Decía el inefable Romanones que lo importante para dominar en política no era hacer las leyes sino tener el control de los reglamentos que las desarrollan. Algo parecido está ocurriendo con el desenlace de la crisis en Europa. Mientras la sociedad civil sigue mirando del revés, en la eurozona y en la unión monetaria se está librando una batalla sorda.
Sin tanques ni despliegue de efectivos militares, pero con parecidos devastadores resultados a los que ocasiona una guerra de ocupación en toda regla. Aprovechando la situación de extrema debilidad a que han llegado algunos gobiernos por el rescate con recursos públicos de las cleptómanas finanzas privadas, las agencias de calificación, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo (BCE) y el eje franco-alemán están rediseñando un nuevo mapa geoestratégico que convertirá a las economías periféricas continentales en satélites de los poderes hegemónicos.
Estamos ante la estafa perfecta en una carambola a varias bandas. Como en la debacle de las fichas de dominó, los Estados se ven atrapados en la trampa de la deuda particular que acudieron a avalar con dinero de todos provocando una “deuda soberana” que será el origen de su pérdida de soberanía como nación. Lo sucedido en el caso de Grecia (12,7% de déficit y 115% de deuda sobre el PIB) con un gobierno socialdemócrata recién estrenado, mientras el giro hacia la extrema derecha está al orden del día en Francia, Italia y Hungría, es un anticipo de lo que puede suceder en España (ya la 9ª potencia y no la 8ª, y el doble de paro que Grecia)) cuando en julio termine el periodo de gracia de la presidencia europea. El salvamento en camarote de lujo con que la sociedad griega sufragó el agujero creado por la implosión financiera ha sido socializado por la Unión Europea con un rescate patera para aquel país, tras haberle sometido al bochorno general por haber “maquillado las cuentas”. Esto en una poco ejemplarizante UE que ha hecho de la vulneración de normas y pactos la razón de su existencia en tiempos difíciles, y con Francia y Alemania como primeros saboteadores del sagrado Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC).
Si Lehman Brothers (tripla A, máxima solvencia según las agencias de rating) fue la bancarrota necesaria para acojonar al personal y lograr que las Administración Obama asumiera la doctrina económica de Bush y sus neocons, la tragedia griega ha sido la puesta en escena oportuna para hacer entrar en razón al gobierno de Atenas y marcar así el camino de servidumbre que deberán seguir aquellas otras naciones PIIGS (el grupo de “cerdos”, económicamente hablando, que como Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España “adeudan” unos 404.000 millones de euros en conjunto a los mercados de capitales con vencimiento en 2010) que también están a verlas venir. O sea, facilita que los flecos de soberanía nacional que restaban tras el Tratado Maastricht y Lisboa se deslocalicen por causa de fuerza mayor y que, como contrapartida por las ayudas recibidas para evitar la suspensión de pagos, los pueblos afectados acepten sin rechistar una agenda de sangre, sudor y lágrimas, que se traducirá en sacrificar inversiones sociales, descensos salariales y precariedad laboral durante una década.
Para ello se puso en marcha una estrategia de la tensión que recuerda en lo económico-financiero a la utilizada por los poderes fácticos en los años setenta para impedir que la crecida eurocomunista llegara al poder en Italia. De ahí que se dejara desangrar a Grecia con vagas promesas e inconcreciones sobre el tipo de ayuda a recibir de la UE, y sólo cuando el 9 de abril la agencia de calificación Fitch situaba su deuda al nivel de los bonos basura (una espada de Damocles que la bajó la calificación de BBB+ a BBB- en perspectiva negativa), apareció el séptimo de caballería anunciando la concesión de un crédito a tres años de 30.000 millones de euros al 5 por 100 de interés. La misma técnica de castigo ensayada con Portugal, al que también han rebajado la garantía de sus créditos provocando ataques especulativos y encareciendo su interés, y anteriormente con Islandia, país al que el 6 de abril la agencia Moody´s modificó su solvencia de estable a negativa, tras un referéndum que por aplastante mayoría vetó el acuerdo del parlamento para que el Estado asumiera las deudas de la banca privada ahora nacionalizada.
Las agencias de rating han sido una especie de gran inquisidor en esta crisis mundial deflagrada por la economía de casino. Primero cebaron la burbuja dando la máxima solvencia a productos estructurados con activos tóxicos (bonos de Madoff, de Lehman Brothers, y antes Enron, Parmalat)) que envenenarían las economías del mundo. Y ahora, llegado el momento de configurar el mapa de salida del desplome, este oligopolio resurge ostentando la patente para decidir quién cumple y quién sobra en el club del rescate, sin haber pagado su cuota de responsabilidad por lo acaecido, una insignificancia que sólo en Europa ha dejado sin trabajo a unas veinte millones de personas hasta el momento. Dos agencias norteamericanas, Moody´s y Standard & Poors, y una francesa, Fitch, se han convertido en una suerte de gobierno en la sombra del tablero europeo. Sin que nadie cuestione el “riesgo moral” que tamaña impunidad supone. Es más, creando una cultura de la crisis para mostrar a las generaciones futuras que premia al delincuente y castiga a la víctima. Así se entiende que una cumbre europea sobre el empleo se suspenda “por falta de ideas” y que en España los agentes sociales y el gobierno pacten medidas para superar la crisis con una patronal cuyo presidente y representante oficial, Día Ferrán, es un truhan de empresas.
Y todo esto en un marco que no redunda en una mayor autonomía política de la Unión Europea sino en una mayor inestabilidad política, fragilidad del euro y dependencia de Estados Unidos, como prueba que las dos áreas más importantes de su cuestionada soberanía, la de seguridad y la de planificación económica y financiera, estén mediatizadas por organismos como la OTAN y el FMI (el prestamista de última instancia de los PIIGS junto con la UE, con cierta oposición inicial de Trichet, presidente del BCE) que responden a los intereses del neoliberalismo global y del complejo militar industrial. Curiosamente, el pasado 31 de marzo los países miembros de la Unión Europea Occidental (UEO), creada en 1948, anunciaron su disolución como asociación para la defensa tras años de exultante inoperatividad. Lo cual denota que la crisis ha pinchado en lo que a la globalización de los mercados respecta, pero que el modelo EEUU siga ganando batallas después de casi muerto. Con guerra fría o sin ella, ahí está el suma y sigue de la OTAN y, en el plano económico, una refundación del capitalismo que, haciendo un siniestro zapping, ha cambiado algo para que todo siga igual pero con más paro. La prueba es ese crecimiento sin empleo, clónico del formato típico de las opas entre empresas, que cuanto más empleo destruye en su ejecución más valor da a sus acciones en bolsa.
Una democracia sin demócratas, un mercado sin trabajo y, sobre todo, la inseguridad como medida de todas las cosas. Porque no hay mayor inseguridad para una sociedad que saber que una parte de su riqueza está embargada para costear las deudas generadas por los negocios de los ricos causantes de la crisis. Sometimiento y conquista de un país sin pegar un tiro. Sólo mandando al cobrador del frac.
Rafael Cid