¿Podemos hablar de un Estado democrático cuando más de medio millón de personas no tienen derecho a disfrutar de una vida digna? ¿Cuando una de cada cinco personas lucha cada día para comer o para dormir? Cuando una de cada tres ancianas debe convertir la economía doméstica en un rompecabezas para llegar a fin de mes? ¿Cuando cientos de personas malviven en asentamientos y una de cada tres paradas no cobra la prestación? Ante el vacío y la falta de expectativas, la sociedad civil tiene muchos retos y también muchas cosas que decir.
«En un país bien gobernado, la pobreza avergüenza. En un país mal gobernado, la riqueza da vergüenza «(Confucio)
«En un país bien gobernado, la pobreza avergüenza. En un país mal gobernado, la riqueza da vergüenza «(Confucio)
El 28 de enero al mediodía, una inspectora de la Consejería de Bienestar y Familia de la Generalitat entró en el Ateneo Popular Julia Romera de Santa Coloma de Gramenet para advertir a las voluntarias del colectivo Comida para todos-que en aquel momento estaban sirviendo la comida a una treintena de vecinas sin recursos-que clausuraría su comedor social porque no cumplía la normativa de la Generalitat. Este servicio, que ofrece un plato caliente a una treintena de personas dos días a la semana, no dispone de licencia porque es una iniciativa popular y provisional: el vecindario la puso en marcha en 2010 para hacer frente a la falta de plazas municipales de comedor social.
Dos semanas antes de este hecho, la Guardia Urbana, la Policía Nacional española y los Mossos entraron en dos naves industriales de la calle Zamora, en el barrio barcelonés del Poblenou, para desalojarlo sin haber avisado-47 personas de origen subsahariano que habitaban uno de los recintos. Las dejaron a la intemperie.
Son dos muestras de cómo el brazo legal o policial de la administración pública puede acabar desprotegiendo la población más vulnerable; de cómo la política llega a un callejón sin salida cuando toca garantizar los derechos básicos de la población. En nuestro país, situaciones que nos parecían extremas se han ido naturalizando: una de cada cuatro catalanes tiene dificultades para subsistir y hay 840.000 personas en paro y miles que han perdido el hogar o están a punto de perderlo. Sin embargo, las administraciones siguen recortando los servicios sociales. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Miradas a la pobreza
La pobreza viene de lejos. Históricamente, la esclavitud, el régimen de servidumbre feudal y el trabajo asalariado han atado de manos y pies y han sometido a la gente pobre a los sectores poderosos y los «mercados». La pobreza, pues, es sistémica-como recuerda el economista J. Iglesias del Seminario de Economía Crítica Taifa-para las personas asalariadas solemos percibir menos riqueza de la que producimos. «Mientras esta explotación exista, no se erradicará la pobreza», manifiesta.
El sociólogo Jordi Estivill, que ha dirigido el Observatorio Catalán de la Pobreza, la Vulnerabilidad y la Inclusión Social y otros programas internacionales para organismos como la OIT, coincide con este punto de vista: «Aunque antes del capitalismo ya había pobreza, este sistema la traslada al corazón y la hace estructural porque obliga a los pobres a esforzarse por dejar de serlo «. Para Estivill, la crisis actual ha cronificado la pobreza y ha hecho descender más gente en la extrema pobreza. Laia Pineda, coordinadora del Panel de Desigualdades en Cataluña (PaD) de la Fundación Jaume Bofill, llega a la misma conclusión: «El impacto más grande de esta recesión es que la sociedad se ha vulnerabilizado mucho, hay menos cohesión social y hemos vivido una pérdida progresiva de bienestar «.
A diferencia de las crisis anteriores, el número de gente protegida se ha contraído y hay más personas que lo pueden perder todo de un día para otro. Lo explica el sociólogo Luis Sáez: «La clase media ha dejado de ser resistente a la crisis y, hoy, una empresaria de éxito puede caer de forma repentina en una espiral decreciente y terminar en situación de exclusión». Tanto él como Laia Pineda perfilan la definición de pobreza: es diferente caer en la pobreza de manera provisional que caer de manera crónica. «Es diferente un joven que tiene el paraguas de la familia que una persona jubilada o viuda, con pocas expectativas de salir», apunta Sáez. Y añade que los colectivos con mayor riesgo de empobrecer son la juventud de 16 a 24 años, las mujeres de más de 55 años, los hogares de origen inmigrante o monoparental, los parados y las personas incapacitadas.
Cuando las personas permanecen en situación de pobreza de manera permanente, hablamos de exclusión social, gente que bordea el margen y que es ignorada por los subsidios sociales. «La riqueza está dentro de las personas», sentencia Güiza, un vecino sin hogar del Poblenou. No se equivoca: la pobreza no es sólo la falta de recursos materiales, sino también la falta de relaciones. Las personas excluidas por la sociedad son las que, además de no tener ingresos, han perdido los vínculos sociales-familia, amistades, vecinos … -, el medio imprescindible para integrarse en la sociedad.
La crisis actual también ha generado un nuevo grupo de pobres: las working poor, trabajadoras que, pese a tener trabajo, no pueden vivir dignamente. Viven los efectos de la flexibilización del mercado de trabajo diseñada en los años 80. «Imaginemos que, un día, mientras caminamos, nos quitan el casco. Nosotros podemos seguir avanzando y no pasa nada, pero cuando caiga una granizada, no tendremos casco para protegernos y tendremos que asumir los golpes «, ilustra Luis Sáez. En España, está granizando: vivimos los efectos de la reforma laboral y de un Salario Mínimo Interprofesional ridículo, comparado con el de otros estados europeos: 648 euros (en nuestra casa), junto a los 1.398 euros de Francia o los 1.462 euros de Irlanda.
Privación es pobreza
¿Qué es el umbral de la pobreza? Una fórmula numérica-muy cuestionable-que cambia año tras año. «Debemos huir de la mitología de las cifras», advierte Estivill. Por eso, muchas voces hablan de privaciones para desbrozar la pobreza. «¿Qué pasa con toda la gente que supera el umbral de pobreza, pero no puede alcanzar los servicios básicos?», Se pregunta Laia Pineda para explicar la escala de privaciones de la ciudadanía. Según ella, cuando las privaciones afectan a aspectos como la dieta, la vivienda, el vestido, la calefacción o las vacaciones, están empobreciendo las personas, aunque las estadísticas, esto, no lo recojan.
Sin escudos
Un hogar con recursos tiene catorce veces más posibilidades de alcanzar un título postobligatorio que un hogar empobrecido. Es un dato grave si tenemos en cuenta que la educación es uno de los tres grandes escudos que tenemos la ciudadanía para rehuir la pobreza. Los otros dos escudos son la familia y el trabajo. «Hemos perdido los escudos», manifiesta Luis Sáez: «Se ha recortado la inversión educativa, no se crea empleo digno y las familias se han fragmentado, sobreendeudado y han sido abandonadas por los gobiernos». Si estos gobiernos garantizaran los tres escudos sociales, las tasas de pobreza disminuirían. Así lo hizo Finlandia. En 1994, tenía una tasa de paro del 20% y, para combatirlo, invirtió en educación, financiando un sistema educativo excelente. Ocho años más tarde, el paro había descendido hasta el 6%, una cifra que la crisis no ha conseguido dar la vuelta.
Enriquecerse empobreciendo
En 2011, un directivo de Inditex ganaba mil veces más que una trabajadora promedio de su plantilla. No es un caso aislado. Aunque, en nuestro país, siempre ha habido gente rica y pobre, la distancia entre una y otra nunca se había dilatado tanto. Tanto es así que, en una misma ciudad como Barcelona, una familia de Pedralbes dispone de una renta siete veces más alta que una de Nou Barris. «La desigualdad, en España, se produjo antes de la crisis porque las políticas correctoras-los impuestos y los servicios sociales-no sirvieron para redistribuir la riqueza», explica Guillermo Fernández, investigador de la Fundación FOESASA. Hoy, el Estado español ha batido todos los récords: es el más desigual de Europa y se encuentra en las antípodas de Suecia, Finlandia, Noruega y Holanda, los estados más igualitarios y con las prestaciones sociales más sólidas del continente.
«El sistema económico permite las apropiaciones indebidas por parte de una élite económica y el sistema político las consagra con leyes como la amnistía fiscal», apunta Sáez. Jose Iglesias tira del mismo hilo y lo lleva más allá: «Mientras la sociedad en masa se empobrece, el capital goza de una situación inmejorable». De hecho, argumenta, si la gente trabaja, se empobrece porque el sueldo baja y, si no trabaja, se empobrece porque se queda sin ingresos. Es el caso de Plácido, un joven nacido en la República Democrática del Congo que recorre la ciudad de Barcelona con el currículo en la mano. Se ofrece para hacer cualquier tipo de trabajo. Hace trece años que llegó a Cataluña y hace cinco que no encuentra trabajo porque el mercado laboral es un desierto para él. «Este sistema deja los inmigrantes en la calle, sin ninguna opción», denuncia. Aunque tiene el permiso de residencia, se siente desamparado, sin recursos ni ilusión para salir adelante.
La población recién llegada-y, especialmente, las últimas personas que han llegado del África subsahariana-tiene un riesgo del 80% de sufrir pobreza severa. «Hay otro colectivo al que la desigualdad afecta por partida doble», recuerda Pineda, «las mujeres». «La desigualdad, en nuestra casa, es muy sexista», concluye la socióloga, y añade que tres de cada cuatro trabajadoras precarias son mujeres.
Desde abajo
Las luchas contra la pobreza son muy diversas: individuales o colectivas, caritativas (como la recogida de alimentos) o emancipadoras (como los planes integrales o las acciones de desarrollo comunitario). Tradicionalmente, las organizaciones privadas y religiosas han monopolizado la acción caritativa en nuestro país, en algunos casos, sin cuestionar las injusticias del sistema. En 2012, por ejemplo, las 4.000 voluntarias de Cáritas atendieron 260.000 personas empobrecidas. Hay muchas organizaciones, como la Cruz Roja, Raíces o el Banco de los alimentos, que brindan la ayuda que la administración pública ha dejado de ofrecer. Fijémonos en ello: el Ayuntamiento de Barcelona tiene diecisiete comedores sociales que ofrecen 1.540 comidas diarias, un número de plazas insuficientes, teniendo en cuenta que hay 3.000 personas sin hogar en la ciudad.
Para hacer frente al vacío de la administración, cada día germinan más iniciativas vecinales, como el comedor social El Caliu impulsado por el vecindario del distrito de Horta, que alimenta 120 personas, o el comedor del Ateneo Julia Romera, que la Generalitat amenaza con cerrar. «Habíamos detectado dos grupos de vecinas: las que no pueden cocinar porque no tienen cocina y las que pueden cocinar, pero no tienen comida», relata Jorge Garcia, uno de los impulsores del comedor. En el comedor, atienden-sobre todo-el primer grupo de personas y la cooperativa de consumo agroecológico El capazo (también vinculada al ateneo) se encarga de ofrecer alimentos a una decena de familias del segundo grupo. Hoy, después de casi tres años de trabajo, el vecindario advierte que desobedecerá la orden de cierre en caso de que se acabe produciendo: «Continuaremos abriendo el comedor mientras el Ayuntamiento no ofrezca más plazas», afirma García.
Una iniciativa diferente, la encontramos en el barrio barcelonés del Poblenou. Allí, un grupo vecinal se organiza para apoyar a los asentamientos: grupos de personas, en su mayoría de origen subsahariano, que malviven en naves abandonadas. «Hace doce años que apoyamos la población inmigrada y ahora hace tres que creamos la Red de Apoyo a los Asentamientos para distribuir alimentos a los polígonos, naves, asientos y pisos patera del barrio», recuerda Quim, miembro de la red. Gracias a esta labor, cerca de 200 personas tienen acceso a comida y una veintena han podido acceder a microcréditos para hacer frente a los gastos básicos. Estas semanas, la gente de la Red apoya a los ocupantes de la nave de la calle Puigcerdà, uno de los asentamientos de trashumancia más importantes del país, que no tiene agua corriente ni luz. Muchas de las personas que habitan se dedicaban a la venta ambulante o a buscar chatarra y el crack de la construcción-y la reducción de las chatarras-les ha empobrecido hasta límites extremos.
«Nuestro problema es muy grave. Llevo diez años lejos de la familia y me han dejado colgado en la calle «, manifiesta Güiza, que acaba de ver cómo tapiaban el local que estaba ocupando. «Si en lugar de dejarnos en la calle, la policía nos ayudara, todo iría mejor», manifiesta. A su lado, Desmo, que llegó de Jamaica, recuerda que nuestro país tiene 800.000 pisos vacíos: «Si se destinara sólo el 10% a acoger la gente que no tenemos nada, se solucionaría el problema». Este jamaicano explica que, muchos días, se va a dormir sin haber podido comer: «Sólo queremos aprender, trabajar y comer, pero la policía nos controla y nos persigue», denuncia. Jordán, miembro de la Asamblea Social Poblenou, coincide con Desmo: «No es que la administración ayude poco a los colectivos más vulnerables, sino que los perjudica. Si, por ejemplo, el Ayuntamiento no garantiza el agua potable a estos vecinos, al menos que no les multe cuando vayan a buscar agua «, defiende. Según él, el chabolismo y la persecución de esta gente sin recursos muestran un régimen de «apartheid encubierto» en el que miles de personas sin papeles son marginadas por la administración.
Ante todo esto, ¿por qué no hay más revueltas? Jordi Estivill tiene una explicación: «Ninguna revolución social la han hecho los más pobres porque ser pobre es un trabajo muy duro, el más duro de todos: subsistir día tras día quema mucho». Hoy, pues, aún no hay conciencia ni organización colectiva de la pobreza, sólo hay miles de personas que luchan por subsistir. Quizás un día estallará la revuelta, pero, mientras tanto, veremos cómo se siguen suicidando pensionistas en vez de banqueros, como ocurrió en 1929.
La gente rica tiene cara
«Los dos colectivos más opacos y menos estudiados en nuestro casa son los de la extrema riqueza y la extrema pobreza», advierte Estivill. Y se pregunta: «¿Sabemos hasta qué punto la gente más rica de Cataluña participa en los circuitos financieros internacionales?». Según él, nos faltan datos y nos hemos de guiar por las intuiciones: «Intuimos que los grandes directivos de banca se han enriquecido con la crisis porque han especulado con nuestro dinero; intuimos que se han beneficiado porque, antes, la riqueza era industrial y, ahora, es financiera «.
En España, la poca presión fiscal que recae sobre las grandes fortunas-una presión que, según Eurostat, ha caído 10,2% – no contribuye a luchar contra el fraude ni la opacidad de la riqueza. Con todo, todavía tenemos algunas cifras al alcance. Sabemos, por ejemplo, que el 10% de declarantes de España concentran el 50% del patrimonio. Sabemos que, en el año 2010, en España, había 143.000 millonarios (Informe sobre riqueza en el Mundo) y que este Estado ocupaba, según la consultora Deloitte, el noveno lugar del ranking con más millonarios del mundo. También sabemos que, en España, el 1% de las rentas superiores acaparan el 8,8% de la riqueza anual del país.
Sin embargo, ¿qué rostro tienen las personas que acumulan más riqueza en nuestro país? La revista Forbes pone un poco de luz sobre la pregunta: en 2012, había dieciséis personas españolas con una fortuna superior a los mil millones de dólares, ciudadanas aceptadas a ranking de las grandes fortunas mundiales. En lo alto, encontramos Amancio Ortega, fundador de Zara, que tiene la quinta fortuna más cuantiosa del mundo. Abajo del artículo puede consultar la lista (segunda imagen).
Al margen de las fortunas declaradas, se calcula que, en el mundo, hay entre 21 y 32 billones de dólares escondidos en paraísos fiscales (Tax Justice Network), una cifra que rebasa de largo los 50.000 millones de dólares que, según el PNUD, se necesitan para erradicar el hambre en el mundo.
* Artículo de Alba Gómez publicado en el núm. 304 del semanario Directa.
http://www.setmanaridirecta.info/noticia/pobresa-al-cor-del-sistema
http://www.cgtcatalunya.cat/spip.php?article8770
Fuente: Alba Gómez