A las 9 horas y 40 minutos del 2 de marzo de 1974, Salvador Puig Antich fue agarrotado en el patio de la cárcel Modelo de Barcelona. Tenía veinticinco años y se le había condenado a muerte en el consejo de guerra celebrado el 8 de enero de 1974 como autor de la muerte del subinspector de polícia Francisco Anguas Barragán, un joven de 24 años que estaba a punto de casarse.
El mismo día y, aproximadamente a la misma hora y en Tarragona, también fue ejecutado el apátrida de origen polaco Heinz Chez por haber asesinado a un Guardia Civil. Ambas ejecuciones se produjeron el mismo día porque las autoridades franquistas pretendían equiparar las trayectorias y las actividades de ambos reos, que en realidad nada tenían que ver, ni siquiera se conocían entre sí.
Salvador Puig Antich era un joven que formaba parte del grupúsculo anarquista -muy activo en los últimos años sesenta y primeros setenta- llamado MIL (Movimiento Ibérico de Liberación). El MIL era esencialmente un movimiento antidogmático, partidario de una democracia directa y total y muy crítico con la organización leninista de los partidos y sindicatos. Sus miembros, jóvenes caracterizados por un antifranquismo instintivo y una valentía inusitada a la hora de llevar a cabo acciones, habían certificado prácticamente la autodisolución del grupo cuando se produjo la detención de Puig Antich, el 25 de septiembre de 1973. La principal actividad del MIL consistía en las autodenominadas “apropiaciones”, que no eran más que atracos a sucursales de Bancos y Cajas de Ahorro, sobre todo en Barcelona y su cinturón industrial. Con el dinero -abundante- que conseguían mediante los atracos, los miembros del MIL compraban armas -en muchos casos a ETA- de extraordinaria calidad, potenciaban el aparato de propaganda con la publicación de panfletos y opúsculos, creaban una red de pisos francos de alquiler y, finalmente, se liberaban de trabajar en otras empresas : vivían del producto de sus atracos. La base ideológica del grupo estaba muy cercana al anarquismo, sobre todo en el rechazo a cualquier tipo de autoridad, viniese de donde viniese, hecho que les alejo considerablemente de otras organizaciones -tal vez más eficaces en su lucha- como los sindicatos o los partidos políticos de izquierda, todos ellos también en la clandestinidad.
Las acciones del MIL, esto es los atracos, eran de una eficacia fuera de lo común, y hasta el 2 de marzo de 1973 no tuvieron realmente problemas con la policía. Tras el asalto a una sucursal del Banco Hispano Americano hubo un tiroteo y la policía consiguió identificar la matrícula de un vehículo que había alquilado Jordi Solé Sugranyes. El cerco alrededor del MIL comenzó a estrecharse a partir de ese momento.
Los hechos que siguen están perfectamente narrados en un libro fundamental -y creemos que definitivo- para conocer la vida, tracyectoria y muerte de Salvador Puig Antich : “Cuenta atrás”, escrito por el periodista Francesc Escribano. La policía tenía la pista de Santi Soler Amigó, un joven miembro del MIL que estaba a punto de partir hacia Toulouse cuando fue detenido el 24 de septiembre. Tenía que entrevistarse con Xavier Garriga al día siguiente para partir a Francia con algunos compañeros más. Después de registrar la casa de Santi Soler en busca de armas y al no hallarlas, la policía le traslado a la comisaría de Vía Layetana, de infausto recuerdo para cualquier antifranquista de la época. Allí consiguieron que Santi Soler hablase de la cita que tenía al día siguiente con sus compañeros. Los procedimientos con los que la policía obtuvo información no son difíciles de imaginar. Y el día 25, ocurrió todo.
La cita era a las seis de la tarde en el Bar Funicular, en la esquina de las calles Girona y Consell de Cent. A Garriga y Salvador Puig Antich les esperaba Santi Soler, acodado en la barra del bar y rodeado de policías de paisano. Todo sucedió muy deprisa. Poco antes de entrar al bar y ya identificados por el jefe del grupo, el inspector Bocigas, Garriga y Puig eran detenidos. Si el primero no ofreció resistencia a los policías que lo apresaban, Salvador Puig Antich reaccionó ante la detención revolviéndose con una violencia que los policías no habían llegado siquiera a sospechar. Hicieron falta cuatro agentes para reducirlo y también tuvieron que golpearle repetidas veces en la cabeza con la culata de una pistola. Ante el escándalo que se había producido en la calle con vecinos asomados a los balcones y el tráfico detenido y repleto de curiosos, los policías decidieron efectuar la detención en una tienda de comestibles cercana, El Belén. El propietario se negó a abrir la puerta porque sospechaba que se trataba de una reyerta entre delincuentes. Los seis policías y sus tres detenidos entraron a un portal próximo, el número 70 de la calle Girona. Y en el anonimato de un portal de vecindad vacío de testigos y de curiosos, sucedió la tragedia que llevaría a Puig Antich al garrote vil seis meses después.
A Salvador Puig Antich le incautaron una navaja y una pistola. Garriga intentó escapar y fue apaleado y pateado por cuatro policías, tras zancadillearle un transeúnte y echarlo al suelo. En ese instante de confusión, cuando sobre Salvador sólo había dos policías, se produjo el tiroteo. Salvador Puig sacó otra pistola -los integrantes del MIL siempre llevaban dos armas encima- y disparó al bulto. Tras el intercambio de disparos había dos cuerpos tendidos en el suelo del portal : Salvador Puig Antich, gravemente herido, y el inspector Francisco Anguas, muerto. Después del caos, poco a poco fue reordenándose la situación. Llegaron coches patrulla y ambulancias. Santi Soler y Xavier Garriga fueron conducidos a la comisaría de Vía Laietana, y Salvador Puig Antich al Hospital Clínico.
A partir de aquí, un Consejo de Guerra cuya instrucción estuvo plagada de irregularidades y el final por todos conocido. Entre las múltiples irregularidades destaca el distinto número de casquillos encontrado en el portal y el que hicieron constar los policías en su informe ; según éste, en la refriega sólo llegó a dispararse la pistola de Puig Antich. Por otro lado, la policía también afirmó haber esposado a Xavier Garriga, y se demostró que los policías no llevaban esposas a la hora de proceder a las detenciones : esperaban sólo a Garriga y éste era considerado un teórico ; pensaban que no iría armado, ni mucho menos acompañado por su compañero. Por último, la autopsia del subinspector Anguas se hizo en la misma comisaría de Vía Laietana, y nunca se llegó a saber a ciencia cierta si la bala que le había matado salió de la pistola de Puig Antich.
De nada sirvieron las múltiples gestiones del abogado Oriol Arau para que el proceso se trasladara a la jurisdicción civil y así evitar el temido Consejo de Guerra. Si las cosas estaban feas para el condenado, mucho más lo estuvieron tras el atentado de ETA que acabó con el Almirante Carrero Blanco en diciembre de 1973. El franquismo iba a mostrarse extraordinariamente duro con cualquier condenado a muerte por delitos de sangre y así ocurrió. El mismo Puig Antich llegó a decir en prisión : “ETA me ha matado”.
La última noche de su vida la pasó con sus tres hermanas y su abogado, escribiendo cartas y en un ambiente preñado de risas y bromas nerviosas. Oriol Arau intentó por todos los medios que la noticia de la inminente ejecución trascendiera a la opinión pública, pero poca gente estaba enterada, mucho menos movilizada. De la misma forma que las numerosas peticiones de indulto dirigidas al General Franco no obtuvieron ninguna respuesta. Tampoco faltaron las demostraciones de mal gusto y falta de respeto por parte de los carceleros. Preguntaron a las hermanas si tenían nicho para enterrarlo. La hermana mayor, Inma, furiosa, les respondió : “Vosotros lo matáis, vosotros lo enterráis.”
Al día siguiente, algunos consulados españoles en Europa fueron apedreados, pero la ejecución de Salvador Puig Antich no tuvo la trascendencia que tendrían un año más tarde, los fusilamientos de miembros de ETA y el FRAP, cuando se llegó a la retirada de embajadores. La memoria y la reivindicación de la personalidad de Puig Antich ha ido, sin embargo, creciendo con el paso de los años, y con motivo del trigésimo aniversario de su ejecución, su figura volverá a ser recordada como el integrante de un grupo antifranquista y revolucionario que tuvo toda la mala suerte del mundo. Sin ir más lejos, los miembros del MIL que estaban presos salieron de la cárcel en 1976 con la promulgación de la primera amnistía.
En una entrevista con Xavier Vinader, el abogado Oriol Arau declaró que las últimas palabras que pronunció Salvador Puig Antich en su despedida, mientras se abrazaban, fueron : “Adéu, guapo”. Y al juez instructor del Consejo de Guerra, teniente coronel Nemesio Álvarez, “majo, lo has conseguido.”
Fuente: Levante-EMV, 29/02/2005 Andrés Pau, Valencia. Obtenido de Indymedia Barcelona