Nada justifica la violencia terrorista para defender una posición política, por muy fundamental e indispensable que se sienta. Nada justifica la represión estatal de una idea política, por muy extrema y radical que sea ; el pensamiento no delinque. Nada justifica justificar lo injustificable, ni siquiera cuando esas mismas posiciones políticas son perseguidas por jueces inquisitoriales o sirven de carnaza al terrorismo. Sentado este principio – ¡qué tiempos estos en que hay demostrar lo obvio¡ -, tampoco es de recibo sepultar el proceso de paz sobre el contencioso en el País Vasco. Muy al contrario. Ahora más que nunca ese proceso debe alcanzar su meta sin desmayo. Con ello ganaremos la paz y la democracia. Porque cuando la paz es verdadera y no impuesta ni envilecida, las heridas cicatrizan y la democracia sea hace más fuerte, participativa, avanzada y verdadera.
Incluso sobre las cenizas de las últimas víctimas de la barbarie de ETA y su memoria hay que construir la convivencia futura. La democracia es una especie perenne que arraiga y se vivifica en los suelos más yermos y en las circunstancias más difíciles. El pueblo tiene suficiente personalidad, si valora con serenidad la realidad y sin las malas influencias de los sicofantes de turno que buscan pescar en el río revuelto de la inquina, para hacer de la necesidad virtud y de la adversidad esperanza. De hecho, la democracia nació en unos funerales de Estado hace ahora 26 siglos. Fue en una oración fúnebre por lo muertos en la Primera Guerra del Peloponeso cuando Pericles enunció el concepto que ya es legado universal.
Nosotros también hemos de vivir como ciudadanos libres, y no sólo contentarnos con parecerlo. Debemos ser un modelo a seguir y no a imitar. En nombre de la democracia. Según el criterio recto de la mayoría. Orgullosos de unas instituciones justas. Sin exclusiones de ningún tipo y en igualdad. Pero eso exige un esfuerzo de creatividad y altura de miras, y posiblemente también, como decía el Gramsci más lucido, levantar frente al pesimismo de la razón el optimismo de la voluntad. Porque en su fuero interno, la gente quiere paz, no venganza.
Lo que sucede es que en esta manipulada sociedad de la información son demasiadas las fuentes e intereses que se concitan para sacar el cantamañanas que llevamos dentro. Cuando la mano que mece la cuna de la incomunicación de masas consuma su fechoría, una opinión pública vicaria se convierte en el mejor salvoconducto para linchamientos patrióticos y nace la democracia de percepción. Como Pericles en su discurso fúnebre, la gran tarea política del momento demanda remover esos obstáculos con que algunos ciegan la democracia, los que desentierran el hacha de guerra y los sepultureros de la paz y la palabra.
Y lo primero es pensar con nuestra propia cabeza, más allá de lo que prediquen la clase política y la clase periodística, convertidos en nuestros omniscentes representantes y todólogos (¡esos maravillosos sondeos de autolevitación en los que se pregunta a un cojo que opina del maratón ! ). ¿En qué elecciones han sido votados esos medios de comunicación que nos dicen cada mañana lo que debemos hacer con nuestras vidas ? ¿Cuál es su representación real para hablar ex cátedra y erigirse en pontífices y púlpitos de lo políticamente correcto ? Ha bastado apenas una semana de griterío mediático y clamoroso autismo ciudadano para que una reacción en cadena esté a punto de arruinar las últimas esperanzas de proceso de paz.
Para la intrahistoria secreta de la democracia queda cómo, quién, cuándo y por qué el presidente Zapatero, que negó por tres veces públicamente que el atentado terrorista clausurara el proceso de paz, ha terminado metabolizando la tesis contraria pro-pagada por el bunker, sus halcones de cabecera y las pirañas incrustadas en los poderes fácticos. Esa misma santísima trinidad que nos ha sugerido la imagen idílica del benemérito tándem Acebes&Rubalcaba – los dos responsables políticos que no supieron prevenir los atentados y no dimitieron- como cartel político para la democracia anoréxica que se avecina, si la izquierda social no reacciona como ante la guerra de Irak.
Una izquierda plural, autónoma y ciudadana que necesita tomar la iniciativa superando mitos, fantasías, retóricas, prejuicios y perjuicios. La clase obrera existe, pero ha cambiado de santo y seña, y ya no va al paraíso. O al menos no por su acción como sujeto histórico. Los humildes siguen siendo los paganos de siempre -tanto en el 11-M como en el atentado en el 30-D las víctimas han sido en su gran mayoría trabajadores extranjeros-, pero el ser social definitivamente no fomenta la conciencia de clase. Esa identidad, al caer en el barbecho del latifundismo competitivo, requiere hoy un proceso largo y costoso de promoción de valores. Y aquí los únicos valores que se legitiman en cómodos plazos y costosas hipotecas son los que sirven a la derecha y sus afluentes.
¿Cabezas trocadas o jibarizadas ? Puede, ya que la política concreta vigente es puro ejercicio de canibalismo. El muy conservador diario La Razón tiene su principal clientela entre la gente humilde, encantada de recibir junto al periódico una útil taza de porcelana, y el liberal El País la tiene entre los pudientes y acomodados, como ha evidenciado el perfil profesional de los ganadores del sorteo del lot y el mercedes. Estos son los mimbres con los que hay que trabajar sin ocio ni negocio. Por eso renovar y profundizar el proceso de paz y no “liquidarlo” (justiciera expresión donde las haya) como desea ahora el mudado presidente del Gobierno (¿pero había empezado alguna vez el proceso ?) debe ser un imperativo moral y político para la izquierda social y real.
Zapatero está lejos de ser Pericles y nunca lo será, pero si la sal se olvida quién nos devolverá su sabor.
Allons enfants, que no cese el proceso de paz. ¡¡¡Pásalo !!!
Fuente: Rafael Cid