Artículo de opinión de Rafael Cid
Hasta estallar el conflicto ucraniano (no el de la <<operación militar especial>> del pasado 24 de febrero, que también, sino el de la anexión de Crimea por Rusia en 2014), en el terreno ideológico más pedestre imperaba la consigna <<el amigo de mi enemigo es mi enemigo, y viceversa>>. Provistos de ese viático se iba trajinando por los caminos trillados de la política internacional, con el resultado lógico de cebar un agujero negro mental que nos hacía más ciegos ante la barbarie dominante. Porque superado el discurso racional y llegado el momento de la discusión, el asunto se zanjaba con la dialéctica de los puños y las pistolas. <<Quien no está conmigo está contra mí>>, y santas pascuas. Sabido es que semejante tropismo argumental hociquea en la categorización fanática de Carl Schmitt que convierte al adversario en enemigo. Un atajo que deshumaniza y demoniza al oponente para justificar su eliminación. Y eso vale tanto para <<el eje del mal>> de George W. Bush como para el <<desnazificar y desmilitarizar>> de Vladimir Putin.
Sin embargo, la agresión militar a Ucrania por Rusia ha modificado esa rancia taxonomía. Por primera vez posturas enfrentadas, distintas y distantes, han sido seducidas por la misma causa. Aquí y ahora, sin dejar de ser lo que siempre han sido, posfascistas y poscomunistas aman a Putin. Como muestra ahí están Mélenchon, Lula da Silva, Corbyn, Gorbachov, el director norteamericano Oliver Stone y el papa Francisco (<<la OTAN ladrando en las fronteras de Rusia>>) en cohabitación con Le Pen (destruyó un millón de pasquines con Putin antes de las elecciones tras la criminal embestida del 24-F) , Salvini (solía lucir camiseta con la efigie del líder ruso), Bolsonaro (fue a Moscú para mostrar su adhesión a la invasión), Orbán, Solzhenitsin y el actor yanqui Steven Seagal (representante especial del ministerio de Exteriores ruso para las relaciones culturales con EEUU). La explicación de tanta aparente confusión resulta obvia: es más lo que les une que lo que les separa.
Les une el rechazo a la OTAN, un antiamericanismo recalcitrante y un euroescepticismo rampante. Eso como poco y en distintas dosis según el orden de actuación. Porque paradójicamente lo que les separa, en la práctica también les aproxima. Un espacio reaccionario que el pedestal del presidente de la segunda potencia nuclear del mundo logra galvanizar en positivo. De un lado está la percepción de los populistas de izquierda, proclives a entender el imperio de Vladimir Putin como legítimo y hasta orgulloso heredero de aquel socialismo de Estado que colapsó entre 1989-1991 (ciertamente haber sido coronel de la KGB en la RDA es un pedigrí que imprime carácter). Aunque la hoy Santa Rusia representa el capitalismo oligárquico más patriotero, coercitivo, patriarcal y machista del planeta (mafia y política juntas y revueltas). En sus antípodas se sitúan los populistas de derecha que reconocen en Putin al sepulturero del comunismo militante de la antigua URSS y al gran restaurador y benefactor de la Iglesia ortodoxa al servicio del nuevo Estado (el patriarca Kirill ha bendecido como Cruzada la cruenta intervención).
Por esa catenaria discurren tirios y troyanos a la hora de validar la operación militar especial del Kremlin (denominarla <<guerra>> implica penas de hasta 15 años de cárcel, lo mismo que informar sobre políticas de género). Unos y otros tienen razón por motivos equivocados, y aunque por el rabo, coinciden en ver la mano invisible de Putin contra Ucrania en clave libertadora. Sin ser tan flagrante, parecida simbiosis se ha producido también en el plano intelectual. Algunos destacados politólogos han incorporado a su relato la lógica equidistante de que han hecho gala las distintas tradiciones populistas. Bien adosando la guerra de Putin a los designios inconfesables de la Alianza Atlántica (¡No a la guerra! ¡No a la OTAN!), bien mostrándose contrario al suministro de armamento a Ucrania para piadosamente no <<alargar el conflicto>>.
El filósofo francés Alain Badiou, comunista y maoísta declarado, pertenece a la primera escuela de pensamiento, la del <<y tú más>> Tras reconocer que se trata de una acción injustificable, esgrime el agravio comparativo como excusa non petita :<< ¿Y cuando los americanos bombardearon Belgrado en 1999? ¿No había algo inaceptable ahí? ¿No habría habido que salir de la OTAN? Hay una disimetría total. ¿Qué fue a hacer el Ejército americano a Afganistán? ¿Por qué destruyó Irak? En el último periodo, los desperfectos internacionales principales no son obra de Rusia ni China, sino de las guerras del Ejército americano. Con nuestro apoyo. Ahora nos damos cuenta de que Ucrania es un país soberano. ¡Irak también era un país soberano!>> (El País, 22 de mayo 2022).
Otro activo del relativismo estratégico, en este caso próximo a la socialdemocracia, es Jürgen Habermas, el último exponente vivo de la Escuela de Frankfurt. Su tesis venía explicitada en un artículo reciente titulado ¿Hasta dónde apoyamos a Ucrania? , en el que se decantaba por una especie de nueva política de apaciguamiento por fuerza mayor. <<El dilema que pone a Europa en el peligroso brete de elegir entre dos males —la derrota de Ucrania o la conversión de un conflicto limitado en una tercera guerra mundial—es claro. Por una parte, de la Guerra Fría hemos aprendido que una guerra contra una potencia nuclear ya no puede ser “ganada” en ningún sentido razonable, al menos no con la fuerza militar en el plazo limitado de un conflicto caliente. La capacidad de amenaza nuclear significa que la parte amenazada, posea o no armas nucleares, no puede poner fin a la insoportable destrucción causada por la fuerza militar con una victoria, sino, en el mejor de los casos, con un compromiso que permita salvar la cara a ambas partes>> (El País, 7 de mayo de 2022).
La cínica sinceridad de Badiou y el pragmatismo atómico de Habermas ostentan parecidas carencias éticas. El filósofo alemán admitió sin reticencias la intervención de la OTAN al margen de la ONU en Yugoslavia, porque a su entender entonces primaba el imperativo del derecho a proteger (Bestialidad y humanidad. Una guerra en el límite entre derecho y moral). Acción que además supuso el bautismo de fuego de soldados germanos en el exterior por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Al cumplirse tres meses de la ocupación militar rusa, más de 6 millones de ucranianos han emigrado del país huyendo de los <<bombardeos de precisión>> de Putin, y la ONU lleva confirmado el hallazgo de más de 1.000 cadáveres solo en la zona de Bucha, en las cercanías de Kiev, muchos civiles y a consecuencia de ejecuciones sumarias.
Fuente: Rafael Cid