Artículo publicado en Rojo y Negro nº 382 de octubre
Según transcurren las décadas, los cambios sociales, tecnológicos y climáticos han generado desequilibrios en los ecosistemas, que empiezan a ser acuciantes por el impacto que tienen sobre la psicofisiología humana. En el caso del estrés térmico nos encontramos en un terreno novedoso por su incidencia —ya estudiado suficientemente en el pasado—, que toma vigencia a pasos agigantados debido al calentamiento global.
Durante este verano han circulado en España comentarios negacionistas en diversos medios y redes sociales sobre el calentamiento global, y por tanto sobre el significativo aumento de las temperaturas. Se ha dicho que el cambio climático no existe porque si se compara el año 1961 con el 2021 ambos tuvieron una temperatura media de 14,2ºC. La Agencia Española de Meteorología (AEMET) afirma todo lo contrario si bien reconoce que en los años citados existieron las mismas temperaturas medias. Según la agencia, la temperatura registrada en el año 2021 forma parte de una tendencia creciente que en el año 2022 ha batido el récord.
El informe sobre el clima en España de 2021 realizado por AEMET reconoce que las temperaturas alcanzadas en 1961 fueron inusuales, es decir, fue un año cálido. Los siguientes años no lo fueron tanto, hay que esperar hasta 1995 para que se vuelva a alcanzar ese nivel medio de temperaturas. Desde entonces los 14,2ºC se han superado en nueve ocasiones, siete a partir de 2011. AEMET explica “que 2022 ha sido el año más cálido desde el comienzo de los registros en España”, en el que se alcanzaron los 15,3ºC de media. A esto que hay que añadir que hubo 41 días de calor extremo y tuvimos un otoño con escasas lluvias. Desde 2010 “todos los otoños han tenido temperaturas superiores a la media”.
Newtral.es entrevistó a un experto en cambio climático, el doctor en Física Rubén Varela, que manifestó: “una cosa es que tengas temperaturas extremas de forma aislada y otra muy distinta es que la frecuencia e intensidad de esos días con temperaturas extremas aumente. […] Siempre ha habido días de calor extremo, pero la recurrencia de estos es mucho más elevada a día de hoy debido al cambio climático, también en forma de olas de calor”. A estos datos habrá que añadir los que genere 2023 que no parecen halagüeños.
Dicho esto, el calor no es necesariamente malo para nuestro organismo, son las temperaturas extremas las que marcan la diferencia. La llegada de la estación cálida le viene bien al cerebro, le aporta beneficios a través de la serotonina y la vitamina D.
Cuando el calor aprieta, el equilibrio de temperaturas se mantiene gracias a la termorregulación hasta que llegamos a los cuarenta grados centígrados, en ese momento los efectos del calor son negativos sobre el sistema nervioso. Pero hay que insistir en que el verano es positivo para nuestro cuerpo. Lo primero que acontece en esta estación es que hay más horas de luz, por tanto mayor serotonina en el cerebro, lo que supuestamente hace que nuestro estado de ánimo ascienda y la memoria funcione mejor, entre otras virtudes. Actualmente, los bajos niveles de serotonina se vinculan con aumento de la ansiedad, con insomnio, con aumento de la obsesividad y con la depresión. Además, un mayor contacto con la luz solar potencia la producción de vitamina D que tiene mucho que ver con la salud de nuestras neuronas. Hay que mencionar también que durante el verano pasamos más tiempo al aire libre, relacionándonos con otras personas, lo cual tiene efectos beneficiosos tangibles tanto a nivel social como individual.
Pasemos a los aspectos negativos del calor extremo. Es hecho conocido que, tanto en el plano físico como en el psicológico, ciertos niveles de calor provocan reacciones psicosomáticas y emocionales adversas.
El estrés térmico es una sensación de malestar que sufrimos cuando superamos la temperatura tolerable para nuestro organismo. Las personas más vulnerables suelen ser los niños y niñas más pequeños, las personas mayores y las trabajadoras que realizan un esfuerzo físico precisamente cuando las temperaturas son más altas. En este artículo hablamos de calor, pero el estrés térmico podría producirlo también el frío.
El punto más peligroso del estrés térmico para la salud se encontraría en el denominado “golpe de calor” (si habláramos de frío sería la hipotermia). En el caso de las personas trabajadoras, para llegar al golpe de calor se tienen que dar varias condiciones: temperatura (grados en un momento dado), calor radiante (sensación térmica relacionada con el calor corporal y las superficies que le rodean que emiten calor), humedad relativa (cuando mayor sea la humedad ambiental más dificultades tiene el sudor para enfriar el cuerpo), movimiento del aire (cuando la temperatura del aire es igual o mayor a la que posee la piel, es más difícil que el aire regule la temperatura corporal), actividad física (esta hace subir el calor corporal) y la ropa (generalmente las prendas de trabajo dificultan la evaporación del calor).
Los síntomas más relevantes del estrés térmico serían: intensa sensación de fatiga repentina, mareos e incluso desmayos, abundante sudoración que puede mantenerse varias horas, temperatura interna igual o mayor a los 38ºC, color de la orina oscuro, aceleración cardíaca; también pueden producirse alteraciones de la conducta como desorientación y pérdida de reflejos. Durante su jornada laboral, una persona sometida a altas temperaturas, puede llegar a perder alrededor del 1,5% de su peso.
La capacidad para desempeñar la actividad laboral se ve disminuida bajo las circunstancias citadas, lo que abre las puertas al posible accidente de trabajo. Este riesgo es real y se debe tener presente debido a las alteraciones físicas y psicológicas que se producen; la persona se distrae con facilidad por problemas de concentración en su tarea y a que el cansancio aumenta con la temperatura; así mismo, la propia trabajadora puede llegar a descuidar su seguridad personal en el desempeño de sus tareas. Además, está irritable, irascible, duerme mal, lo que aumenta el malestar e incluso la agresividad.
En conclusión, tenemos a corto plazo un reto a afrontar –si la tendencia a aumentar las temperaturas se mantiene–, reto que hasta ahora no se ha tenido suficientemente en cuenta, salvo de un modo puntual, entre otras cosas porque no estaba presente en nuestra vida cotidiana. Han sido las muertes de personas provocadas por los golpes de calor lo que ha puesto sobre la mesa su relevancia.
Ángel E. Lejarriaga
Fuente: Rojo y Negro