A pesar del autismo de las directivas sindicales europeas y de la complicidad de los partidos de izquierda favoreciendo una salida antisocial a la crisis, los sectores dominantes no pueden ocultar su falta de control de la situación, y están dando lugar a una balcanización política donde hasta hace poco sólo imperaban loas a la globalización económica.
Ni las políticas neokeynesianas aplicadas para su rescate, ni las medidas de austeridad unilaterales vendidas como patriotismo de última instancia (“esto lo arreglamos entre todos”), han neutralizado la “guerra intestina” que libran los diferentes clanes del capitalismo neoliberal a la hora de repartir los costes para combatir a la recesión. La profundidad de la crisis y la naturaleza de las medidas y recursos que se tienen que movilizar para manejarla, así como las disputas sobre quién debe dirigir la operación rescate, afloran ya con toda virulencia y muestran la profunda división que reina en el epicentro del sistema.
Primero fueron las distintas posiciones esbozadas en las reuniones del G-20, respecto a las políticas de salvamento del capitalismo frente a las necesidades cruzadas del grupo formado por Estados Unidos y Japón y el representado por la Unión Europea, y las de todos ellos ante los intereses estratégicos de China. Y luego surgieron ópticas divergentes en la UE, donde se pasó de un inicial consenso para levantar la barrera de las previsiones del Pacto de Estabilidad y el proteccionismo del Banco Central Europeo a una segunda fase con Alemania y Francia en el timón de mando barriendo para casa. El efímero éxito (mediático) de esas cumbres por el efecto Obama, tanto en Estados Unidos como en la UE, quedó en agua de borrajas, revelando las debilidades del núcleo duro capitalista que parecía devanarse en la vieja lógica de “sálvese quien pueda”.
Pero mientras en la política norteamericana el episodio se convertía en un bumerán que mermaba las expectativas del partido demócrata, como se demostró en la pérdida de la mayoría en el senado al pasar el escaño Ted Kennedy en su feudo de Massachusetts a manos de los republicanos, en Europa la ruptura interna adoptó visos de tragedia clásica. Constatada la incapacidad del propio sistema para salir de la onda regresiva por la acción de factores endógenos, tras la primera fase de contención, la crisis auspició la aparición de un gobierno de facto (ni siquiera en la sombra) Merkel-Sarkozy que, puenteando la legalidad institucional de la UE, comenzó a escribir el guión de lo que habría de ser el escenario de la recuperación bajo patente germanofrancesa.
El último episodio de esta deriva se ha producido en el caso de Grecia, donde un gobierno socialdemócrata, recién estrenado y disciplinado en la adopción del duro ajuste decretado por Bruselas para sanear su maltrecha economía, ha visto cómo los recelos de la Alemania reunificada empobrecían sus expectativas de una generosa inyección crediticia… Hasta tal punto está llegando la fractura dentro de la Unión Europea, con la aparición de privilegios entre miembros de primera división (“potencias”) y de segunda división (“satélites”), que el primer ministro griego Yorgos Papandreu se ha visto obligado a amenazar con recurrir a la competencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) para el recate del país. Una iniciativa que, junto con el aplazamiento sine die del proyecto para regular los fondos especulativos (hedge funds), decidido en la reunión de ministros de finanzas de los 27, el pasado 16 de marzo, por presiones de Gran Bretaña, profundiza el proceso de balcanización de la UE justo en el primer año de vigencia de “su constitución” (el Tratado de Lisboa).
Pero si eso ocurre en la “metrópoli” europea, la situación en el eslabón más débil de su flanco mediterráneo se presenta como una auténtica batalla campal. En el caleidoscopio español, el buscado “sorpasso” se solapa con una reestructuración financiera que encubre un golpe de mano de los oligarcas del negocio (una bankanización en toda regla), aprovechando su “bicefalia” con el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero y el estado de gracia de que aún gozan, antes de que las cifras de morosidad de la banca emerjan en toda su crudeza. Esta operativa se traduce en una riña de familia que ya ha dejado cadáveres exquisitos sobre el parquet.
La construcción de un duopolio en el sector de la cajas de ahorro, a imagen y semejanza del bancario, a través de La Caixa y Cajamadrid, comandado por dos prohombres del neoliberalismo rampante, Rodrigo Rato, ex ministro de Economía, reciente director general del FMI y hasta la víspera consejero de Criteria, la corporación industrial de entidad catalana, al frente de Cajamadrid, y el ex presidente de La Caixa y último empleador de Rato, Isidro Fainé, en la Confederación Española de Cajas de Ahorro (CECA), tras la defenestración de Juan Ramón Quintás, visualiza la hoja de ruta de la reestructuración del sector. Un plan orquestado por el tándem bancario formado por el Banco de Santander y el Banco Bilbao Vizcaya para capitalizar el importante segmento de mercado hasta ahora en poder de las cajas, focalizando en estas entidades sin ánimo de lucro la responsabilidad del crac inmobiliario y el impopular cerrojazo de créditos a la pequeña y mediana empresa. La bankanización a la española conlleva una provechosa y descarada endogamia. Hay un antiguo secretario de Estado de Economía que, tras presidir la delegación de la ladrona Lehman Brothers en nuestro país., acaba de publicar un manual para salir de la crisis que lleva por título “España, claves de prosperidad”.
Estamos ante una reyerta entre notables, bendecida por el PP y el PSOE, parecida a la que se plantea en el territorio de la patronal empresarial, donde el patético Díaz Ferrán, a pesar del apoyo que le han dispensado al alimón el gobierno y los sindicatos mayoritarios, ajenos al creciente perfil delincuencial del líder de la CEOE, empieza ser cuestionado por el mismo sanedrín financiero que monitoriza entre nosotros la operación rescate. Como ejemplo, ahí está la incisiva cobertura informativa ofrecida por el suplemento Negocios del diario EL País, el domingo 21 de marzo, pidiendo su “dimisión obligada”, tras jornadas denunciando en las páginas del rotativo de referencia la falta de capacidad del hacedor de la quiebra de Air Comet (¡16 millones de deudas a la Seguridad Social !) para imponer el ajuste que la macroeconomía necesita para reflotar al mundo de los grandes negocios, incluso en “contra de lo que piensan UGT y CC.OO”, tal como proclamaba su editorial del 6 de febrero titulado “No más retrasos”. Vicios privados, virtudes públicas, otra vez.
Se trata de cambiar algo para que todo siga igual. Porque lo que ni las reyertas mafiosas ni los edulcorantes mediáticos pueden tapar es la realidad contante y sonante. Y esa radiografía denuncia que tras rescatar el gobierno con dinero público al complejo inmobiliario-financiero, la banca, receptora de créditos del Banco Central Europeo (BCE) al 1 % de interés, se lo está prestando al Estado al 3,8%. Una cleptómana operación que no sólo le otorga un beneficio de más 2 puntos diferenciales a pagar por sus salvadores, sino que además convierte al Estado en su rehén porque de los 572.00 millones de deuda emitida por la Hacienda pública para el rescate global, 147.643 millones están en manos de esa misma banca usurera y malhechora.
Rafael Cid