Artículo de opinión de Rafael Cid
Como suele ocurrir en muchas elecciones, también en la consulta de Podemos sobre el pacto de gobierno ha ganado la abstención. Con una participación del 37,97%, lejos por tanto del ecuador estadístico del 50% que se considera quorum con legitimidad, de un total de 393.538 inscritos, solo 131.561 han avalado la propuesta de la cúpula de la formación respecto a la primera pregunta y 136.291 sobre la segunda. Y lógicamente, también como de costumbre, el resultado ha sido valorado como “un rotundo éxito” por sus dirigentes.
Como suele ocurrir en muchas elecciones, también en la consulta de Podemos sobre el pacto de gobierno ha ganado la abstención. Con una participación del 37,97%, lejos por tanto del ecuador estadístico del 50% que se considera quorum con legitimidad, de un total de 393.538 inscritos, solo 131.561 han avalado la propuesta de la cúpula de la formación respecto a la primera pregunta y 136.291 sobre la segunda. Y lógicamente, también como de costumbre, el resultado ha sido valorado como “un rotundo éxito” por sus dirigentes.
Tanto que desde la dirección del partido emergente no han insistido en la carta que habían aguardado en la manga durante los días de votación. Ese comodín en la recámara de catalogar inscritos activos e inscritos durmientes. Escalafón que podría permitirles, llegado el caos, computar el sondeo sobre el total con derecho a voto o, por el contrario, solo sobre los que han demostrado fidelidad a la causa (la cifra rondaba los 150.000 activos). Se ve que era una estrategia para usar solo como control de daños, en casos de estricta emergencia. Querían evitar el ridículo de una ínfima participación, dado que en el último escrutinio del 25 de noviembre de 2015, para valorar el Programa Electoral, solo concurrió un raquítico 3,17% de los convocados.
Peor al final se ha salvado la cara y esta ha sido la tercera consulta a la bases con mayor apoyo, tras la realizada en octubre de 2014 para la aprobación de los Estatutos, refrendada por un 54,4% de los seguidores y la de noviembre de ese mismo año, para dirimir la elección del secretario general y del Consejo Ciudadano por el método-rodillo de las listas planchas, que alcanzó un 42,6%. A partir de ese momento y hasta ahora todos los restantes refrendos se saldaron por la mínima y cuesta abajo: 34,6% la elección de los líderes municipales (1/2015); 26%, la de los líderes autonómicos (2/2015): 15,9%, las primarias electorales para las elecciones generales del 20-D (7/2015); y ese paupérrimo del 3,7% de cinco meses atrás.
Lo cual arroja alguna perplejidades que solo tienen explicación por el acusado perfil jerarquizado y personalista del entramado organizativo de Podemos. ¿Cómo explicar sino que un asunto tan decisivo como es el respaldo al programa electoral solo concitara el interés de un 3,7% de los inscritos (especie de afiliados 2.0) y poco tiempo después, algo tangencial como es la consulta para son los pactos de investidura, logre un respaldo de 30 puntos más? Aparte, ¿por qué el pleonasmo político de volver a pedir la opinión sobre algo (investidura) que solo debería ser la escueta ejecución de lo ya votado (el programa)?
Y aquí es donde la capacidad de I+D+i de Pablo Iglesias y sus incondicionales supera todos los estándares. Ni siquiera el famoso “OTAN, de entrada No”, que se inventó Felipe González para que nada en realidad cambiara en cuanto la pertenencia de España al Pacto Miliar, se atrevió a tanto. Porque las bases de Podemos, en un ejercicio inédito de intrusismo profesional, han votado por una opinión que les era totalmente ajena. Emitir opinión sobre la pregunta “¿quieres un gobierno basado en al pacto Sánchez-Rivera?”, es incursionar en corral ajeno. Y además, si hay un programa electoral rubricado y sellado (mandato al fin y al cabo) que marca la línea programática y de acción política claramente a la izquierda, qué sentido tiene pronunciarse sobre las propuestas del adversario político. Es, mal traído, como si un club de veganos abriera barra libre para conocer si sus miembros prefieren la carne al punto o bastante hecha. O preguntar a los socios del Barcelona si les parece bien que los del Madrid nombren como presidente a Florentino Pérez. O si el PSOE debe someter a referéndum de su militancia si se debe aceptar el pacto Iglesias-Garzón. Sencillamente surrealista.
Desde Tsipras sabíamos que se puede ganar ampliamente un referéndum e interpretar la victoria en sentido contrario. Ahora, con Pablo Iglesias, también comprendemos que es posible votar sobre lo que hace el enemigo para decidir la propia estrategia. En este mundo traidor, cuando viniendo de la inhóspita calle se ocupan las instituciones y los partidos se llenan de cargos en las distintas administraciones del Estado, ya nada es verdad ni es mentira. Todo depende ya del color con que se mira.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid