Artículo publicado en Rojo y Negro nº 383 de noviembre

No puede decirse que la trayectoria del anarcosindicalismo esté libre de crisis, polémicas, enfrentamientos internos y escisiones. En más de una ocasión, durante mi ya lejana juventud, hacíamos humor negro señalando que el Estado no necesitaba infiltrar a sus provocadores para destruir el movimiento libertario porque ya teníamos en la familia los componentes necesarios para cargárnoslo desde dentro.
De todo esto —y como triste prueba de que somos herederos de la histórica CNT— hemos tenido también en la CGT, pero sin duda ninguno de los conflictos pasados y felizmente superados (con más o menos víctimas colaterales) alcanzó los niveles de ponzoña ni encarnaba los riesgos de ruptura irreparable que representa la crisis actual.
La organización lleva más de un año enzarzada en un proceso que solo nos puede llevar al desastre; con independencia de que algún grupo crea que va a salir triunfador de esta lucha fratricida. El conflicto surgió inicialmente en Madrid pero afecta ya a diversos sindicatos, federaciones y territorios. El congreso de Zaragoza y la elección de un nuevo SP, lejos de calmar los ánimos vino a aumentar el malestar.
Los cargos orgánicos de la CGT no solo tienen la obligación de cumplir y desarrollar los acuerdos emanados desde los sindicatos, desde esa base a la que tanto apelamos y tan poco se respeta, a través de los diferentes comicios, sino que también deben tener la sensibilidad y el equilibro en su gestión para mediar en los conflictos, para buscar consensos y posibilitar la convivencia entre las distintas formas de entender el pensamiento y la acción que se dan dentro de la casa.
Aunque por desgracia en el presente enfrentamiento no son las diferencias por cuestiones ideológicas o de estrategia sindical (que en algún caso también las hay) las que envenenan y paralizan el funcionamiento de la organización. Aquí parece más bien que lo que alimenta el espíritu destructivo son manías personales, ganas de venganza, conflictos mal cerrados y ansias de poder; de un poder muy limitado, aunque suele aparecer gente hábil para aumentarlo a costa de interpretar a la carta los estatutos y acuerdos de congreso.
Desde luego que una situación así era lo que menos necesitaba la CGT en un año de elecciones sindicales, procesos en los que la Confederación viene experimentando en los últimos tiempos un reseñable crecimiento en implantación y representatividad, además de estar viviendo la clase trabajadora española toda una serie de ataques a sus derechos y condiciones laborales y sociales —mientras los sindicatos del sistema dejan cada vez más clara su posición claudicante y pactista— que colocan a nuestro sindicato con posibilidades reales de ganarse la consideración de la principal central reivindicativa y luchadora, que otras peleas internas, en otras épocas pasadas, nos impidieron alcanzar.
Pero a pesar de que haya algún intento fallido de justificar lo que está pasando con argumentos tan pueriles como presentar el conflicto como un choque entre un sindicalismo tradicional (malo) y un sindicalismo renovador (bueno) lo cierto es que en los sucesivos congresos la CGT se ha ido adaptando a los nuevos tiempos, a las modernas formas de trabajo y ha buscado el acercamiento en la lucha con otros movimientos y organizaciones; algo que no siempre ha sido posible, pero no por nuestra culpa. Nuestro actual modelo de anarcosindicalismo podría ser una eficaz herramienta de trasformación social.
Las consecuencias de lo que sucede internamente es que no se está respondiendo al compromiso de apoyo mutuo con la militancia que defiende nuestras siglas en las empresas y se juega su puesto de trabajo en los conflictos. Toda esa gente luchadora que día a día construye el proyecto anarcosindicalista, todas nuestras secciones sindicales que ajenas a lo que se cuece en las capillitas dan la cara por mejorar las condiciones de la clase trabajadora, pueden acabar hastiadas de esta locura suicida y sentirse abandonadas por el sindicato en el que creyeron.
Posicionarse por uno de los bloques embroncados, aunque personalmente se simpatice más con la posición que representa o se considere que tiene la razón, solo puede contribuir —como lamentablemente estamos comprobando— a que el problema no solo no se solucione, sino que se alargue y agrave. Se necesita una mayor dosis de generosidad y también de sentido común; máxime si tenemos en cuenta que los secretariados elegidos en cada uno de los congresos y plenos representan a toda la organización implicada en el comicio, no exclusivamente a los sectores que han apoyado la elección de esa candidatura.
Supongo que estamos a tiempo de pedir cordura, respeto, compañerismo y anchura de miras. Nunca he querido participar en peleas intestinas ¡y mira que he soportado muchas! Pero ahora considero que no se puede guardar silencio ante la gran tragedia que se barrunta.

Antonio Pérez Collado
Jubilado de CGT Metal-València


Fuente: Rojo y Negro