"Es difícil prever el futuro. Sin embargo, rotas todas las reglas del juego, cortadas todas las líneas rojas, es necesario plantear la articulación de nuevas alternativas políticas"
De manera prácticamente clandestina, aparecen algunas noticias sobre la gran epidemia de suicidios con la crisis económica como telón de fondo. La avalancha del fenómeno, y su silenciamiento, recuerdan la época de la opresión totalitaria del comunismo y algunos episodios de la ocupación nazi.
De manera prácticamente clandestina, aparecen algunas noticias sobre la gran epidemia de suicidios con la crisis económica como telón de fondo. La avalancha del fenómeno, y su silenciamiento, recuerdan la época de la opresión totalitaria del comunismo y algunos episodios de la ocupación nazi. Y de hecho, el ambiente mantiene numerosas coincidencias, una atmósfera de terror permanente, una constante de propaganda gubernamental de mensajes optimistas que contrasta con la arbitrariedad de los hechos reales, la deriva de degradación económica y personal, una intensa e imparable descomposición social , una dinámica de «reformas» consistentes en estrechar el cerco contra la población civil y a sumir a la mayoría ciudadana en la incertidumbre, y una terrible sensación de impotencia a la hora de hacerle frente, entre una sensación de profunda orfandad política.
Desgraciadamente, las documentadas profecías de Naomi Klein sobre la «doctrina del shock» se han ido cumpliendo. La alianza entre las grandes fortunas y los núcleos duros de poder, parapetados tras el anonimato del mundo financiero, y los ideólogos neoliberales, cobijados debajo de laboratorios de ideas como la FAES, han utilizado la crisis económica para poner en marcha su oscura agenda política.
Una agenda que tiene como objetivo reforzar el poder de los mega-ricos sobre las sociedades occidentales, y que emplea como medio el aplastamiento sistemático del estado del bienestar, los derechos sociales, la seguridad económica, y el propio principio de existencia digna que aparece en la mayoría de constituciones. En otros términos, asistimos a la quema pública de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, surgida a finales de la Segunda Guerra Mundial, como reacción a la barbarie nazi. Un resultado, por otra parte, que hizo poco feliz el autoritarismo anglosajón (y partidarios de la libre empresa como Von Hayek y Milton Friedman) y aún menos los descendientes de una aristocracia prusiana de antiguos Junkers, hoy reconvertidos en las élites políticas y financieras que dominan Alemania. Y que en nuestro caso cuenta con el inestimable colaboracionismo de los herederos políticos e intelectuales del franquismo, y los seguidores incondicionales de Francesc Cambó, también llamados el «Vichy catalán».
Esta siniestra alianza ha decidido emular los grupos dominantes de un pueblo protestante del norte de Alemania donde nos han impuesto la vergüenza de una cinta blanca, tal como metaforiza de forma precisa el cineasta Michael Haeneke a la hora de indagar sobre los orígenes del nazismo. Es difícil prever el futuro. Sin embargo, rotas todas las reglas del juego, cortadas todas las líneas rojas, es necesario plantear la articulación de nuevas alternativas políticas.
Unas alternativas que deben pasar por un programa político radical y rupturista, que cuestione de raíz la configuración vigente del sistema social y económico, en un sentido de igualitarismo, de reversión del proceso de recortes, de derogación de las involutivas reformas económicas y laborales, que penalice el capital improductivo, socialice los bienes comunes privatizados y colectivizar el capital improductivo acumulado en pocas manos. Un nuevo sistema político fundamentado en la neutralización de los excesos de diferencias sociales. Y un nuevo modelo económico basado en el reparto de la riqueza y el trabajo. Más allá de este programa, que debería estar protagonizado por aquellos que han sido, en la práctica, desterrados de la democracia de partidos, un objetivo fundamental e irrenunciable debería contemplar la exigencia de responsabilidades respecto a este período de terrorismo social que tantos daños colaterales está causando. Y de eso ya tenemos un precedente.
De la misma manera que en Nuremberg se juzgaron, de forma retroactiva y sin consideración respecto de la obediencia debida o la legalidad abiertamente injusta, los autores materiales e intelectuales de los crímenes de guerra de la barbarie nazi, hay que plantearse un proceso contra quien hoy perpetra crímenes económicos, con sus consecuencias de destrucción de tejidos sociales y existencias individuales. Será difícil rehacer las vidas de personas empujadas injustamente hacia la marginación social y la pobreza a base de desahucios, privatizaciones, exclusión educativa, explotación laboral y desempleo endémica. Sin embargo, al igual que Nuremberg sirvió para aleccionar varias generaciones sobre la necesidad de combatir el mal, llevar a juicio a los ejecutores, inspiradores y avalistas de la destrucción del estado del bienestar debe convertirse en un acto pedagógico de justicia y reparación . Frente a los prevaricadores morales que hoy legislan y recortan, hay que plantearse un tribunal penal que alecciona nuevas generaciones sobre las consecuencias de banalizar los derechos humanos y sociales.
Xavier Díez
FUENTE: ELPUNTAVUI.CAT
http://www.cgtcatalunya.cat/spip.php?article7607
Fuente: Xavier Díez