EL PAIS | 13-03-04 A las siete de la tarde, en la plaza de Cibeles, a la lluvia le costaba llegar al suelo. Cientos de miles de madrileños -más de dos millones según la Policía Municipal- aguardaban en un silencio sobrecogedor el inicio de la manifestación. Mientras, riadas de gente bajaban como buenamente podían desde todos los barrios de una ciudad cerrada a cal y canto. La radio les iba diciendo al oído que, a la misma hora, otros muchos millones de españoles se estaban solidarizando con su dolor desde todos los puntos del país. De vez en cuando un grito, "¡asesinos, basta ya !", o un aplauso al paso de cuatro mujeres árabes, cubiertas con velo, que habían escrito en un cartel : "Sufrimos con vosotros".

EL PAIS | 13-03-04
A las siete de la tarde, en la plaza de Cibeles, a la lluvia le costaba llegar al suelo. Cientos de miles de madrileños -más de dos millones según la Policía Municipal- aguardaban en un silencio sobrecogedor el inicio de la manifestación. Mientras, riadas de gente bajaban como buenamente podían desde todos los barrios de una ciudad cerrada a cal y canto. La radio les iba diciendo al oído que, a la misma hora, otros muchos millones de españoles se estaban solidarizando con su dolor desde todos los puntos del país. De vez en cuando un grito, «¡asesinos, basta ya !», o un aplauso al paso de cuatro mujeres árabes, cubiertas con velo, que habían escrito en un cartel : «Sufrimos con vosotros».

Hasta que llegó José María Aznar lo único que se había oído en Cibeles había sido la lluvia contra los paraguas y el helicóptero de la policía rompiendo en silencio. Pero cuando llegó el presidente, acompañado del Príncipe de Asturias y de las infantas Elena y Cristina, fue recibido con una sonora pitada seguida de gritos que le preguntaban : «¿Quién ha sido ? ¿Quién ha sido ?». Luego la gente volvió a encerrarse en su silencio. Y a muchos, atrapados entre el dolor y la impotencia, no era lluvia lo que le corría por las mejillas.

Más que una manifestación, lo de ayer en Madrid fue una gigantesca concentración. La cantidad de gente, unida a las fuertes medidas de seguridad, impedían cualquier movimiento. Sólo las autoridades, y a duras penas, consiguieron llegar junto a la pancarta con el lema elegido por el Gobierno : «Con las víctimas, con la Constitución y para la derrota del terrorismo». Junto a ella, los ex presidentes del Gobierno Felipe González y Leopoldo Calvo Sotelo ; el líder socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, y una nutrida representación internacional : el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi ; los primeros ministros de Francia, Jean Pierre Raffarin ; Italia, Silvio Berlusconi, y Portugal, José Manuel Durão Barroso. También acudieron el representante de la UE para la política exterior, Javier Solana y el presidente del Europarlamento, Pat Cox.

Sin embargo, y pese a la sonora pitada que se llevará Aznar de recuerdo, el protagonismo no fue para los políticos. Desde primeras horas de la tarde, los ciudadanos trataron de ganar el centro a bordo de autobuses y vagones de metro, que ayer eran gratuitos y que circularon atestados para desesperación de los que aguardaban bajo el aguacero. En la línea 5 del metro y luego en autobús 21, una pregunta repetida entre hijos y padres, también entre desconocidos : «¿Tú quién crees que ha sido ?». No había sitio para otro tema de conversación. Manuel Soriano, tornero de profesión, intentaba explicar a su hijo Javier lo que él mismo no llegaba a entender : «Por un lado, qué más da. Los muertos, muertos están y ya nadie puede evitarlo. Pero, por otro… yo creo que no es ETA. Y si no es ETA, por qué no lo dicen claro ya». Un compañero de vagón respondía espontáneo : «Por que no les interesa hombre, por que no les interesa, hasta el lunes, no les interesa». Una mujer terciaba : «No serán capaces hombre, cómo van a ser capaces de tanto…». Ni siquiera discutían. Sólo reflexionaban en voz alta, rompiendo un silencio que se hacía duro, un silencio construido a base de pena y también de miedo. La sirena de una ambulancia apagó de un tajo las conversaciones. «Una ambulancia en Madrid», dijo una señora, «¿cuándo nos ha llamado la atención una ambulancia en Madrid… ? Estamos todos muertos de miedo. Que nos digan la verdad, ¡por Dios !». La gente asintió. Ni una sonrisa, ni un comentario más alto que otro. «La radio no dice que haya pasado nada», tranquilizaba el conductor justo antes de llegar al final del trayecto.

Ya en Cibeles, y antes de que se caldeara el ambiente con la llegada de Aznar, mucho silencio y mucha pena. Raúl Rodríguez, ecuatoriano de 34 años, comentó que nunca se había sentido tan querido. Su amigo Aníbal insistía en la idea : «Creo que la masacre de ayer nos ha hermanado definitivamente. La sangre de los inmigrantes ya está unida para siempre a la de los madrileños». Óscar López, psicólogo profesión y madre vasca, discutía en voz baja con unos colegas de profesión : «Se nota en el ambiente. La gente prefiere que sea ETA la culpable porque siente pánico ante un nuevo terrorismo desconocido y tan brutal. Sea quien sea, no crea que el fin de ETA se escribió ayer. Si han sido ellos, porque su gente no lo va a soportar y los van a dejar solos. Y si ha sido Al Qaeda, también. ¿Cómo se van a atrever a seguir matando en Euskadi después de lo que pasó ayer aquí en Madrid… ?». Uno de sus amigos celebraba la idea : «No estaría mal que después de tantos años matando, viniera Al Qaeda a escribir el final de ETA».

Seguía lloviendo. No dejó de hacerlo durante la noche. Hacia las ocho de la tarde, unos jóvenes se encaramaron a La Cibeles y le colocaron un crespón negro y una rama de olivo. Mucha gente llevaba brazaletes negros, con o sin la bandera de España ; pegatinas del No a la guerra ; paraguas blancos con las banderas de España y Euskadi.

Conforme iba avanzando la marcha, el ambiente se iba caldeando. Había quien se iba, empapado de agua, y quien -todavía a las nueve de la noche- seguía intentando llegar. Centenares de jóvenes cambiaron el silencio de la mayoría por los gritos contra Aznar y su Gobierno. Le lanzaban a su paso los insultos que se quedaron en el aire en las manifestaciones contra la guerra del año pasado. «¡Mentiroso, queremos saber la verdad !», le chillaban. Otros intentaban acallar los insultos con aplausos y gritos de «España, Unida, jamás serán vencida». Por momentos, la pelea de gritos era de jóvenes contra adultos. Los chavales protestaban con el «no a la guerra» y le preguntaban a Aznar : «¿En qué lío nos has metido ?» «¡Ahora te vas y nos dejas con todo el marrón, por pelota con Bush !», informa Carlos E. Cué. Hubo insultos mucho más graves. «¿Quién ha sido ?», coreaban una y otra vez. Muchos adultos se enfrentaban con ellos. «Pues quién va a ser. ¡ETA !». Jaime, un veinteañero, preguntaba descolocado a sus amigos. «¿Pero esta mani es contra ETA o contra el PP ? No entiendo nada». Miguel, un compañero, trataba de aclararle : «Lo que pasa es que si al final es Al Qaeda la culpa será de Aznar, por meternos en una guerra que nadie quería».

Al final, cuando las autoridades se fueron y en la calle sólo quedaba gente y lluvia, muchos se metieron en los escasos bares que estaban abiertos a la espalda del Palace para verse en la televisión, para comprobar que dos o tres millones de madrileños volvieron ayer a tomar la calle para gritar contra el terrorismo. Como cuando mataron a Francisco Tomás y Valiente. Como aquel terrible día que ETA secuestró a Miguel Ángel Blanco para matarlo poco después. «Aquel día», dice Romualdo Treviño, un profesor jubilado, «también nos echamos a la calle para gritar que no lo mataran aun sabiendo que ya estaba sentenciado y quizás muerto. La manifestación de hoy se parece a la de aquella en la impotencia. Pero es todavía peor porque no sabemos a quién gritarle. Y no sabemos además si nos están utilizando».