Cuando una sociedad necesita explicar lo obvio es que algo va mal, francamente mal. Eso es lo que ocurre con el resultado del referéndum sobre el Estatut. Lo cierto y palpable es que un 74 por ciento de catalanes ha aprobado dicho texto. Eso es verdad, pero parte de la verdad, no el todo. Lo obvio, toda la verdad, es que ese porcentaje representa sólo algo más del 30 por ciento del censo. Negar esa obviedad es hacer trampa con el referéndum sobre Estatut, engañar a la buena gente y devaluar la democracia.
Y ese es precisamente el problema de fondo. Desde hace ya tiempo, los sistemas de democracia representativa vienen aceptando votaciones vinculantes de minorías ramplonas sobre asuntos que afectan a la sociedad en su conjunto. Como si de un consejo de administración controlado por un ínfimo paquete accionarial se tratara, los gobiernos se encuentran cómodos en la democracia realmente existente del 30 por ciento. Incluso hay analistas cínicos que afirman que el creciente abstencionismo vigente es un signo evidente de confianza en el sistema. A eso antes se llamaba despotismo.
La más sorprendente es que este nuevo paradigma no viene del ultraliberalismo sino de un gobierno que dice seguir la pauta ideológica del republicanismo propuesto por Phillip Pettit, fórmula con la que se el politólogo australiano busca revitalizar la democrática mediante una presencia activa de la ciudadanía vía participación y deliberación. Nada que ver con la lectura gloriosa del referéndum del 18-J, tomando la parte por el todo, ya que la deliberación y la participación sólo existió, y no mucho, en la aprobación de su primitiva redacción por el Parlament, casi por unanimidad, para luego ser concienzudamente “cepillado” en sede ajena gracias a esa suerte de nuevo pacto contra natura entre el presidente Zapatero y el líder de la oposición al tripartito catalán patrocinador del texto (sic).
Por eso, más allá de las interpretaciones interesadas, lo grave está en la entronización urbe et orbi de una democracia basura, de baja calidad, mediante la movilización de ese fiel 30 por ciento de personas de orden (funcionarios, pensionistas, correligionarios, etc), que siempre atiende la llamada del poder por un cierto espíritu de conservación y medro. El postmodernismo cultural incrustado en el capitalismo global anunció la muerte de las grandes narraciones en provecho del presente rampante bajo la divisa de conmigo o contra mí. Y con ello, la exclusión social, que afectaba sobre todo a los damnificados del mercado, ha terminando alcanzado también a la política, haciendo de la democracia un sofisma estadístico.
Otra cosa muy distinta es pretender, como hace el Partido Popular, que la abstención revela un “Estatut-trampa” y que ellos son los legítimos depositarios de ese capital político. ¡Sublime estulticia de un partido que ha perdido el norte precisamente por no saber nunca dónde estuvo el norte ! El PP ha sido el gran y absoluto perdedor de esta consulta. Aunque los hagiógrafos de cabecera del sistema le hagan el inmenso favor de sacar pecho comparando a la ventaja el resultado del referéndum sobre el Estatut con el de la nom nata y desprestigiada Constitución Europea. Siempre hay algún indocumentado que echa una mano in extremis. Porque si el 18-J deja claro algo son dos cosas, y ninguna de ellas buena para el equipo de Rajoy. Una, que CiU ha salido fortalecida de la cita gracias al entrometimiento de Rodríguez Zapatero. Y dos, que el gobierno socialista ha cerrado el ciclo del consenso con el partido de la derecha para abrir una etapa nueva de entendimiento con los nacionalismos conservadores.
Pero eso, con ser un revulsivo respecto al “atado y bien atado” de la transición, nada tiene que ver con una democracia avanzada, sobre todo si además el fin justifica los medios y remedios. ¿O acaso piensa alguien que si aquí -como en Italia, por ejemplo- el voto fuera obligatorio el abultado partido de la abstención se hubiera alineado junto a ese 30 por ciento del menguado sí ? Si lo sucedido el 18-J, como dice el inefable portavoz socialista José Blanco, es “ganar por goleada”, desde un talante democrático tendremos que acuñar también para esa efeméride aquello de “que patada les hemos dado en nuestro propio culo”.
Fuente: Rafael Cid