Tras un intercambio de comentarios a mi artículo La violencia y la emancipación social (1), en el que yo hacia una breve referencia a la lucha antifranquista de los años sesenta protagonizada por los jóvenes libertarios, el compañero Acratosaurio rex me incitó a explicar, por qué "hay veces que hay que pelear aunque se sepa que se va a perder". Esto es pues lo que intentaré explicar a continuación.
En su primer comentario, tras precisar que, «desde un punto de vista de relación de fuerzas», debía parecernos «claro» que «atacar al franquismo con algunas bombas, secuestros, tiroteos, atracos…», no permitiría «derribarlo», y que, a pesar de ello, pusimos en juego nuestras «vidas» y nuestra «libertad» sabiendo que «tal vez alguno iba a morir en el camino, y que muchos iban a pagar con cárcel, tortura, desconfianza…», este compañero me preguntaba: «Entonces, ¿por qué ir a una guerra perdida?»
En su primer comentario, tras precisar que, «desde un punto de vista de relación de fuerzas», debía parecernos «claro» que «atacar al franquismo con algunas bombas, secuestros, tiroteos, atracos…», no permitiría «derribarlo», y que, a pesar de ello, pusimos en juego nuestras «vidas» y nuestra «libertad» sabiendo que «tal vez alguno iba a morir en el camino, y que muchos iban a pagar con cárcel, tortura, desconfianza…», este compañero me preguntaba: «Entonces, ¿por qué ir a una guerra perdida?»
Mi primera respuesta fue comenzar por recordar «que si los que están sometidos se dan por vencidos de antemano nunca se liberarán». Y lo decía pensando en los que estaban (estábamos) sometidos entonces pero también a los que seguimos sometidos hoy. Pues también hoy puede parecer «que la ‘guerra de clases’ está perdida y que no vale la pena luchar…», y, no obstante, pese a que los hay que piensan así y renuncian, «también los hay que continúan luchando y arriesgando (por lo menos) la comodidad de quedarse en casa y recibir algún mamporrazo, perder el empleo o ir a la cárcel». Pues, aunque «contra el franquismo, se arriesgaba más…», ello dependerá ahora «de cómo se ponga esta ‘guerra’…» Y esto es así porque «no siempre el motivo de la acción es ‘ganar’; pues en muchos casos se hace por dignidad y solidaridad». Efectivamente, le decía : «¿Cómo olvidar que, a pesar de lo que continuaba siendo la represión franquista y el recuerdo de los miles de asesinados por ese régimen, en España había gente que seguía luchando y que por el simple hecho de repartir una octavilla, un periódico o participar en una manifestación o huelga era condenada a largos años de cárcel?» ¿Cómo pues no ser solidarios con los que mantenían esa lucha y no considerar una cuestión de dignidad testimoniarlo.
Además, para comprender hoy por qué entonces se decidió testimoniar tal solidaridad, le recordé que la «guerra» de los años sesenta (2) la plantearon «los libertarios tras un acuerdo (unánime) de sus tres organizaciones (CNT, FAI, FIJL) y que el contexto nacional e internacional permitía pensar que, con la acción, se podía acelerar la recuperación de las ‘libertades formales’ y evitar que el franquismo pudiera hacer «tan atada y bien atada» la transición…»
Es decir, que aun siendo conscientes de que la «relación de fuerzas», en el terreno de la lucha armada, no era ni siquiera mínimamente favorable al antifranquismo, considerábamos que, de cierta manera, lo era en el ámbito político nacional e internacional. No sólo porque la dictadura franquista se había convertido en un vergonzoso anacronismo para la opinión pública democrática internacional y en particular para la europea sino también porque la burguesía española tenía prisas por poder entrar en la Comunidad Económica Europea. Posibilidad que estaba supeditada a la desaparición de la Dictadura.
Eran pues muchos los factores que, en esos momentos, indicaban la fragilidad política de la Dictadura: tanto por el interés de algunos sectores, ligados al propio Régimen, de «liberalizarlo» e iniciar la andadura hacia una «transición» -aunque lo más «atada» posible- como porque tal «transición» contaba con el beneplácito de las Grandes Potencias occidentales, que sólo esperaban la desaparición física de Franco para apoyarla abiertamente.
Es por ello que no debe sorprender la decisión, de los libertarios y de otros sectores del antifranquismo, de reanudar en los comienzos de los años sesenta la acción antifranquista para acelerar tal proceso e intentar que esa «transición» fuese de ruptura y no de continuidad. Y no debe sorprender que se tomara tal decisión porque, en esos momentos, el antifranquismo estaba viviendo además momentos estimulantes con los triunfos de los movimientos de liberación en los países colonizados y, en particular, en Cuba, en donde la guerrilla castrista había puesto fin a la dictadura de Fulgencio Batista. Triunfos que habían repercutido en el seno de la oposición antifranquista potenciando la voluntad de «oposición activa» y de recomenzar la lucha armada…
Es pues en ese contesto y en ese ambiente que debe situarse el análisis de la «lucha armada» propiciada por los libertarios, para poder comprender el por qué la reanudaron al comienzo de los años sesenta: no sólo porque no se trataba de ganar una «guerra» sino de impedir que el franquismo la ganara definitivamente, si conseguía poner en marcha e imponer su propia «transición» de la Dictadura a la «Democracia».
¡Por qué me parece importante luchar…!
Más que formularlo como pregunta, ¿por qué «hay veces que hay que pelear aunque se sepa que se va a perder»?, lo que el compañero Acratosaurio planteaba era y es la importancia de no olvidar que hay veces que se debe luchar porque, aunque lo más seguro sea que se pierda, “nunca se sabe» lo que puede pasar… Y de ahí que concluyera diciendo «que también es importante saber, que hay que entrar a pelear sabiendo que se puede ganar. Porque nunca se sabe».
Efectivamente, no sólo «nunca se sabe» lo que puede pasar sino que siempre influye lo que se hace en el resultado. No hay nada ganado ni perdido antes de comenzar. Es en la lucha que generalmente se «gana» o se «pierde». Precisamente en aquellos momentos habíamos asistido a una lucha que parecía vencida, sin mañana (el asalto al cuartel Moncada, en 1953, y el catastrófico desembarco de Fidel en la costa cubana, en diciembre de 1956); pero triunfante dos años después, con la entrada de los «barbudos de la Sierra Maestra» a La Habana el 8 de enero de 1959. Además de que, en muchos casos, se gana (política y moralmente) perdiendo militarmente.
Así pues, si se quiere saber por qué los libertarios decidimos, a comienzos de la década de los sesenta, reanudar la lucha antifranquista y por qué, pese a ser conscientes de la desproporción de fuerzas en la que nos encontrábamos, los que participamos en ella lo hicimos voluntariamente, se debe tomar en consideración no sólo el contexto de ese momento (3) sino también el contexto histórico anterior y el hecho de que los libertarios (jóvenes y viejos) luchaban o por lo menos decían luchar, además, por un cambio social en España y en el mundo. La causa antifranquista formaba parte (por lo menos en su imaginario) de su lucha por la revolución social que habían comenzado tras la derrota de la sublevación militar en muchas ciudades y pueblos de España el 19 de julio de 1936. Además de que, como ya lo he dicho antes, también éramos conscientes de que no podíamos quedarnos insensibles ante los sacrificios de los que nos habían precedido (4) en la lucha y a lo que seguían padeciendo en España cuantos tenían la dignidad y el valor de oponerse a la Dictadura.
Sobre lo que fue esa lucha y el balance que se puede hacer de ella, sabiendo que finalmente la «transición» se produjo sin ruptura institucional con el régimen franquista y que hoy estamos como estamos, me parece que cada uno puede sacar sus propias conclusiones. Yo ya lo he hecho (5) y sólo puedo agregar que, a pesar del triste balance de la «Transición» española y del de más de siglo y medio de luchas por la emancipación de los trabajadores, la lección que nos da la historia es -sin lugar a dudas- que nada se consigue si no se lucha, que es importante luchar para no ser cómplices de nuestra propia derrota, para no resignarnos a la servidumbre voluntaria. Y, además, porque, pese a las derrotas, el hombre rebelde sigue haciendo caminar la humanidad hacia la utopía.
Luchar es, pues, importante hoy para impedir que el capitalismo siga siendo fuente de injusticia y de destrucción de nuestro habitat natural; pero luchar también para que nuestras luchas sean cada vez más consecuentes con este objetivo y no acaben pervertidas por los que aspiran a mandar y por los que sólo saben obedecer. Luchar para decidir por nosotros mismos y no para que decidan otros en nuestro nombre, y para que nuestras luchas no acaben contribuyendo a que siga lo mismo. Para luchar pues para emanciparnos de toda forma de explotación y de dominación, y que la aventura humana no acabe en un irracional suicidio colectivo.
Octavio Alberola
(1) http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/70952-la-violencia-y-la-emancipación-social*.html
(3) Descrito más en detalle en el enlace de la nota 2.
(4) Francisco Sabater, el Quico, había sido abatido en las cercanías de Barcelona con cuatro jóvenes libertarios el 4 de enero de 1960
(5) Por ejemplo en el texto del enlace de la nota 2 y en estos dos texto :
http://www.kaosenlared.net/colaboradores/item/69138-la-emancipación-social-hoy.html
http://www.kaosenlared.net/colaboradores/item/70519-la-emancipación-social-hoy-2.html
Fuente: Octavio Alberola