A pesar de la tremenda riqueza gramatical que nos proporciona el castellano como idioma, entre sus recursos no disponemos de un modo verbal que conjugue y nos describa con precisión la situación tan esperpéntica a la que nos someten nuestros políticos.

Y eso, que es una situación de la que disfrutamos recurrentemente en el devenir de la leyenda negra de este país. Es tal su grosería que una posible localización se sitúa fuera del marco de la tabla los accidentes gramaticales del verbo. Como digo, la acción no es nueva: desgobernar. Su conjugación es lo que la diferencia, pudiendo ser su forma el “presente imperfecto”.

Y eso, que es una situación de la que disfrutamos recurrentemente en el devenir de la leyenda negra de este país. Es tal su grosería que una posible localización se sitúa fuera del marco de la tabla los accidentes gramaticales del verbo. Como digo, la acción no es nueva: desgobernar. Su conjugación es lo que la diferencia, pudiendo ser su forma el “presente imperfecto”. La ventaja, puesto que su aplicación es para los ventajistas, es que este presumible tiempo verbal engloba a los tres modos verbales reconocidos: el indicativo, ya que se desgobierna mediante acciones concretas y reales, que a su vez permiten la posibilidad de ese desgobierno con la autorización del subjuntivo, obligándonos, finalmente, a arrodillarnos ante el imperativo de su desgobernanza.

Si disfrutamos de este presente imperfecto, no es más que porque las estructuras políticas de este país han rechazado cualquier legitimidad distinta que otorgara a otros la posibilidad de desgobernar. Visto lo visto, cualquiera puede ejercer ese dominio de rapiña, fraude y corrupción. Lo único que se precisa es una falta absoluta de escrúpulos sociales, tal y como nos están demostrando la crispada bravuconería de la derecha cerril y una izquierda oficialista, clientelista y subyugada al placer de la corrupción sin ideales.

Volviendo a lo que nos interesa, la primera persona del presente del singular del presente imperfecto del verbo desgobernar se singulariza en la Constitución de 1978. Sancionada por un monarca no electo, y que, en su preámbulo, predica un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, además de afianzar el principio de soberanía popular, es el ejemplo más representativo de nuestra leyenda negra, el timo de la democracia. Por mucho que insistan desde la institucionalización del poder central nunca se ha articulado, ni mucho menos desarrollado, un proceso político que haya respondido históricamente a una construcción democrática coherente. ¿Cómo esperar o demandar estabilidad en unidades políticas carentes de transparencia?

Eso sí, la tercera persona del plural del presente imperfecto del tiempo conjugado –los representantes del franquismo-, a través de esa Carta Manga, establecen a la monarquía parlamentaria como forma de gobierno. Como vemos, nosotros, en primera persona del plural, sufrimos las prebendas de las oligarquías de rancio abolengo, que siempre han desgobernado en este país, a cuya cabeza, en la sombra o a plena luz, siempre se ha mantenido la monarquía.

No es cuestión de insistir sobre una figura en estado ruinoso, y no sólo físico, del que tanto se ha hablado y del que ya no merece la pena insistir. Tal es su declive, tal es su promoción actual. Vamos a centrarnos en nuestras instituciones y en sus actores, como representantes de la tercera persona del plural del tiempo que estamos conjugando, insisto. El espacio institucional, construido a su completa conveniencia, nos presenta un núcleo de figurantes que, al margen de eventuales conflictos y cacareos desde los mal perdidos escaños de la tribuna parlamentaria, tienen un interés quasi vital en no perder su posición y, por tanto, pretenden controlar, incluso limitar, el acceso a ese espacio a nuevos representantes. Esta comunidad de aprovechados y ventajistas se subdivide con frecuencia en diferentes coaliciones que, al mismo tiempo que luchan para hacer valer sus propios intereses o ideas, buscan asimismo diferenciarse de los individuos y grupos que operan en el exterior de ese espacio. Y entiéndase con esto, todos los grupos de presión, todos los partidos políticos minoritarios, las plataformas populares, las protestas espontaneas en la calle o cualquier modelo que este en desacuerdo con las premisas del presente imperfecto que también recitan. Lo que no se alinea o no está en armonía con su pensamiento se construye casi como el enemigo

Por lo tanto, no es inhabitual que los actores del espacio de esta política pública determinada por su carácter neoliberal, conservador y capitalista, acaben desarrollando un lenguaje propio y coherente con su política, controlando los circuitos de información o intentando evitar una politización real de esa política que podría conllevar el riesgo de tener que dar explicaciones de sus actos. Esta parte no está contemplada en este modo verbal reconocido, por eso es necesario el modo del presente imperfecto del verbo desgobernar, para describir sus continuos privilegios.

Nos corresponde vivir inmersos en un panorama político que nos está sometido a una fortísima fractura social, que de ninguna manera ha concluido a pesar del elevado número de parados, de los desahucios y suicidios, del fraude y la corrupción consentida por la desgobernanza a la que nos someten las clases dirigentes. La especialización del cuerpo político ha influido en la falta de transparencia y control democrático debidos a la tecnificación defensiva, riesgo de coleguismo y rotación de miembros de los grandes cuerpos entre el sector público y privado, lo que ha generado problemas de transparencia en el régimen de incompatibilidades. Aquí es donde aparece la primera persona del singular del verbo conjugado: Rato, Urdangarín, Telefónica, la privatización de la sanidad, Blanco, la CAN, por citar algunos, han utilizado su situación de privilegio para garantizarse unos retiros de oro, sin que la justicia de este país depure su responsabilidad con un mínimo de decoro. Aquí es donde podemos añadir las formas no personales del verbo desgobernar: desgobernando (gerundio) a los desgobernados (participio).

Pero ahora hay muestras evidentes de que todo lo conocido está cambiando de un modo impredecible. La mayoría estamos sometidos a la dominación del sistema económico de la globalización, donde muchos de nosotros no estamos dispuestos a esperar ni a soportar por más tiempo las tutelas de semejante especie, aun si su aspecto es bienintencionado. En este clima de efervescencia política –aunque sea por corrupción- y de agitación de masas –aunque sea todavía débil-, que sobrepasa el espacio local hasta llegar a la escala planetaria, la redistribución puede resultar muy atractiva para “los condenados de la tierra”, como los llamó el ideólogo principal del tercermundismo Frantz Fanon, haciendo referencia a los millones de personas pobres, analfabetas, explotadas que pueden sentir la tentación de entregarse a un revanchismo irreprimible, tomando como modelo, guía y salvador el decrecimiento del primer mundo.

Tenemos que tener en mente que este sistema nos conduce a una única condición común: la de la pobreza generalizada, el atraso tecnológico, la corrupción política, la explotación económica, la desigualdad social, la malversación de recursos, la elevada mortalidad, la ausencia de sanidad; es decir la violencia estructural acuñada por Johan Galtung, y de la que nos creíamos completamente a salvo.

Los ciclos en la política no están condicionados necesariamente por los años naturales, a veces ni siquiera por las próximas elecciones, sino que dependen del resultado, y muy especialmente de los políticos y de naturalmente del sistema político que se emplee. ¿Qué sucede si la realidad contradice los prejuicios, sentimientos, valores, hipótesis, del sistema o de aquél que paga su trabajo? Éste puede sentirse tentado de seleccionar sólo aquellos datos que refuercen sus hipótesis, o también de reacomodarla verbalmente para que la realidad ofrezca un aspecto diferente al que tiene: el presente imperfecto.

Julian Zubieta Martinez


Fuente: Julian Zubieta Martinez