Artículo publicado en Rojo y Negro nº 383 de noviembre
Comentarios sobre el artículo de Ester M., “¿Los tíos ya no pueden decir nada?”, publicado en Rojo y Negro nº 380 (julio-agosto 2023). Palabras pensadas y dirigidas principalmente a los tíos libertarios de la Organización.
Si bien, para muchos de los hombres libertarios, la pregunta que da título al artículo de Ester M. “¿Los tíos ya no pueden decir nada?” la respuesta queda investida de un lenguaje políticamente correcto de igualdad para con las mujeres cuando debatimos públicamente en los espacios mixtos; sin embargo, en el interior de las fraternidades únicamente masculinas, la pregunta toma un cariz —no en todos los tíos pero sí en demasiadas ocasiones— de una explícita sorpresa misógina entre pares en busca de complicidad con la idea implícita de que “las mujeres nos han declarado la guerra, ¡están sacando los pies del tiesto!”.
Vaya por delante que quien hace los siguientes comentarios es un hombre CIS, hetero, blanco y jubilado, esto es: un hombre al que muches pueden calificar como “señoro”. Propongo comentar dos de las preguntas que hace la autora del artículo de referencia y, además, añadiré otra pregunta que, sin ser de mi cosecha individual, formularé al final dirigida a todos los tíos CIS-hetero.
La primera y pertinente pregunta que propone el artículo de Ester M. es ¿dónde se supone que deja el feminismo a los hombres? Una pregunta incómoda para todos los hombres porque nos interpela directamente sobre qué hacer con nuestros privilegios, esos que la jerarquía heteropatriarcal nos adjudica y naturaliza desde el nacimiento. Nos cuesta entender y asumir que, históricamente, la maldad empresarial y el privilegio masculino están íntimamente conectados ya que somos beneficiarios cotidianos de esta construcción social heteropatriarcal y capitalista; nos cuesta asumir lo que expresa S. Federicci, cuando dice que de los trabajos de cuidados que realizan las mujeres “el capitalismo ha obtenido y obtiene dinero de lo que cocinamos, sonreímos y follamos”.
Asumir la actualidad de lo que planteaba L. S. Saornil sobre el imaginario que tenían la mayoría de sus compañeros: “…una mentalidad contaminada por las más características aberraciones burguesas. Mientras claman contra la propiedad son los más furibundos propietarios [en el hogar]”. Una mentalidad que está, hoy en día, reformulada en un antifeminismo no reconocido cuyos mimbres son una mezcla del feminismo de la “igualdad” (el de las femócratas instaladas en las instituciones estatales, C. Calvo por ej.) y la creencia de que los anarquistas, por el mero hecho de declararnos orgullosamente amantes de la libertad, automáticamente nos convierte en feministas y nos salva de las actitudes machistas que se reproducen siempre fuera de nuestros ámbitos.
La segunda pregunta que formula Ester M. en su artículo es ¿se puede opinar sobre feminismo siendo hombre? y la respuesta que da es que ningún señoro, ningún hombre, debería arrogarse ser la voz del feminismo.
Nuestro papel no es el de protagonizar ninguna voz ajena y sí es el de, humildemente, desterrar de nosotros mismos esa actitud de acaparar la centralidad de los “opinadores todólogos” y rechazar nuestro paternalista y condescendiente hábito de “enseñar y corregir” a las compañeras, hermanas, amantes, madres, etc., tratándolas como menores de edad en un fatuo intento, muy masculino por cierto, de minusvalorar y ridiculizar la autonomía y fuerza transformadora de todas ellas. Esta pérdida de centralidad hace que se produzcan algunas manifestaciones, cercanas —inconscientemente— al fascismo, en las que algunos señores supuestos libertarios añoran airadamente la tradición heteropatriarcal, arrogándose el papel de alarmadas víctimas de una paranoica maquinación de ingeniería social castradora de los varones por las feministas, ya que, según ellos, los avances transformadores de la revolución transfeminista suponen “el fin de la humanidad” y “… la liquidación de los hombres y la virilidad, ya que la masculinidad se trata de manera rutinaria dentro del mundillo femifascista como una enfermedad que requeriría algún tipo de terapia”.
Entonces ¿no ser la voz del feminismo, nos arrincona a los hombres CIS-hetero en el oscuro papel de eunucos o en el de mudos y/o culpables espectadores de las luchas transfeministas?
En los espacios no mixtos de hombres lo que tratamos de decir no está dirigido a las mujeres. En reflexiones colectivas tratamos de decirnos cómo desaprender el machismo por el que se nos ha socializado. Así que no aspiramos ser la voz sino la escucha activa, autocrítica y responsable ante las demandas realizadas por los discursos, experiencias y luchas transfeministas y, entre les hombres libertaries que participamos en esos grupos, en la conjugación de estas demandas con las realizadas por las compañeras anarcofeministas, alejándonos así del papel que busca la hegemonía de una masculinidad posfordista de “majos y modernitos hombres CIS-hetero” (una propuesta de masculinidad buenista de la socialdemocracia posmoderna en la que hasta sectores de la derecha neoliberal se llegan a sentir cómodos y tratan de asumir).
Si el núcleo del pensamiento feminista es desnaturalizar, problematizar y politizar la opresión heteropatriarcal, algunos libertarios, en estos grupos de hombres, tratamos de desaprender, de desarmar, en definitiva, de deconstruir desde la raíz nuestra naturalizada identidad CIS-hetero que nos constituye y que tan funcional es para engrasar el funcionamiento de esta escandalosa sociedad en la que vivimos (explotadora, misógina, tránsfoba, ecocida, homófoba, individualista y competitiva, racista, militarista, etc.) fruto de la dominación del Estado, el capitalismo y el heteropatriarcado.
Desde esta perspectiva, como libertarios, no buscaríamos nuestra identidad verdadera y natural sino indagar y deconstruir nuestro ser CIS-hetero como un producto de dominación, fundamentalmente histórico y social, para ir creando, para ir construyéndonos en el presente, personal y políticamente. Que nuestras prácticas como libertaries sean armónicas con la libertad, la diversidad y la democracia directa, la igualdad y el apoyo mutuo, pero no en un futuro lejano.
Reconociendo, eso sí, que si se realizan nuestras aspiraciones, si es que se hacen realidad, lo hacen a trancas y barrancas, confundiéndonos, equivocándonos y rindiéndonos de nosotros mismos, ya que lo importante es que nuestro impulso no se detiene en lo que ha hecho de nosotros la sociedad heteropatriacal, el capitalismo y el Estado, sino lo que nosotros mismos hacemos de lo que ha hecho de nosotros esta escandalosa sociedad.
Gerardo Romero
Fuente: Rojo y Negro