Hace 60 años, de forma unilateral y violando la Resolución de la ONU 1 por la que se establecía la partición de Palestina, los dirigentes sionistas, encabezados por David Ben Gurión, proclamaban bajo un gran retrato de Theodor Herz, la creación del Estado judío de Israel.
Veamos sucintamente lo que en 2008 se celebra entre los judíos sionistas de todo el mundo apoyados por los Estados democráticos de occidente.
En primer lugar, celebran el arrasamiento y aniquilación de más de seiscientas ciudades y pueblos palestinos y el asesinato en masa de miles de campesinos, tras una terrible campaña llevada a cabo por organizaciones paramilitares terroristas como las Haganah, Stern e Irgun para hacer posible la creación del estado sionista judío.
Celebran la colonización de más del 80 % del territorio palestino sobre las ruinas de las ciudades, pueblos y aldeas de la Palestina histórica y la expulsión de 700.000 mujeres, hombres, niños y ancianos que las habitaban desde siglos.
Festejan una ocupación militar de 40 años, sin parangón en la historia moderna, que arrebata tierras, establece medidas restrictivas para el movimiento de los palestinos que se resisten a las coacciones, y lleva a cabo un metódico plan de expansión de las colonias sionistas.
Rememoran una pretendida guerra de independencia que no fue sino una despiadada guerra de conquista y despojo, de expolio y terror. Una guerra de ocupación que mantiene todavía los territorios ocupados.
Conmemoran el mito de una patria judía establecida en territorio poblado por palestinos durante siglos, y el desarraigo y expulsión de centenares de miles de ciudadanos de Palestina, mediante la amenaza, la coacción y la fuerza militar aplicadas con la máxima crueldad imaginable.
Celebran, en resumen, el establecimiento de un Estado racista, instituido sobre la base de unos pretendidos derechos de origen divino, y en el que la ciudadanía y los derechos que proclama sólo afectan a los profesos de religión judía.
Un Estado que discrimina, como no se había vuelto a ver desde la Sudáfrica del apartheid, a sus ciudadanos negros (no judíos) y crea un sistema de separación total : Carreteras exclusivas para judíos, propiedad de la tierra reservada para ellos, puestos de control y exigencias de permisos para el desplazamiento de los palestinos, diferentes documentos de identidad para unos y otros, placas de matrículas de distinto color y finalmente un muro de la vergüenza, condenado por el Tribunal Internacional de Justicia pero aplaudido y apoyado por las llamadas democracias occidentales.
Un Estado que somete a un cerco feroz, al mayor campo de concentración existente en el planeta, con una población de un millón y medio de seres humanos encerrados y hacinados en la franja de Gaza, a los que someten diariamente al terrible e ilegal castigo colectivo de los ataques indiscriminados con misiles y todo tipo de armamento moderno, frente a unos casi inofensivos cohetes artesanales de la resistencia palestina a la ocupación. Un Estado que corta los suministros esenciales a esa población asediada, desde la electricidad y los carburantes básicos, al abastecimiento de medicamentos y material sanitario de primera necesidad.
Un Estado que viola sistemáticamente los derechos humanos de la población ocupada militarmente ; que ignora e incumple las Resoluciones de la ONU 3 desde hace seis décadas, las Convenciones de Ginebra y el derecho internacional.
Un Estado que lleva a cabo campañas de demolición de casas palestinas, que ha arrancado centenares de miles de olivos milenarios- base de la economía familiar de los palestinos. Un Estado que ha desmantelado el sistema educativo de Palestina, desde la enseñanza primaria a la universitaria, que impide el acceso a los centros educativos, los cierra o, llegado el caso, no le tiembla el pulso al ordenar bombardearlos.
Un Estado que mantiene en sus cárceles, sin cargos ni procesos judiciales, a decenas de miles de palestinos que se resisten a los hechos consumados y a las vejaciones y acosos a los que permanentemente se ven sometidos.
Un Estado que niega el derecho al retorno a los palestinos expulsados en 1948 y a sus descendientes, y acoge, por el contrario, a todo judío, hijo de judía o converso al judaísmo de cualquier parte del mundo4, sin el menor arraigo ni conocimiento de la tierra en la que se le acoge por el simple hecho de pertenecer a una religión que se ha convertido en raza o signo de ciudadanía.
Todo eso y más celebra Israel, acompañada por dignatarios del mundo occidental, cómplices de sus crímenes contra la humanidad, que hoy se reúnen en Tel Aviv mientras los palestinos, masacrados, expoliados, discriminados, engañados y humillados por esos mismos gobernantes de occidente, resisten y no se pliegan a los deseos israelíes de borrarlos del mapa. Ellos, sí que padecen un genocidio lento pero metódico5. No los sionistas israelíes que día a día extienden sus colonias por la fuerza y amplían su territorio ante la impasibilidad del resto del mundo occidental.