Artículo de opinión de Rafael Cid

Con la perspectiva que ofrecen los últimos movimientos de la cúpula de Podemos, podríamos aventurar que el nuevo partido está inmerso en una burbuja política que avanza hacia su alumbramiento, sin poder aventurar si ese final será inflacionista o deflacionista: si su realización en las próximas elecciones significará asaltar los cielos o comulgar con ruedas de molino. Aunque aspirar a convertirse en la última franquicia de la socialdemocracia no parece muy cautivador.

Con la perspectiva que ofrecen los últimos movimientos de la cúpula de Podemos, podríamos aventurar que el nuevo partido está inmerso en una burbuja política que avanza hacia su alumbramiento, sin poder aventurar si ese final será inflacionista o deflacionista: si su realización en las próximas elecciones significará asaltar los cielos o comulgar con ruedas de molino. Aunque aspirar a convertirse en la última franquicia de la socialdemocracia no parece muy cautivador.

Se ha dicho, no sin razón, que Podemos ha llegado para quedarse. Lo cual no significa que la formación que liderar Pablo Iglesias no haya sido en buena medida fruto de las circunstancias. Son dos cosas compatibles. Su estabilidad a futuro se ha incubado sobre unos fundamentos extremadamente débiles, improvisados, no cimentados en méritos propios sino en los deméritos de sus oponentes, el régimen en su conjunto. La corrupción sistémica ha sido el vector que ha encumbrado a Podemos.

Pero, al mismo tiempo, saber decir oportunamente “no” a todo eso, y además ungirse como valedor del espíritu del 15-M para hacer de ese rechazo al bipartidismo un ilusionante “si se puede”, ha propiciado la fuerza motriz para su fulgurante chupinazo. De ahí la irrupción de Podemos en las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, donde contra todo pronóstico logró cinco escaños. Y ello sin necesidad de contar con un programa planificado “científicamente”. Le bastó con enarbolar la política del sentido común y la denuncia de la corrupción para montar la parda. Porque encarnaba el sentir de la gente atropellada y humillada por la crisis y el reconocimiento de todas aquellas personas que tradicionalmente habían sido víctimas del sistema.

El rechazo de la deuda ilegítima, la introducción de una renta básica universal o la salida del euro, sin estar fundamentados en estudios técnicos, eran planteamientos que todo el mundo entendía. ¿No es la deuda pública enajenada por los gobiernos del PSOE y del PP para tapar los desfalcos del sistema financiero la causa de los ajustes y recortes que han sumido en la precariedad a buena parte de la población? ¿Ante el criminal desmantelamiento de los servicios sociales, como la sanidad, la educación o las pensiones, no debe garantizarse la dignidad de todos los ciudadanos con un mínimo suelo económico? ¿Acaso la pérdida de soberanía monetaria y la disciplinación de la riqueza nacional a intereses foráneos no está en la raíz de la quiebra existencial que hará que las nuevas generaciones vivan peor que sus padres? ¡Quién ha vivido por encima de sus posibilidades!

Por eso Podemos “asalto los cielos” el 25-M: “representaba” la rabia de la gente vendida por la casta. Otra cosa es la burbuja que vino después. Su transformación vertical en partido político; la clonación autoritaria de los órganos y estatutos a la imagen y semejanza del líder para capitalizar el proceso de toma de decisiones; la supeditación de la eficacia de sus mensajes a los grandes grupos mediáticos; el recurso a una burocracia que regule el flujo interno del aparato; y, en fin, el fichaje de expertos para cimentar su vademécum económico y social, han hecho que donde Podemos dijo digo ahora diga Diego. Faltar a la palabra “porque las circunstancias han cambiado”, lo mismo que recriminaba a sus oponentes, ya está en sus genes.

El problema es que, desinhibido de sus iniciales promesas por mor del principio de la realidad (arrumbando el principio de esperanza), y necesitado de mantener las cotas de fidelidad que todas las encuestas ofrecen, el flamante Podemos precisa más que nunca de las televisiones generalistas para “dar valor a sus acciones”. En el mercado político de futuros donde cotiza, un repliegue podría ensombrecer su radiante provenir. Los medios que le visibilizaron son a la vez mentores y especuladores del fenómeno Podemos. Igual que Goldman Sachs o Morgan Stanley eran las lanzaderas que inflaban los precios del petróleo durante la reciente recesión mundial, vulnerando las leyes de la oferta y la demanda, La Sexta, La Cuatro y los otros canales adheridos se han erigido en avalistas del “pablismo” y de su burbuja, y ese cordón umbilical no se puede cortar sin asomarse al abismo.

En ese contexto irrumpe con efectos desastrosos para la mayoría social que demoscópicamente empodera a Podemos una nueva versión del “cuanto peor mejor”. Por un lado, a través de la forzada deserción de masa crítica que implica la postergación de los círculos de base a posiciones casi ornamentales y retóricas, y, por otro, del fuego amigo de los intelectuales afines que reprimen sus discrepancias ante las campañas ofensivas de izquierda y derecha. Con el reflejo típico de las organizaciones de rígido centralismo democrático y los partidos arrebatalotodo que instrumentalizan la competición electoral como un método unidimensional de captar el mayor número de votos (la centralidad del tablero), “el pablismo” parece abocado a quedar a merced de los elementos.

Sin anticuerpos reparadores ni defensas naturales para salir ordenadamente de la burbuja en que tan cómoda como irresponsablemente se ha instalado, buena parte de sus seguidores más lúcidos están siendo víctimas de su propio espejismo. Unos porque no se atreven a dar la voz de alarma para no “hacer el juego a la derecha”, y otros porque les resulta doloroso desdecirse criticando el proceso en macha por sentirse rehenes de “inquebrantables adhesiones” pasadas. Todo conspira para convertir a Podemos en el ogro filantrópico que devore a sus hijos más queridos. Es el trágala que va de vivir para la política o vivir de la política “por imperativo legal”.

Hemos hablado de burbuja política comparándola con esas otras burbujas económicas (puntocom, hipotecaria, energética, etc.) que facturaron la crisis sistémica vigente al estallar cuando lo real se impuso a lo especulativo. Pero no es solo una metáfora. Igual que en ámbito de la financiarización, los inversores juegan al alza de sus opciones para ganar forzando el precio, también en Podemos las expectativas favorables han provocado una sacudida de apostantes que no se corresponde con la realidad. De ahí que “el pablismo” esté ante una trágica elección: avanzar alimentando la burbuja con su larga marcha a través de las instituciones para que todo siga igual, o desandar radicalmente discurso y formato devolviendo la soberanía a los círculos a costa de renunciar a ostentar la hegemonía del tablero.

Posiblemente la suerte esté echada. Y como ocurrió con el fiasco de la ingeniería financiera de marras, nadie dentro del nuevo partido sepa o quiera ver que ese espíritu ganador de hoy, su bulimia de éxito cueste lo que cueste, encubre también una “exuberancia Irracional” que reventará en el momento en que el medio se divorcie del mensaje. Pero para entonces, toda la izquierda a la Podemos quiso pasar por la izquierda estará en la UVI. Para refundar “la socialdemocracia”, leitmotiv declarado de Iglesias, no se necesitan esas alforjas. Es lo que el famoso economista Schumpeter denominaba “destrucción creativa”, la esencia del capitalismo. Productivismo clientelar puro y duro. Turnismo: salir como alternativa para llegar como alternancia. La Segunda Transición. Que no será igual que la Primera. Porque si el Partido Popular llegara a implosionar al no poder drenar la metástasis de la corrupción, el soberanismo catalán y la devastación social de la crisis (como en su día ocurrió con UCD), la gobernabilidad emergente recaerá en el tándem PSOE-Podemos. Por imperativo legal. El secreto mejor guardado de la Transición es que contra la “izquierda institucional” se lucha peor.

 Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid