Artículo publicado en Rojo y Negro nº 390 junio.

¿Qué pasaría si os dijera que el poliamor no va tanto de follar como cabría esperar? Podría parecer que si alguien lo que quiere es jugar con diversos genitales ajenos de manera habitual lo mejor que puede hacer es entrar en esto del poliamor. Pero nada más lejos de la realidad. Si lo que quieres es follar lo mejor que puedes hacer es permanecer en la soltería e instalarte Tinder o cualquiera de esas aplicaciones que ya se han comentado en diversas ocasiones y que no tocaremos mucho. Por desgracia (o no), el poliamor no va tanto de las cosas del follar como de las cosas del querer. ¿Quién lo iba a decir con ese nombre, verdad?

Quizá podríamos empezar por dejar de llamarlo poliamor porque, sin ser del todo incorrecto, tampoco es lo más exacto. “No monogamias éticas” es un término mucho más preciso porque abarca un montón de formas relacionales y que pone el foco en un lugar clave. Sí, José Luis, esa frase de “yo soy no monógamo pero mi mujer no lo sabe” es la antesala para una infidelidad de toda la vida que carece de toda clase de cuidados para con la otra persona y además se trata de camuflar con un halo de victimismo.
De eso va esta mierda, de ética frente a la barbarie del amor romántico. Y no es que las no monogamias éticas estén libres de sus propios problemas, contradicciones o complicaciones, pero si alguien conoce algún tipo de disidencia en cualquier ámbito que no le pase lo mismo, que nos lo haga saber. Aprender siempre está guay.
No monogamias éticas. Una vez que entramos en las disidencias relacionales tenemos tantas listas que podemos perder la cabeza: swingers, polisexualidad, poliamor (jerárquico o no), polifidelidad, anarquía relacional… Al final, en una relación monógama no sólo se entrega la exclusividad sexual a la otra persona, también la afectiva o, al menos, cierto tipo de exclusividad afectiva pues en las monogamias sí que se permite querer de una u otra manera a otras personas como amigues o familia (al menos en las monogamias sanas, obviamente). ¿Qué sentido tiene que podamos querer a más de un progenitor, de une hermane, abuele o une amigue, pero solo podamos tener una relación sexoafectiva? Pues mira, eso mejor preguntádselo a alguien que practique la monogamia porque yo no puedo ayudaros.

Primero lo del follar
Así que, al final, más importante que ponerle una u otra etiqueta a cada no monogamia existente (sin negarles la utilidad) resulta más interesante entender cómo se crearon dichas etiquetas y cómo estas (una vez más, al igual que cualquier disidencia) están atravesadas, aunque sea por contraposición, de la pura normatividad relacional. Gracias a la liberación sexual que se ha experimentado durante las últimas cinco o seis décadas, es más fácil alejarse de la monogamia tradicional desde el plano carnal que desde el emocional. Etiquetas como swingers o polisexualidad —nombres más concretos para la macroetiqueta de relaciones abiertas— beben directamente de este paradigma: tu pareja (palabra nada inocente, pues hace referencia a que la relación es de solo dos personas) puede follar con quien quiera, pero que se quede en sexo y nada más. El grado de esta norma varía mucho de una pareja a otra y puede ser que valga cualquier persona, amigues incluides, a que solo sea válido meterse en la cama con gente conocida por alguna aplicación de ligues o en un encuentro en el transporte público. O bueno, la famosa regla del kilometraje en la que se marca una distancia mínima que debe existir para que se pueda dar el folleteo fuera de la pareja.
Pero las relaciones humanas (por suerte) no solo consisten en follar. Ahí tenemos todo el espectro de la asexualidad, por ejemplo. Sí, espectro. Y es que existen diversos tipos de personas que podrían sentirse cómodas con esta etiqueta y, aunque lo primero que nos venga a la mente al oír hablar de la asexualidad es de alguien que no siente atracción sexual nunca, la verdad es que eso es bastante inexacto. No porque no haya personas así, que las hay, sino porque también hay un tipo de asexualidad que puede expresarse en no sentir deseo por otras personas pero sí cuando estamos soles, por ejemplo. O, sin ir más lejos, la demisexualidad, una etiqueta para aquellas personas que sienten nulo deseo sexual por aquellas personas con las que no comparten un vínculo: “No, es que, a mí, un cuerpo no me atrae. Necesito que haya algo más”, una frase que hemos oído todes de alguien alguna vez y que hemos normalizado, pero frente a lo que no teníamos nombre… pues ahí está el nombre y, sí, es un tipo de asexualidad.

Luego lo del querer
Tras lo carnal llega lo verdaderamente peliagudo de las relaciones no monógamas éticas: el querer. Y si nos hacemos estas dos preguntas ¿con toda persona que os podríais acostar os daríais la mano por la calle o mimos para dormir? ¿Y al revés? Salvo en la asexualidad arriba comentada, la mayoría de las respuestas suelen ir en la misma dirección que es básicamente que una noche de diversión genital puede ser fantástica, pero que por la calle no te voy a dar la mano. Quizá, por eso, las disidencias relacionales se han trabajado el que haya apertura en lo sentimental y no solo en lo sexual, suelen ser un poco más escasas y, sobre todo, acaban requiriendo más trabajo de deconstrucción. Y se producen dramas, muchos dramas. No voy a decir que haya más o menos que en una monogamia, pero sí que son distintos y que, rara vez, quienes transitamos estas relaciones tenemos modelos a nuestro alrededor que nos enseñen a gestionarlos.
Por explorar un poco estas disidencias, podríamos empezar con la de poliamor jerárquico. Aquí podemos aceptar que, igual que quieres a varies amigues o familiares, también puedes enamorarte de varias personas. Sin embargo, igual que tienes un familiar favorito también hay una pareja principal. Esta jerarquía relacional y la posibilidad de desarrollarse entre diversas relaciones depende mucho de un caso a otro y cada grupo de personas tendrá sus normas que pueden deberse, por ejemplo, a un tema de horarios, de prácticas, de convivencia… ¡A saber!
De aquí podíamos saltar al poliamor no jerárquico. Con el nombre creo que todo queda bastante claro. No hay parejas principales, igual que alguien puede no tener une hije favorite. Cada persona mantiene los vínculos sexoafectivos con quien quiere buscando no dañar a nadie en el proceso (recordemos lo de que son relaciones éticas). Mucho trabajo de deconstrucción, muchas conversaciones sobre lo que se puede hacer o no, más conversaciones aun reparando cagadas y descuidos y, si luego sobra tiempo (que suele ser que no), ya vendría el folleteo.
No siempre las personas metidas en una relación están vinculadas todas con todas. De hecho, no es para nada raro que sea así, cada cual va teniendo sus cositas y va disfrutando de la vida. Pero hay también quienes sí mantienen ese círculo algo más cerrado y todas las personas implicadas están vinculadas entre ellas. A esto se le llama polifidelidad. ¿Por qué ser dos en una pareja si podemos ser tres en una trieja o más?
Directamente, podríamos no hacer diferencia alguna entre los distintos tipos de relaciones, que cada relación sea única en sí misma, sin normas preestablecidas basándose en acuerdos individuales que a veces sean afectivos y a veces sexuales. Que las palabras amigue, pareja, novie o similar pierdan valor y que tan solo hablemos de los vínculos que nos unen a otres. Esto es la anarquía relacional, un ataque directo (como cualquier anarquía) al corazón del sistema relacional actual.

(Continuará)

Miguel Ángel de Cea

 


Fuente: Rojo y Negro