Artículo de opinión de Rafael Cid
Desde el mismo día en que Carles Puigdemont dio calabazas al texto que tenía preparado sobre la declaración de independencia, asistimos a una calculada ceremonia de la confusión que aún persiste. Aquel “donde dije digo digo Diego” del president, pasando de la verbalización de la soberanía a su inmediata enajenación no solo dejó pasmada a media Catalunya. Era el principio de una partida de dominó que no se sabe bien dónde parará.
Desde el mismo día en que Carles Puigdemont dio calabazas al texto que tenía preparado sobre la declaración de independencia, asistimos a una calculada ceremonia de la confusión que aún persiste. Aquel “donde dije digo digo Diego” del president, pasando de la verbalización de la soberanía a su inmediata enajenación no solo dejó pasmada a media Catalunya. Era el principio de una partida de dominó que no se sabe bien dónde parará. Los sucesivos movimientos del molt honorable, casi siempre ejecutados en la intimidad de su conciencia, parecen diseñados para erigirse en el supremo decididor. Después de ese “quieto paraos” independentista, Puigdemont ha resuelto el pressing de Moncloa como si aún tuviera algún comodín en su bocamanga. Veamos:
-El lunes 16 Puigdemont respondió al requerimiento del gobierno exigiendo un sí o un no claro sobre la declaración de independencia con una larga cambiada. Ni sí ni no sino todo lo contrario. Sabía que la demanda de Rajoy era ex ante de la espada de Damocles del artículo 155 y barajaba ganar tiempo. Nada que declarar, pues.
-El siguiente emplazamiento, el del jueves 19, tuvo otro cariz. Era un ultimátum en toda regla para revertir la Ley de Referéndum y la Ley de Transitoriedad, anuladas por el Tribunal Constitucional (TC). Y entonces Puigdemont respondió con concreción y diligencia. Pero lo hizo a destiempo, a la petición de la carta anterior. Por eso su rotundo “está suspensión continua vigente” desmerecía de eficacia derogatoria. Ya se había pasado esa página.
– Sin embargo la confirmación en diferido de que no se había declarado la independencia en cumplimiento del “mandato popular” expresado en referéndum, liberaba un misil sin dirección hasta entonces solapado. Envuelto en una amenaza teatral, Puigdemont avanzaba la hipótesis de que “el Parlamento de Catalunya, “podría proceder, si lo estima oportuno, a votar la declaración formal de la independencia que no votó el día 10 de octubre”.
-Un elemento que choca con los trámites inmanentes al procés de desconexión. Ni en el pleno del gatillazo del 10-O Puigdemont planteó ninguna votación ni tal requisito figura en la Ley de Transitoriedad de referencia. Por tanto, ¿a qué viene ahora pasar el testigo del chupinazo definitivo a una cámara fracturada, con el evidente efecto de visualizar urbi et orbi la debilidad intrínseca del rodillo independentista? Aunque también cabe la posibilidad de que Puigdemont se inspire en lo ocurrido al gobierno del Reino Unido (que jamás pensó en “suspender” nada) con el Brexit, obligado por el Tribunal Supremo a someter la activación del “mandato popular” a la aprobación del parlamento.
-El viernes 20, el ejecutivo del PP, con el firme apoyo de las instituciones europeas, admite que ha llegado a un consenso con el PSOE y Ciudadanos para imponer unas elecciones autonómicas en Catalunya con la protestas de la intervención del 155. Se entiende que serán unos comicios sin contenido constituyente. Un begín of begín respecto al planteamiento de las elecciones del 27-S de 2015, gestadas bajo el compromiso del proyecto independentista.
-Entre tanto, en otra pista de mismo escenario, la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela metía en la cárcel a los principales representantes de la movilización por “el derecho a decidir” de la sociedad civil, los dos Jordis, mientras dejaba en libertad al mayor de los mossos, Trapero, sin que la fiscalía recurriera la medida. Como resumen tenemos un tobogán de acciones judiciales y administrativas contra personas de inferior nivel, simples mandados, mientras los grandes protagonistas políticos de la tangana siguen libres y operativos. Segundos fuera, quemados en la gresca de los jefes; líderes en activo.
-En el frente exterior, la campaña de guerrilla económica, con la riada de deslocalizaciones exprés de bancos y multinacionales, empezaba a tener consecuencias indeseadas para la Marca España. La cara B de esa estampida evidenciaba a la remanguillé que no hay rosa sin espinas. Empezaba a ser como salir de Málaga para caer en Malagón. El anticatalanismo tradicionalmente fomentado por la derecha centralista carecía de la sutileza necesaria para librar de ese hostigamiento a las empresas “renegadas” del procés. Los rescoldos de aquel “boicot al cava” de antaño persisten en el inconsciente colectivo y pueden estigmatizar a las firmas contraindependentistas que trabajan cara al público en el corralito españolista. Fuego amigo.
En semejante maremágnun, con un Rajoy enarbolando el 155 con el indispensable auxilio de Pedro Sánchez, Albert Rivera y el Rey Felipe VI, y un Puigdemont sometido al envite cruzado de la CUP y la rebelión de la calle, la única vía de escape parece un armisticio donde no queden ni vencedores ni vencidos. Y esa salida por la tangente solo puede articularse a través de la convocatoria de unas elecciones autonómicas a satisfacción de ambos contendientes. ¿Imposible? No, soplar y sorber al mismo tiempo. Basta con construir social y simbólicamente una sinécdoque del choque de trenes que no se produjo. ¿Cómo? Haciendo que Puigdemont se meta un gol en su propia puerta pero presentándolo como una derrota heroica o una victoria pírrica. Una suerte de Tsipras épico ejecutado en el segundo de descuento previo a que el Senado de su plácet para la entrada en vigor del 155 el próximo 27 de octubre.
Para ello se necesitaría que en el próximo pleno del Parlament (¿el superviernes 27-O o la víspera de autos?) para “votar la declaración formal de la independencia que no votó el día 10 de octubre” (¿aceptando que sea secreto?) compute un número suficiente de tránsfugas en JxPSi para que el bloque independentista pierda el escrutinio (siempre que gente del CSQP, que está contra el independentismo y el 155, se sume al no). Cosa muy difícil pero no imposible, en la estela de lo ocurrido con la rebelión de algunos diputados británicos cuando el Tribunal Supremo obligó a su Parlamento a activar el Brexit.
O una alternativa más viable: que se troque la desconexión por una disolución de la cámara pilotada desde la Generalitat o un gobierno de concentración con los aliados institucionales de “los comunes” que, con el talante de Sísifo, aventure una hoja de ruta hacia un “referéndum con garantías” (una variable de la geringonça portuguesa con seny) . Este corrimiento forzado es lo que buscaría la aprobación de un artículo 155 duro, con destitución del presidente legítimo de la Generalitat y de todo su Govern, lo más parecido a un “estado de excepción” indoloro pero no insípido. Estamos ante el famoso “juego del gallina” aplicado con éxito para la Troika en la Grecia del rescate. De hecho la Fiscalía (o sea el brazo judicial del gobierno) todavía no ha plasmado su querella contra el pre-destituido Puigdemont, a la espera de recibir órdenes.
Un proceso cremallera que se remataría en última instancia con la constitución de una nueva mayoría política sin la CUP, que al final se encuentra ante el dilema de tragar los desplantes de Puigdemot o romper la baraja y pasar a la historia como el villano que quebró el consenso que activaba el referéndum. Así, su República socialista, confederal, internacionalista, feminista y ecológicamente sostenible tendrá que esperar y su sustituto sería un bloque social-catalanista de nueva planta en base a PDeCAT, ERC y los Comunes. Un procés reprocesado. El “derecho a decidir de ellos”. De arriba-abajo. Por imperativo legal.
Ceteis paribus (si lo demás no cambia).
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid