A José María Olaizola.

La reflexión que sigue está provocada por dos artículos de  José María Olaizola, ex-secretario general de la CGT, con el título genérico “La necesidad de organizarse los anarquistas”, que han sido publicados en diferentes medios ácratas, suscitando una importante polémica en ese ámbito. No me interesan las cuestiones personales referidas a J.M.O., que se han mezclado, contaminando en buena medida el debate que éste histórico militante anarquista pretende promover; tampoco me interesan las peleas históricas e internas de las dos grandes organizaciones anarcosindicalistas, CNT y CGT. Yo no soy militante de ninguna de esas organizaciones y, por tanto, ni tengo fundamento, ni voluntad alguna de inmiscuirme en sus peleas. Lo que me interesa es el fondo de la cuestión, porque la necesidad social de organizar la emancipación me parece prioritaria a la que pudieran sentir los anarcosindicalistas.

 

Considero que el anarquismo es hoy el núcleo teórico fundamental del socialismo, resistente al liberalismo en medio de la continuada derrota del resto de la izquierda, socialdemócrata o marxista. Aún así, es el socialismo con menos presencia e inserción en la sociedad contemporánea, que no pasa de ser una facción marginal en el conjunto de la izquierda.

Considero que el anarquismo es hoy el núcleo teórico fundamental del socialismo, resistente al liberalismo en medio de la continuada derrota del resto de la izquierda, socialdemócrata o marxista. Aún así, es el socialismo con menos presencia e inserción en la sociedad contemporánea, que no pasa de ser una facción marginal en el conjunto de la izquierda. La recurrencia de los últimos movimientos sociales a algunas ideas del anarquismo («Que no nos representan, que no», «Lo llaman democracia y no lo es», etc) no es un dato fiable que nos permita deducir su recuperación, en medio de una sociedad en la que la clase trabajadora se halla culturalmente colonizada por el pensamiento liberal-capitalista. Pero esos indicios nos indican que existe  un sustrato libertario -popular y muy primario, es cierto-, pero es el rescoldo que nos señala la pervivencia del anarquismo, la materia prima del trabajo revolucionario que hay por delante. 

Vengo trabajando en una larga, solitaria y continuada reflexión, que concierne necesariamente al anarquismo. Arranca del diagnóstico elaborado por Takis Fotopoulos acerca de la crisis multidimensional que identifica a la época en que vivimos. Este diagnóstico da en el clavo y es su principal aportación teórica en el marco del pensamiento libertario. Su diagnóstico va acompañado de una estrategia general con la que coincido básicamente y que apunta en el mismo sentido que dice Olaizola: hay que crear un movimiento libertario, simultáneamente universal y local, nítidamente anticapitalista y alejado del pensamiento relativista, identitario y fragmentario del postmodernismo que ha contaminado a toda la izquierda.

Al diagnóstico de Fotopoulos no tengo nada que añadir, aunque sí  a la estrategia que este intelectual griego enuncia como un “tránsito revolucionario hacia la democracia inclusiva”. Yo creo que sobra el adjetivo “inclusiva”. A primera vista, pudiera no parecer relevante esta omisión, y no lo es desde un punto de vista teórico (estoy plenamente de acuerdo con la idea de inclusividad de Fotopoulos),  yo me refiero a una relevancia exclusivamente estratégica. No se trata de confrontar la democracia “representativa”  con otro tipo de democracia (“directa”, “inclusiva”, etc), se trata de cuestionar la apropiación y falsificación sistémica del concepto democracia por el capitalismo. El liberalismo ha logrado que al sistema capitalista se le llame “economía” y “democracia” al sistema político oligocrático, por el mismo procedimiento publicitario y de monopolio con el que Nestlé logró que llamaramos  “danones” a todos los yogures.

Ahora, de lo que se trata es de utilizar las potentes contradicciones del capitalismo, aquellas que evidencian esa apropiación y falsedad democrática, utilizándolas a favor de una transición revolucionaria a la democracia sin apellidos, en su sentido originario, utópico y universal, que es el autogobierno de los iguales, un proyecto en permanente proceso de perfección y de código abierto, un proyecto que es de toda la humanidad, que a nadie pertenece. Buena parte de la sociedad sabe o sospecha la falsedad del sistema político al que el capitalismo llama “democracia”. La crisis multidimensional en la que vivimos sitúa esta falsedad sustancial en una contínua y escandalosa evidencia, que debemos aprovechar con inteligencia estratégica y con perfecta coherencia ética e ideológica.

Esta propuesta supone también un giro estratégico fundamental, de nuevo en total coincidencia con Fotopoulos, consistente en dejar de considerar a la revolución como una situación de cambio brusco y momentáneo, más o menos radical y violento, considerándola un proceso  permanente, de tránsito hacia la democracia, de continuada perfección de la convivencia entre humanos y de reconciliación con la naturaleza.

Mi propuesta va acompañada de un uso radical del esperanto como idioma universal (por racional y anacional, por neutro e igualitario), como lengua propia de la democracia global, junto con el uso local de todas las lenguas maternas.

Mi capacidad de teorizar es limitada, pero ahora me parece más importante apoyarme en mi propia percepción del sentido común universal, al que yo considero como raíz poderosa del pensamiento libertario; un sentido de “lo común”, que cualquier individuo humano puede entender, aún poniendo en evidencia su personal  e innato egoísmo. Pues bien, ese sentido es el que me lleva a una formulación simple de un programa de principios universales, que cualquier anarquista podría perfeccionar, pero nunca cuestionar:

“La democracia es el proyecto universal de la civilización humana para la convivencia pacífica, fraternal y solidaria, resultado de la inteligencia colectiva, el pensamiento racional y la experiencia histórica de las comunidades en las que tiene lugar la vida social. Se concreta en un deseo permanente de convivir en libertad, igualdad y autogobierno, que la hace incompatible con:

-La organización jerárquica de la sociedad.

-La suplantación de la voluntad política, individual y comunitaria.

-La apropiación de los bienes comunes, en cualquiera de sus modos.

-El trabajo asalariado, como forma actual de la esclavitud de siempre.

-Todo uso antisocial y antiecológico de los recursos naturales de la Tierra.”

Por todo eso, considero que por encima de la necesidad de organizarse que pudieran sentir los anarquistas y sus organizaciones, está la del conjunto de la sociedad, la necesidad universal del proyecto anarquista: la democracia. 

Un saludo fraternal, 

EL PROYECTO ANARQUISTA ES LA DEMOCRACIA

Posted on 12 febrero, 2013 by elproyectodemocracia

Artículo de Antón Dké, publicado en El Blog de Nanín, como carta abierta a J.M. Olaizola


Fuente: Antón Dké