Tímida sonrisa nerviosa o escalofrío gélido de espinazo, escuchar al Consejero de Interior Felip Puig pedir a los periodistas que no sean neutrales asusta. Verlo recomendando cómo desarrollar el trabajo con hábiles consejos de poca monta, acaba por dejar asombrado.
A propósito de la futura ley sobre usos del espacio público, sarkozyiana regulación del burka incluida, el consejero ha anunciado que los trabajadores y trabajadoras de la información «no serán sólo espectadores pasivos y mensajeros asépticos y escépticos». Que estamos llamados-incierta gloria, dudoso encargo, pésimo aviso-a «un papel importante a la hora de dibujar el compromiso» con la singular concepción de seguridad que pregona el consejero de Adigsa. Perdón, de Interior, que la memoria siempre es puñetera.
A propósito de la futura ley sobre usos del espacio público, sarkozyiana regulación del burka incluida, el consejero ha anunciado que los trabajadores y trabajadoras de la información «no serán sólo espectadores pasivos y mensajeros asépticos y escépticos». Que estamos llamados-incierta gloria, dudoso encargo, pésimo aviso-a «un papel importante a la hora de dibujar el compromiso» con la singular concepción de seguridad que pregona el consejero de Adigsa. Perdón, de Interior, que la memoria siempre es puñetera.
Para tragar saliva, pues, y probar el nudo de la garganta: acotar un ministro de la porra pidiendo por adelantado dosis de no neutrales preludia, inevitablemente, futuras bombas de neutrones. De neutrones informativos, sobra decirlo. Ya disculparán las molestias y perdonarán las disculpas, pero comprendan la boutade: hace nada, bajo la turbia dictadura que arruinó este país, ya disponíamos en el estado vecino de un ministro de Información y Turismo, lo mismo que ratificaba penas de muerte y se remojaba los genitales nucleares en Palomares, que mandaba puntualmente como era informar. Y no hacían paso broma. No les temblaba paso el pulso si hay que dinamitar la prensa. En literalidad real: acabaron volando con goma-2 el ‘Madrid’. No jodamos.
Desde entonces, han llovido mentiras y transiciones de feria y pucherazo. Transiciones, transacciones, que también dejaron intacto, impune y incólume las terminales del poder mediático que sostenía el régimen interior anterior. Una transición xulipiruli, ya se sabe. De fábula. Hoy, sin embargo, estamos en 2011. Y muy han sofisticado las estrategias del silencio. Hay dinamitas más sutiles. De hecho, hace años que Chomsky categoriza y advierte que la propaganda es a la democracia lo que la porra es a la dictadura. Por eso hay que revisar, revisar con cuidado, la demanda concreta de Puig: pretende implicar el periodismo, vía creación de estados de opinión teledirigidos y manufacturados en despachos oficiales, en la defensa del inquietante modelo de seguridad que preconiza.
Lo más grave de todo es que no es la primera vez. Puig es, en este sentido, multirreincidente. A raíz del indignante desalojo frustrado del 27M en la plaza Catalunya de Barcelona, el consejero ya acusó ‘el gremio’ de estar detrás de la polémica, acusándolo de haber inflado la noticia desde un foco tendencioso que no mostrar todo lo sucedido. Doble crítica implícita de fondo, nacida del responsable de Interior y por el que se cuece quizás también de Información. Decía que no hacíamos bien nuestro trabajo, y, disparando al pianista desde la soledad del sheriff, añadía que además no le hacíamos lado. Desagradecidos como somos. Viejo estilo con viejas maneras: versión oficial, versión de oficiales.
Esa intervención mítica corre el riesgo de convertirse en antológica: Puig juró y perjuró que mostraría las esclarecedoras fotos de lo realmente sucedido, que cientos de cámaras fueron incapaces de captar a plena luz del día y que un helicóptero policial que todo lo graba -con tecnología punta y dudoso control judicial efectivo-tampoco supo detectar. Curioso. Era su parecer y emplea el derecho que le asiste a mentir, incluso en el ejercicio de sus responsabilidades públicas. El mismo derecho, sin embargo, que tenemos nosotros no comulgar con ellos y demostrar que mentía. Las fotos nunca han aparecido. Ni aparecerán, porque no son en ninguna parte. O esta hipótesis o la otra: que Felip Puig bate récords y se convierte en el primer ministro de Interior del mundo que no muestra, disponiendo de ellas, imágenes que pueden deslucir, estigmatizar y cuestionar un movimiento social de protesta y oposición.
Vuelta a empezar. El requerimiento de Puig suscita el eterno debate hacia la aporía de escribir con pluma o con porra. Los límites precisos entre propaganda e información, la frontera que separa el mercenario del periodista. Hecho y deshecho, en este país tan pequeño, la tensa y contradictoria relación entre filtración policial e información libre es tristemente prolífica: del Plan ZEN de Barrionuevo a la ‘garzonada’ de 1992, los reservados de lujo mediático de Mayor Oreja a la capacidad de generar realidad simulada del Grupo Godó. La hemeroteca es demasiado llena. Y quién sabe si en el fondo hay que agradecer, anticuerpos activados, la sinceridad del consejero: pide tendenciosidad escorada y que se enfoque el plano sesgado deseado. Que le riamos las gracias y le alabamos las hazañas. En la delicada materia reservada-hecho migratorio, derechos civiles, convivencias, futuros compartidos-donde ya se estrenó con el patrón racista del estigma excluyente: «colectivos de procedencia determinada que tienden a delinquir y se organizan en clanes» .
Tal y como el país, juro y perjuro que no sé si hablaba de la banca, de la dirección de la CAM en la Comunidad Valenciana o de determinadas estirpes de Pedralbes. Pero en todo caso y, sea como sea, el riesgo evidente de la propuesta es que acabe concurrente aquella cínica y popularizada dicha latinoamericana que, bajo el yugo de las juntas militares, sintetizaba: «el lugar de los hechos personarse periodistas … y otras fuerzas de seguridad del Estado «. Ni por boca pequeña ni por chivo gordo, entre tímida sonrisa nervioso y escalofrío engelante de espinazo, mucho me temo que esta ha sido la intemporal pretensión concreta de un consejero compulsivo. Voy realquilado sillas.
* David Fernández es periodista y activista social
Fuente: David Fernández