula mágica que permite semejante hazaña sin que tiemblen los pilares del sistema ? La cosa consiste en provocar un efecto reflejo en momentos de agobio para el sistema que haga realidad la esquizofrénica teoría del “amigo de mi enemigo es mi enemigo”. Con lo que ante semejante monumento a la racionalidad ideológica no hay coherencia que resista. Basta que desde los púlpitos mediáticos e instituciones se haga campaña para presentar coincidencias sospechosas para que la pinza surta su efecto alienante.
Un breve recorrido histórico explica esta hoja de ruta que ha hecho de la oposición de izquierdas el aliado más fiel y estable del sistema posfranquista en los momentos estelares.
Primero en los umbrales mismos de la transición. El pánico ante una nueva guerra civil hizo que la izquierda antifranquista aceptara el postulado de una reconciliación y una amnistía que no eran en la práctica sino la aceptación de una autoamnistía para los verdugos del régimen y la garantía de no exigencia de responsabilidades por los gravísimos delitos cometidos durante la dictadura. El coco eran unos ejércitos (el famoso y tan aprovechado ruido de sables) que amenazaban con sacar los tanques ante la perspectiva de una ruptura democrática, pero, ¡ojo al chusco dato !, que en la víspera y con el Rey al frente habían salido con el rabo entre las piernas ante la marcha verde perpetrada por Mohamed VI. Eso sí, traicionando por todo lo alto al pueblo saharaui, que de pronto vio como la potencia colonizadora le entregaba atada de pies y manos a su peor enemigo. Nulla ética sin estética.
El segundo acto del dramón fue el post 23-F. De nuevo los cencerros de la marcha militar, en éste caso tricornios, Acorazada Brunete, viejos generales nostálgicos y trama civil golpista, sirvieron para provocar un alud de voto a la contra que dio la mayoría absoluta a un Partido Socialista que había sido casi testimonial durante la última etapa de la lucha contra la dictadura. El resultado fue aupar al felipismo a los altares y que con su talante se pusieran en marcha traumáticas reconversiones industriales, contrarreformas laborales, la LOAPA, el Plan ZEN y otras medidas, como la entrada en la OTAN, mercancías imposibles de vender con un gobierno nominalmente de derechas. Lo que confirmaba que en política a menudo el camino más corto entre dos puntos no siempre es la línea recta.
Algo semejante ha sucedido con la llegada de Zapatero al poder tras años de siniestra y cutre penitencia aznarista. Una sociedad hastiada de la derecha más cerril y cavernícola desde los reyes godos se echó en brazos del PSOE tras la brutal matanza del 11-M y la implicación en la criminal guerra de IRAK, que se había consumado siguiendo el modelo felipista de “OTAN de entrada no”. Luego, unos sabios toques de reformas insoslayables en materia de derechos civiles, que países de nuestro entorno democrático y geográfico resolvieron el siglo pasado, hizo posible la nueva égida socialista, ofreciendo el perfecto terreno abonado para que al estallar la crisis económica el Gobierno “socializara” el rescate del entrampado sistema financiero e inmobiliario a costa de privatizar los recursos públicos. Ello sin ni siquiera tener la grandeza política de clausurar el conflicto vasco como Blair hizo con el caso irlandés, ni ser consecuente con su propagandístico proyecto de Alianza de Civilizaciones oponiéndose a que España aplicara la teoría de los minigulags para los emigrantes sin papeles hacinados en Europa.
Así las cosas, cambiando algo para que todo siguiera igual, tenemos una izquierda que se avergüenza de serlo -aunque el Gobierno se publicite bajo unas siglas que llevan la palabra “obrero” en su cabecera-, que nunca obtuvo un respaldo neto en las urnas por sus propios méritos y que ya jamás lo tendrá porque en su viaje desde la nada a las más absoluta miseria ejemplariza como nadie el giro cultural, político y sicológico del cuerpo electoral hacia la derecha, abonando así el camino a la demagogia posfascita en momentos de momentos de crisis y desarmando éticamente todo vestigio de una oposición que se oponga.
Sirva esta nota al dente para entender por qué hay gato encerrado en esas campañas pro Corona que se emprenden regularmente desde la izquierda en el poder para que cerremos filas en torno al último Borbón con la excusa pánica de que los ultras que no le quieren bien. Por esa regla del tres al cuarto deberíamos habernos echado en brazos de Franco cuando ayudo a la Cuba de Castro ante el acoso del Pentágono, canonizar a Fraga como luminaria “fidelista” o rendir tributo a Javier Solana por liderar a los socialistas antiotanistas antes de ser secretario general de la OTAN. El actual régimen arrancó, allá en el 77, con el cupo de senadores de designación real -entre los que se encontraba el hoy delincuente convicto y confeso Manuel de Prado y Colón de Carvajal, cuyo libro de memorias sigue tachado por la censura- y de seguir por tan cortesanos derroteros amenaza con perpetuarse como una partitocracia al servicio de su Majestad. La función crea el órgano.
Fuente: Rafael Cid