Hace unos días, a raíz de escribir un artículo sobre el pensionazo para el especial de Rojo y Negro, realicé una prospección histórica en las ciencias del comportamiento para insinuar la influencia remoto-científica de las teorías de Malthus y de Darwin, cuyo centenario se acaba de celebrar, en el argumentario que ahora se utiliza desde el gobierno para justificar la salida reaccionaria a la crisis económica-financiera-hipotecaria.

Hace unos días, a raíz de escribir un artículo sobre el pensionazo para el especial de Rojo y Negro, realicé una prospección histórica en las ciencias del comportamiento para insinuar la influencia remoto-científica de las teorías de Malthus y de Darwin, cuyo centenario se acaba de celebrar, en el argumentario que ahora se utiliza desde el gobierno para justificar la salida reaccionaria a la crisis económica-financiera-hipotecaria.

La tesis, era, por un lado, que el “darwinismo social” como interpretación perversa de la lucha por la existencia en el medio, que analizara Darwin, había dado pie al capitalismo para entronizar la competencia feroz entre individuos como cemento natural de la vida en sociedad. Y que, por el otro, que la extrapolación de la teoría malthusiana que predecía la miseria generalizada al ser mayor el ritmo de procreación humana que el de fertilidad de los recursos naturales, sin tener en cuenta los eximentes correctores de los grandes avances técnico-científicos, se había igualmente convertido en una excusa para imponer el sistema de dominación vigente como pensamiento único. En ambos supuestos, la indagación a que hago referencia, defendía que desde el lado libertario tanto Godwin (Investigación sobre la población) como Kropotkin (El apoyo mutuo, un factor de la evolución) habían realizado en su día valiosas aportaciones para la refutación de dichas teorías (Ver Álvaro Girón Sierra, En la mesa con Darwin. CSIC.2005).

La verdad es que tanto Malthus como Darwin tenían razón en su tiempo y lugar, y que fueron sus glosadores espurios (toda tradición es plagio o traducción) quienes pervirtieron ambas filosofías para embridarlas al carro de los poderosos. Por ejemplo, el hambre planetaria pronosticada por Malthus es hoy una terrible realidad en medio mundo, pero no como dijo el sabio, sino por la maldad intrínseca del sistema que usa la propiedad exclusiva y excluyente de los medios de producción y el coste-beneficio para su propia y cruel ganancia, con el respaldo del Estado normativo-policial y penal. Porque con el enorme progreso de los medios técnicos, aplicados como bien común, nadie hoy tendría que pasar hambre (vivimos el tiempo de descuento del “final de la utopía”, que dijo Marcuse).

Otro tanto se puede afirmar en el terreno del fundamental e inalienable derecho al techo. Desde la misma óptica, debería haber un enorme déficit de viviendas, y lo hay, pero no porque no se construyan casas, no por falta de recursos, sino porque los que dominan la economía los utilizan para lucrarse sin importar el sufrimiento de la gente. Y, sin embargo, el verdadero saqueo que está poniendo en riesgo la vida sobre la tierra procede de la voracidad de una minoría caníbal, propietaria y capitalista. No de la mayoría de la población trabajadora, que es, por el contrario, los que paga el pato, caiga del lado que caiga el dado de la fortuna.

Lo genial es que hablan de la eficacia de la economía capitalista, y si algo tiene esa máquina de humillación y desdicha, además de canalla, es haber resultado profundamente incapaz e insolvente, y sólo en ello deberíamos basar nuestras propuestas de cambio de paradigma.

¡Capitalismo científico, no gracias !

Rafael Cid