ESCRITORA, propagandista del ideario ácrata, pionera de la
libertad de la mujer (y del hombre), líder de la Revolución española,
ministra que impulsó una política sanitaria adelantada a su
tiempo, madre, amancebada, militante, mujer pública, periodista,
oradora, exiliada, anarquista… y también gran olvidada.
Cuando se acaba de cumplir el centenario de su nacimiento (12
de febrero de 1905), pocas personas saben quién fue Federica
Montseny Mañé y, sobre todo, qué representó… y representa.
Protagonista excepcional de un tiempo en el que parecía que todo
era posible, la aurora nueva por venir, el ideal libertario que
empieza por una misma y que ella hizo suyo hasta el final. Aunque
para eso tuvo que ser primero “indomable” ( La indomable
fue una de sus primeras obras, en gran parte autobiográfica) y
después “una mujer de voluntad de roca, que no se tuerce, y de
carácter de hierro, que no se rompe”, con sus propias palabras.
Quienes se oponían a que se rotulara una calle con su nombre en
el municipio de Marines (Valencia) querían desacreditarla al
reducirla a la categoría de “promotora de la legalización del
aborto y los prostíbulos libres”. Dos leyes que apenas tuvo tiempo
de promulgar como titular de Sanidad y Asistencia Pública en
el Gobierno de Largo Caballero durante la II República (participación,
en contra de su ideario, que se ha de entender en el clima
excepcional que siguió al levantamiento militar). Dos temas, por
cierto, no resueltos desde entonces dentro del planteamiento de
derechos de las mujeres.
Fue la primera mujer que ocupó una cartera ministerial en
Europa occidental, pero también muchas otras cosas. Participó
activamente en el movimiento obrero a través de la Confederación
Nacional del Trabajo (CNT) y de la Federación Anarquista
Ibérica (FAI), y también en el ambiente cultural de la época,
como escritora, periodista y educadora social. Colaboradora temprana
en publicaciones anarquistas como Solidaridad Obreray la
Revista Blancay Tierra y Libertad, donde escribía sobre filosofía,
literatura y mujer, defendía la autonomía de las mujeres y su derecho
al libre albeldrío. Mientras, estudiaba Filosofía y Letras en la
Universidad de Barcelona. Y, para escándalo de muchos, Federica
vivía amancebada con su compañero y después padre de sus
tres hijos, el también anarquista Germinal Esgleas.
Llenaba las plazas de toros como oradora y era seguida con curiosidad
y asombro en toda Europa. Entre sus obras destacan Mujeres
en la cárcel (1949), Heroínas(1964), Pasión y muerte de los
españoles en el exilio(1969), Mis primeros cuarenta años (1987),
La mujer, problema del hombre(1932) y Cien días en la vida de
una mujer (1949).
Al terminar la guerra, se exilió en Francia. Huyendo de los nazis,
se refugió en Borgoña y fue detenida. El gobierno franquista solicitó
su extradición, que no fue concedida a causa de su segundo
embarazo. Nuevamente detenida y encarcelada, había recorrido
con sus hijos y padres casi toda la Francia ocupada, cambiando
continuamente de residencia, hasta la liberación aliada en 1945.
El corto verano de la anarquía se había hecho pedazos. Murió en
Toulouse en 1994, sin homenajes. Hoy, varias biografías la
recuerdan, como Federica Montseny, de Antonia Rodrigo y Pío
Mora ; F ederica Montseny. Una anarquista en el poder, de Irene
Lozano, y Federica Montseny. La indomable, de Susanna Tavera.
Nunca renegó de sus ideales ácratas. Libre, señora y dios de sí
misma. “Decidme si no es grande lo que estamos haciendo”,
clamó en un mitin en plena guerra civil. Tan grande, que aún
causa asombro. Salud y libertad.
Fuente: JUANA VÁZQUEZ