Vivimos en un país dónde el gasto social ha caído en un 5 %, respecto al PIB, en los últimos diez años ; dónde el paro oficial alcanza a 2.164.100 personas, según la última EPA (Encuesta de Población Activa) ; dónde la temporalidad se sitúa cerca de un 40 % sobre el total de contratos, y la siniestralidad laboral (auténtico terrorismo patronal) ha provocado 1.487 muertes en accidente laboral durante 2003.
En su conjunto, todo esto manifiesta una situación catastrófica de los derechos laborales, situando todos los indicadores de la precariedad por encima del doble de la media de los países de la UE.
De manera especial los trabajadores jóvenes, las mujeres trabajadoras y los inmigrantes, forman actualmente los grupos de alto riesgo de abusos en el mundo del trabajo. Basta ver, como ejemplos, la contratación temporal instalada con más de un noventa por ciento de contratos a trabajadores menores de 25 años, la feminización de la economía sumergida y del paro (15’71 % de paro femenino, frente al 8,38 % del masculino, según los datos oficiales), además de más de un millón de trabajadores inmigrantes sin regularizar (que no salen en ningún dato oficial) que, víctimas de la Ley de Extranjería, trabajan sin derechos, en muchísimos de casos en condiciones de semi-esclavitud.
Es el mismo país en dónde las grandes empresas obtienen unos beneficios alrededor del 20%, (hay casos en la gran banca que llegan al 30 %), sobre el ejercicio anterior. Y dónde la especulación inmobiliaria, sin control, vampiriza la mayor parte de los presupuestos familiares a la hora de adquirir una vivienda. En función del beneficio privado capitalista, los trabajadores y trabajadoras se han convertido en simples objetos, sometidos por las leyes laborales, y en figuras prescindibles en primera instancia en operaciones diversas de especulación, ERE’s (Expedientes de Regulación de Ocupación, nombre eufemístico de los despidos masivos pactados), y cierre de empresas que, cada vez con más frecuencia, están motivados por los traslados de la producción a zonas o países con más precariedad laboral («deslocalizaciones»), buscando de manera rápida un aumento de los beneficios.
Esto demuestra que la precariedad y la siniestralidad laboral no han venido caídas del cielo : bien al contrario, son fruto de una relación de fuerzas absolutamente desequilibrada a favor de los intereses del capital. En otras palabras : hay una parte de la población, cada vez más numerosa, que es víctima de la precariedad laboral, mientras que hay otros que se aprovechan. A lo largo de los años, y en un marco de connivencia de la burocracia sindical con los distintos gobiernos, se ha ido reduciendo a los trabajadores a un papel de elementos subsidiarios de otros intereses, a través de los pactos sociales, de las reformas laborales y de la práctica totalidad del ordenamiento jurídico.
Desde la CGT señalamos la precariedad laboral y social, instalada de manera estructural en beneficio de una minoría, como uno de los principales problemas sociales, fuente prácticamente inagotable de abusos, desequilibrios, siniestralidad y muertes. Combatir esta lacra es responsabilidad directa de todas las organizaciones sociales, especialmente de los sindicatos y, para nosotros, la CGT, objetivo prioritario y eje central en esta Fiesta del Trabajo. Es necesaria, más que nunca, la participación y organización horizontal de la gente trabajadora, en función del objetivo común : pasar de ser objetos de la explotación, a ser sujetos de la historia.
* Secretario general de CGT-BALEARES
Primero de Mayo de 2004, Fiesta del Trabajo