La escalada de agresiones del gobierno socialista contra los ciudadanos y trabajadores, congelando el sueldo de los pensionistas, empeorando las condiciones para el acceso a una jubilación digna, rebajando el salario de los funcionarios, liquidando los 426 euros de ayuda a los parados sin recursos y haciendo que la crisis se sufrague en base a destruir empleo, ante la resignación general de buena parte de la población, introduce el concepto binario depredador-presa en el ámbito de las relaciones humanas.
Una mutación que se construye sobre el proceso de laminación social que se practica impunemente desde el poder legalmente constituido que no parece tener límites, como demuestra la soberbia con que se producen los representantes de las instituciones, ora mandado a la comisaria a unos ciudadanos que ejercen sin contemplaciones la libertad de expresión en Congreso, la supuesta sede de la soberanía nacional, ora, afirmando cruelmente que los jubilados tienen que contribuir a pagar la crisis, como acaba de hacer el ministro del Paro, Valeriano Gómez, desde su confortable posición que le permitirá con sólo 8 años de cotización acceder al 100% de prestación.
Entre las mutaciones que la actual crisis ha producido, una de las más perniciosas es la institucionalización del modelo depredador-presa como última fase del sistema económico neoliberal. Se trata de una fórmula que remite a la trabazón caníbal inherente al proceso productivo, y que puede considerarse como la evolución darwiniana de la sociedad de “suma cero” teorizada por Lester Thurov, que era un futurible en el que las ganancias de un sector minoritario de la población procedían de las pérdidas de los demás sectores, en la convención de una sociedad sin crecimiento (caso de la vigente coyuntura). Hablamos de “mutación” porque su implantación violenta su lógica procedimental consuetudinaria.
El modelo depredador-presa, conceptualizado por José Manuel Naredo en sus últimos trabajos, supone una profundización de las tesis de Thurov, ya que remite a un escenario en donde se produce una expoliación de recursos a la vez que la tradicional explotación del Capital. Aquí, la peculiaridad radica en que la precariedad de la mayoría nutre la opulencia de unos pocos, pero de forma universal, más allá de una situación de autarquía. Y además tiene una dimensión ecológica que justifica la simbiosis zoológica, puesto que el proceso de expoliación-explotación conlleva la degradación medioambiental al no prever en su protocolo de actuación la reposición de los recursos esquilmados.
Esta identificación, ligada a las formulaciones de la economía sostenible y el decrecimiento, establece parámetros que tienen que ver con el hecho constatado de que ya no se persiga sólo la creación de riqueza, característica del proceso productivo tradicional, sino que la misma sea desplazada por la adquisición de riqueza (apropiación directa), una pauta observada en la globalización, con la consiguiente obsolescencia del factor fuerza de trabajo, como revela la catalogación del paro como input estructural (natural y no contingente) del sistema.
Así, la actual crisis de financiarización sería el primer episodio visible de este esquema depredador-presa, ya que su origen se localiza en el abandono de la economía productiva por la especulativa e improductiva. Ha sido la fuga premeditada de recursos del sistema productivo hacia zonas de más fácil beneficio y acumulación de riqueza lo que ha incubado la actual crisis sistémica, caso subprimes y burbuja inmobiliaria-financiera, para luego reglamentar que sean los recursos públicos quienes acudan al rescate de la economía de casino, reafirmando un statu quo basado en la socialización de las pérdidas y la privatización de los beneficios, el famoso factor Robín Hood al revés.
Pero quizá es en el régimen de pensiones y en las contrarreformas para su teórica “sostenibilidad” a largo plazo que se quieren implantar en lo que hasta ahora han sido las “constituciones sociales” de Occidente donde mejor se puede contemplar el sentido último del esquema depredador-presa. Habida cuenta que, en sustancia, las prestaciones de jubilación son una especie de ahorro solidario y diferido que realizan los trabajadores a lo largo de su vida laboral, con la consiguiente renuncia al disfrute del consumo que estas partidas sustraídas del salario ofrecerían, para poder mantener un nivel de vida digno tras su “caducidad” como Capital Humano.
En ese sentido, cualquier “encarecimiento” heterónomo de las condiciones de acceso a esa “caja única”, sin ponderar la influencia de las mejoras en la productividad, supone otro ejemplo perverso del mecanismo depredador-presa. Máxime, cuando dicho cómputo no tiene en cuenta la “reposición” de la fuerza del trabajador gastada durante el ciclo productivo. Una “reposición” que, al resultar imposible de ejecutar en sus protagonistas, debería aplicarse a las generaciones de trabajadores que están contribuyendo a la sostenibilidad de las prestaciones, avanzando sus derechos laborales y mejorando su integración en el mercado de trabajo.
La diferencia, no obstante, entre la nueva “anomalía” y la anterior transgresión centralizada en el modelo productivo de dominación y explotación, radica en los diferentes planos de actuación en que se desarrollan. Mientras que la clásica se cebaba en parasitar la fuerza de trabajo para obtener plusvalías y excedentes agregados, la que ahora se inaugura actúa también sobre el patrimonio social (una especie de bienes comunes), tratando de despojar a la ciudadanía trabajadora de los recursos agregados de la sociedad civil. Y todo ello aduciendo la “razón de Estado” como argumento supremo y utilizando al propio aparato Estado en su vertiente reguladora-desreguladora como elemento de disuasión, coacción y legitimación.
Volviendo al concepto de “mutación” para definir este nuevo paradigma, conviene reflexionar sobre su trascendencia como freno para construir o desarrollar el sujeto capaz de cambiar el statu quo vigente. En ese contexto, podemos estar ante una suerte de pulsión estructural que haga que al modificar una pieza de esa arquitectura cambien también las otras pero en la dirección favorable al depredador. Se trataría, retomando el símil de la biodiversidad, del cambio patógeno que se produce en la naturaleza cuando se altera un eslabón de la cadena trófica.
En suma, la culminación de las políticas reaccionarias en marcha, en los ámbitos laboral y social, por injustificadas, irracionales, injustas e inmorales, anticipa la metabolización de un neofeudalismo en la era de la seudodemocracia política y de la economía de la abundancia. Y su asimilación sin huella de refutación puede cebar una nueva servidumbre que prefigure aquella sociedad zombi anticipada por Marx en el 18 Brumario al decir que “la tradición de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. No hay que olvidar que, en su crueldad, el depredador se caracteriza por lograr en sus presas un efecto “síndrome de Estocolmo”, que justifica la pasividad de la sociedad civil bajo el neoliberalismo global.
Rafael Cid