Menos guapos, les han llamado de todo. Quieren hacerles pagar su insolencia. Marcarles a fuego como apestados. Para general escarmiento.”Salvajes”, “energúmenos”, “nazis-rojillos”, han sido algunos de los insultos e improperios que desde todos los frentes del poder se han lanzado contra los huelguistas del Metro de Madrid. Porque osaron hacer una huelga total ante la agresión lanzada por la patronal pública de esa Comunidad regida por el más rancio y votado Partido Popular.
Todos a una, derecha de toda la vida e izquierda de conveniencia, se han lanzado a su yugular utilizando a los ciudadanos “perjudicados” como escudos humanos. Preguntar a los madrileños que esperan en la cola del autobús su opinión sobre la huelga del Metro es tan científico como decirle a un vegetariano si le gusta el chuletón de Ávila ¡Viva el nuevo periodismo y la vieja coz de su amo !
Todos los editoriales de la prensa de referencia en primer tiempo de saludo. “Huelga salvaje” (ABC), “Todo el peso de la ley contra los huelguistas” (El Mundo), “Huelgas con rehenes” (El País). Dando ejemplo. Ellos que aplauden a una CEOE dirigida por un malhechor económico como Díaz Ferrán. A una Esperanza Aguirre que con su “salvaje” imprevisión de la nevada de primeros de año sembró el caos en la ciudad. Incluso a esa clase política que está dispuesta al chantaje institucional del guerracivilismo si los resultados no le petan, como acaba de ocurrir con la reciente sentencia del Constitución sobre el Estatut. Por no hablar de la madre de todas las huelgas, la de la inversión de capital y los créditos de la banca, que está en la raíz del “decretazo social” que ha llevado a la autodefensa sindical. Ya lo dijo Fraga, la calle es de ellos, y ahora la consigna es “a muerte con los sindicatos”.
El sindicalismo, es cierto, está en horas bajas. No goza de estima entre la opinión pública y sus acciones o defecciones son cuestionadas o simplemente ignoradas. Y hay razones para esa animadversión. Durante muchos han sido correa de transmisión de los partidos en el poder, aunque esas relaciones, siempre peligrosas, hayan pasado por momentos de máxima tensión. Las huelgas generales contra gobiernos de derecha y de izquierda (más contra estos, ya se sabe que cuando la izquierda llega al poder pone el piloto automático en la derecha para servir al capital) han perlado toda el periodo democrático. Desde los lamentables Pactos de la Moncloa, que pusieron la pista de aterrizaje para desmontar el incipiente Estado de Bienestar con la excusa de que había que elegir entre prosperidad económica o libertades en tiempos de crisis. En aquella ocasión también funcionó la consigna “esto sólo lo arreglamos entre todos” ¿Recuerdan esa milonga tan difundida del gran papel desempeñado por la prensa y los aguerridos periodistas durante la transición ? El buen paño en el arca se vende…y en malo más.
Reconocido que hay motivos para recelar del saber hacer de los sindicatos, de los llamados mayoritarios especialmente, y que ahora mismo su postura ante la movilización de los funcionarios, la respuesta frente al “pensionado” y la protesta social que debe confluir en la huelga general el 29 de septiembre deja mucho que desear, también debemos señalar que existe una agenda oculta desde el poder para desacreditarlos y destruirlos. Si uno recapacita, seguro que advertirá que el rechazo de los sindicatos es más “mala prensa” (que tienen “malos medios”, habría que decir hoy) que otra cosa. No es una percepción inocente de una “opinión pública” soberana, es fundamentalmente una declaración de guerra de la “opinión publicada” que busca colonizar a los ciudadanos en su contra. Ahora que ya no se lleva fabricar sindicatos amarillos (en casos concretos las propias centrales hay hecho ese papel oficial : ¿qué fue de María Jesús Paredes y de Jose María Fidalgo ?), la doctrina del capital es acabar con el sindicalismo.
Y ahí es donde nos tienen que encontrar. Sólo la organización de los trabajadores, abierta a los parados, jubilados y excluidos, capaz de sensibilizar a la ciudanía activa. que ponga en valor el protagonismo social de sectores como la juventud y la mujer, con iniciativas tan creativas como democráticas, con la voluntad de una gota malaya, puede originar una gran marcha verde que enfrente con éxito la deriva homicida del capital y sus sicarios, y vaciar de contenido la ofensiva ideológica del mercado. La sociedad civil en movimiento no necesita thinks tanks (tanques de pensamiento) para medrar sobre mentes ajenas, piensa por sí misma y puede llegar a ser más arrolladora que un tanque de verdad. Cuando libera sus energías creadoras es pura dinamita cerebral y los tiempos que nos han tocado vivir exigen la máxima resolución. Volvamos a la comunidad, a los movimientos sociales, al orgullo de la fraternidad, a la autoestima de comprobar que la solidaridad no es vana retórica sino la expresión que toma la libertad de todos y cada uno de nosotros. Producción de masas no significa necesariamente sociedad de masas, muchedumbres solitarias. La humanidad no es un mercado. Aún. Las personas primero.
Estamos en un momento histórico. Hemos entrado de lleno en el siglo XXI pero con la amenaza de volver en lo social al XIX. Se ha cedido en cosas esenciales y eso ha permitido a los poderes fácticos avanzar en su rapiña. Hoy tenemos legalizado una suerte de dumping laboral en la UE, se generaliza el trabajo en casa de la época pre-industrial (putting-out-system) y hasta planea en el horizonte la posibilidad de una secesión sindical en las empresas multinacionales, en donde una especie de aristocracia laboral ha empezado a caminar por libre. Los primeros atisbos de esta deriva anti-sindical se están dando en las multinacionales del motor, con trabajadores que aceptan en referéndum bajarse el salario en empresas que han tenido beneficios históricos, ante la amenaza de llevarse la producción a “paraísos laborales” (caso de España), o rechazan en convenio el recurso al derecho de huelga (caso Fiat italiana). El modelo propuesto tiene mucho en común con el que funciona en la economía sumergida : deberes sin derechos ni peaje fiscal.
Porque la crisis no ha sido provocada por la “sobrecarga” del Estado de Bienestar, sino al contrario, el desmontaje del Estado de Bienestar se está utilizando como receta contra la crisis desatada por el capital. De ahí, su insistencia irracional en imponer una salida que signifique salarios más bajos, peores pensiones, menos derechos laborales y recortes en la inversión social que sin duda harán mella en los presupuestos de Sanidad, Educación y otros que hasta ahora eran retribuciones en especies, complementos que permitían que el salario real –no el monetario estricto- alcanzara para vivir con un mínimo de dignidad (quien tuviera trabajo). Pero a eso le han decretado un final a rebufo de la crisis. Quieren un nuevo reparto de la riqueza que haga más poderosos a la élite dominante y más precaria, débil, sumisa y dependiente a la masa trabajadora.
Sin la coraza sindical los trabajadores estarían a merced de los oligopolios y sin apenas capacidad de réplica. De esta manera se allanaría al camino para la laminación del Estado de Bienestar que el objetivo oculto de su hoja de ruta. Hablan de “flexibilidad” y de “mercado de trabajo”, como si la relación laboral fuera una mercancía más. Pretenden dejar sin contenido el Derecho Laboral y campar a sus anchas. De ahí las palabras del gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez,”el paro puede acabar con la banca”, y de Felipe González pidiendo que una parte del salario vaya unido a la productividad. Han roto hostilidades para que el Estado a través del gobierno de turno “refunde” a la baja el actual contrato social. Exigen maximizar su derecho de propiedad (sobre los medios de producción) a costa de extinguir el derecho de los trabajadores sobre su fuerza de trabajo, su única propiedad, lo que supone además un ataque contra la democracia y el Estado de Derecho.
No es la hora de la crítica, aunque haya muchos, distintos y distantes sindicalismos. No es lo mismo la posición de CCOO y UGT ante los ERES, por ejemplo, y la CGT, que rechaza de plano esa posibilidad cuando las empresas tienen beneficios, aunque, como en el reciente caso de BNP-Fortis, ello suponga un doloroso desgarro en afiliación. En estos críticos momentos hay cerrar filas con los sindicatos, todos a una, y contra la tentación derrotista que proponen desde las alturas los diferentes púlpitos del régimen. Y si las actuales centrales no cumplen su papel histórico, declinan de sus responsabilidades o sus cúpulas se dejan seducir por los cantos de sirena del sistema, será preciso reinventar nuevas organizaciones acorde con el reto de los tiempos. Aunque tenga que brotar de las cenizas del viejo sindicalismo, como el ave fénix. La democracia en la Grecia clásica nació de la derrota de la segunda guerra del Peloponeso.
Rafael Cid