El conflicto palestino-israelí y el contencioso vasco-español representan problemas distintos y distantes, ciertamente no homologables, pero también comparten cuestiones cruciales : el uso de la violencia como razón de Estado y la credencial de pueblo elegido con que canonizan sus incursiones. Es una cuestión de principios. Comunidades imaginadas en liza por la fe de sus ancestros, la lengua vernácula y el nacionalismo exterminador.

El conflicto palestino-israelí y el contencioso vasco-español representan problemas distintos y distantes, ciertamente no homologables, pero también comparten cuestiones cruciales : el uso de la violencia como razón de Estado y la credencial de pueblo elegido con que canonizan sus incursiones. Es una cuestión de principios. Comunidades imaginadas en liza por la fe de sus ancestros, la lengua vernácula y el nacionalismo exterminador.

Y es que la guerra con sangre entra. Por eso, cuando comienza la macabra danza de las razones de Estado -presentes, en larva o en crisálida-, la única música que se escucha es la tabarra militar. La doctrina de la casa-cuartel. El mentecato “todo por la patria”. La funesta simpleza de “o conmigo o contra mí”.

Esa cadena de ordeno y mando que a lo largo de la historia ha sido la forma tradicional de acceso al Poder, sigue haciendo extraños compañeros de cama, después de años de atroz camaradería en su extraño viaje, iluminados por el fuego, a su fe política añaden una misión de destino universal. Predican la revolución de su revelación.

En ambos territorios se han utilizado prácticas terroristas con conocimiento de causa para sus fines políticos fundacionales : Irgun y ETA.

Los dos Estados mayores, el constituyente y el constituido, persiguen la prepotencia de una identidad carismática bajo el palio protector de sus creencias excluyentes.

Uno y otro, durante su larga marcha a través del uso legítimo (pongamos que Israel) e ilegítimo (pongamos que ETA) de la violencia, han “socializado el sufrimiento” para imponer su razón (de Estado) a los otros.
El Estado de Israel en el caso de Hamas en Gaza, y el Estado español en el de ETA “y su entorno”, creen justo y necesario borrar del mapa político a sus contrincantes, aunque hayan sido refrendados masivamente por elecciones democráticas de curso legal.

Mientras una se siente colonia irredenta y otro metrópoli soberana, todos confían en la fórmula “paz por territorios” para empezar a hablar, y por eso siempre terminan boicoteando la tregua y el adiós a las armas.

Conscientes de la importancia de los prejucios bien administrados para hacer proselitismo, nunca desprecian un buen Plan ZEN con que demonizar al contrario y así manipular a la opinión pública a través de la opinión publicada.
Imbuidos de la justicia de su causa, ejercen el terrorismo preventivo bajo la indulgencia de desactivar el terrorismo futuro que presumen en su oponente si gana la partida.

Tantos “novios de la muerte” ajena, tanta carnicería catequizada, me lleva a recordar aquel verso del gran poeta anticlerical Abilio Guerra Junqueiro : “reclutas de la fe / soldados de sotana / que reguláis las horas a toque de campana /privados del querer / privados del pensar …muñecos del altar”. Y es que, como solía decir el antropólogo Gregory Bateson, casi nunca el mapa no es el territorio.


Fuente: Rafael Cid