POR LA LIBERTAD DE MORDEJAI VANUNU ENVIAD E-MAILS DE PROTESTA A LA EMBAJADA DE ISRAEL : embajada@embajada-israel.es

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Mordejai Vanunu : El preso de conciencia desconocido

Juan Goytisolo
Artículo publicado en El País

En su bellísimo libro Memories of our future, sobre la herencia fecunda de Sefarad, el escritor neoyorquino, o, para ser más preciso, de Brooklyn, Ammiel Alcalay se lamenta del clamoroso silencio que envuelve desde 1986 el secuestro, juicio y condena del ciudadano israelí Mordejai Vanunu, un técnico nuclear de convicciones pacifistas oriundo de Marraquech. ¿Su crimen ? Haber roto lo que su abogado Avigdor Feldman denomina «el tabú del secretismo israelí» al revelar al The Sunday Times británico el programa de fabricación de armas nucleares, que conocía de primera mano en razón de su trabajo de especialista en la materia, en la central de Dimona.

Desde hace 18 años, Mordejai Vanunu permanece encarcelado en unas condiciones que traen a la memoria las de épocas pasadas de la historia europea o de las dictaduras de todo pelaje señaladas con el dedo por Amnistía Internacional. Pero, en vez de ser sostenido por los partidos democráticos y los movimientos pacifistas, subraya Alcalay, Vanunu ha sido abandonado a su suerte. Secuestrado en Italia por agentes del Mosad (los servicios secretos israelíes), como lo fueron en su día Galíndez y Ben Barka, parece haber desaparecido desde entonces de la faz de la Tierra. Sepultado en vida a causa de unas ideas trasladadas con valentía al terreno de los hechos, ha resistido y resiste con dignidad a su inhumana condena. Acusado por el tribunal que le juzgó de haber descubierto secretos de Estado, replicó a sus jueces : «El ciudadano puede exigir cuentas a la clase política, ustedes son responsables ante mí. (…) El ciudadano puede desvelar las maquinaciones de todos los regímenes del mundo mediante la desobediencia civil. (…) Una acción como la mía enseña a los demás que el propio razonamiento, el de todo individuo, no es menos importante que el de los jefes. Éstos se sirven de la fuerza y sacrifican a millares de personas en el altar de su megalomanía. No les sigáis a ciegas».

Mordajai Vanunu, miembro de esta vasta comunidad judeomarroquí a la que pertenecen personalidades tan diversas como el influyente consejero real André Azulay, el militante izquierdista Abraham Serfaty o el gran escritor Amran el Maleh, expuso al tribunal que lo juzgaba la experiencia de muchos sefardíes durante la época del Protectorado : «Los ricos vivían a extramuros, pero la mayor parte de los miembros de la comunidad residían en el Melah. Había escuelas judías en el barrio, pero yo estudiaba en la de la Alianza Israelita, situada fuera. Los cursos se daban medio día en francés y medio en árabe, con alrededor de una hora en hebreo. Acostumbraba a pasear por la ciudad por una plaza llamada Xemaa el Fna, donde se congregaba gente venida de todas partes y había una gran variedad de actores. (…) Todos solían sentarse allí y yo iba también, siendo muy niño, a vagar y divertirme». En otras palabras, el acusado recordaba a sus jueces que la relación entre las dos comunidades religiosas era entonces pacífica y no había entrado en la interminable espiral de violencia y de odio que hoy conocemos.

Antes de ser esposado y amordazado en la misma sala del tribunal que le condenó a cadena perpetua, Vanunu alcanzó a denunciar las circunstancias de su secuestro : «Me trajeron aquí encadenado como un esclavo». Según Ammiel Alcalay, Vanunu fue transferido a mediados de los noventa a un centro psiquiátrico, como en los buenos tiempos de la Unión Soviética.

Sólo una movilización internacional -así lo muestran los casos recientes de Alí Lmrabet, los disidentes chinos y otros presos de conciencia del mundo entero- puede contribuir a liberar a un pacifista cuyo único delito fue el de anteponer la propia reflexión a la razón de Estado. Las verdades incómodas pagan un precio. Pero éste no puede ser en ningún caso el de pudrirse de por vida en el calabozo-enfermería de un Estado que se precia de defender los valores democráticos, al menos para sus ciudadanos. Quienes defendemos los acuerdos de Ginebra en pro de una paz justa entre Israel y Palestina tenemos el deber moral de exigir su liberación.