Artículo publicado en RyN nº 379 de junio

Nací en Madrid, allá por la década de los 60. Hijo de madre granadina y padre conquense. Emigraron con sus padres, desde sus pueblos natales, empujados por el hambre y la persecución fascista. Aquí pasaron la guerra y posguerra, se conocieron y formaron nuestra familia. En su recuerdo siempre quedó la nostalgia por su tierra, pero sin olvidar que fue este Madrid el lugar que les permitió tener un sueño y, finalmente, el lugar donde sus huesos e ilusiones descansan en la tierra.
Desde mi infancia me sentí madrileño o, más bien, me enamoré de este mi Madrid y de sus gentes. Unos, puros gatos; otros, los más, “gatos adoptados” de todos los rincones de nuestra Iberia. En los barrios obreros (soy de La Elipa) la vida fluía cual enorme hormiguero; las familias obreras ya no morían de hambre. Vivíamos sin lujos, pero para nuestros progenitores era una vida plagada de unos “lujos” que durante su infancia (repleta de miedos, hambre y silencio) eran impensables.
Cada día llegaba una familia nueva al barrio. Con sus hijos, costumbres, lenguas y acentos: andaluces, extremeños, zamoranos, gallegos, asturianos, salmantinos… Esa diversidad a nadie le importaba, nadie te preguntaba dónde habías nacido o por qué estabas allí, eras del barrio y eso es lo único que importaba.
Un día nos asfaltaron las calles y todo cambió. Los primeros Seiscientos, la economía sumergida: los hombres tenían dos empleos y las mujeres trabajaban limpiando casas o cosiendo “para la calle”, sin olvidar las tareas de sus propios hogares (sin la ayuda de electrodoméstico alguno que mitigara las duras tareas del hogar). Otros, menos afortunados, tuvieron que emigrar al extranjero y, con el tiempo, sus divisas empezaron a elevar la economía de este país. Quizás por esto último, hay quien odie a los inmigrantes de otros países, quizás nos recuerdan nuestras propias miserias y eso es más de lo que podemos soportar.
Ya no podíamos jugar en las calles y nos tocó crecer entre solares de escombros, fiestas populares en los barrios, las luchas por conseguir mejoras sociales, etc. y no sin palizas, persecuciones, detenciones y asesinatos. Para, finalmente, poder trabajar e intentar alcanzar una situación económica mejor que la que tuvieron nuestros progenitores, pero todo esto no hubiera sido posible sin ese “apoyo mutuo” que se practicaba en los barrios y que existía por generación espontánea (antropología en su estado más puro).
Hoy, poco queda de aquella hospitalidad madrileña, de barrios obreros “orgullosos de su clase”. Hoy, vivimos sumidos en la desconfianza y el miedo a lo desconocido, militantes activos de la intransigencia, los nacionalismos más exacerbados, y convertidos en apóstoles del capitalismo más cruel y nefasto que pudiéramos imaginar. Nos roban la dignidad, la educación, la sanidad, los espacios públicos; asesinan a nuestros mayores en las residencias, encarcelan a los pocos que se atreven a levantar la voz y con la connivencia o, cuando menos, el silencio del resto de la sociedad y de una izquierda estatalista, pro-burguesa y renegada de la Revolución Social.
Y contra este robo de dignidad y derechos ¿qué nos ofrecen? Banderas, las aceras “invadidas” por las mesas de los bares (porque eso sí, la NUEVA LIBERTAD se traduce en poder consumir alcohol en las calles y a cualquier hora del día y/o la noche), votar en unas elecciones municipales, autonómicas y estatales (que gane quien gane, nosotros perdemos), participar en desfiles militares, ver una TV sumamente cultural e independiente (telebasura, tertulianos pagados por el capital y la extrema derecha o partidos políticos y sindicatos convertidos en empresas privadas y mafiosas cuyo único objetivo es ganar dinero, incluso vendiendo a los trabajadores), acceso ilimitado a casas de apuestas arruinando a familias enteras…
Hoy, tenemos una nueva población venida de todos los rincones del Estado no por necesidad, sino por el reclamo de una ciudad corrompida por borbones, capitalistas, empresarios sin escrúpulos, y políticos provincianos: un lugar donde poder seguir haciendo “negocios”, dinero, y donde acumular poder; con sus votos y el de sus garrapatas. Estas/os parásitos, mantienen, desde hace décadas, a esta ciudad, a sus gentes y a sus instituciones secuestradas.
Hace apenas unos días, con los actos del 2 de mayo, lo hemos podido volver a ver. Donde se levantó el pueblo contra la invasión extrajera con apenas la ayuda de un puñado de soldados (sin entrar en qué hubiera sido mejor), hoy, la celebración, se ha convertido en un desfile militar donde solo faltaba la cabra; negando la participación de las gentes de Madrid (que, al parecer poco o nada tuvieron que ver en aquel 2 de mayo de 1808). Una celebración en la que se empujó y escondió (hacia las calles donde no estaban las cámaras) a los cientos de madrileñas y madrileños que se manifestaban contra el Gobierno de la Comunidad y del Ayuntamiento por la destrucción de sus hogares debido a las obras de ampliación de la línea 7B del Metro.
No existe ni el amor al lugar donde se nace (cualquier tiempo pasado fue mejor) ni mucho menos a patria alguna. Soy feliz en compañía de mis hermanos y hermanas en cualquier parte puesto que son mi única patria, mi único dios y mi único rey.
¡Salud y Anarquía!

Miguel Gómez Laguna
Afiliado al sindicato de Banca de Madrid


Fuente: Rojo y Negro