Mientras aquí hace bien poco, Pedro J. director del diario EL MUNDO, escribía en una editorial que no había que remover el pasado, que había que olvidar…
Mientras en Francia se homenajea a la resistencia española durante la II Guerra Mundial, en la España democrática se sigue negando el merecido reconocimiento a los luchadores antifascistas, decenas de miles aún yacen en fosas comunes, los pocos que aún quedan vivos son olvidados por la Administración, aún tienen antecedentes penales como vulgares delicuentes o asesinos, eso sí las calles, plazas y parques de las ciudades del Estado español siguen plagadas de nombres de sanginarios generales franquistas, de sanginarios políticos como Arias Narro (el carnicerito de Málaga) o de estatuas ecuestres o no del dictador Franco.
Mientras aquí hace bien poco, Pedro J. director del diario EL MUNDO, escribía en una editorial que no había que remover el pasado, que había que olvidar…
«¡París !, París ultrajado, París roto, París martirizado, pero también París liberado, liberado por sí mismo, liberado por su pueblo con la ayuda del Ejército francés, con el apoyo de toda Francia, de la Francia que lucha, la única Francia, la auténtica Francia, la Francia eterna». Son las palabras pronunciadas por el general Charles de Gaulle hace 60 años, el 25 de agosto, desde el balcón del Ayuntamiento de la capital francesa. Celebraba la liberación de la ciudad pero también intentaba darle un sentido histórico. De Gaulle reconocía el papel jugado por la Resistencia interior, es decir, por grupos sobre los que él ejercía un control muy relativo, al tiempo que procuraba reforzar el aspecto estrictamente nacional de la gesta. París se libera sin ayuda de nadie. La presencia de tropas estadounidenses, canadienses o británicas, desembarcadas en Normandía desde el 6 de junio, o de los 300.000 soldados franceses procedentes del Ejército colonial y que, con la ayuda aliada, avanzaban desde Provenza a partir del 15 de agosto, es olvidada por De Gaulle.
Los parisienses que el día 24 de agosto ocupaban el Ayuntamiento salieron a recibir tres blindados que, a las 21.22, habían ocupado la plaza delante del edificio. Eran los liberadores llegados del exterior, los que iban a garantizar el éxito de la rebelión parisiense comenzada el día 10 a través de una huelga de ferroviarios, a la que se sumó la policía y, un día después, los empleados de correos. «Creíamos que eran americanos. Hablaban mal el francés pero resultaron ser españoles, los republicanos españoles de la División Leclerc», explica Léo Hamon, un resistente francés. Uno de esos republicanos, Lluís Royo Ibáñez, catalán, hijo de aragoneses, militante de Esquerra Republicana, había vivido una sorpresa semejante en noviembre de 1942. «Entonces estaba en Marruecos. Había cruzado la frontera [francesa] de Prats-de-Mollo tres años antes, después de la debacle, apenas cumplidos los 18. Durante casi un año, tras pasar unos meses por el campo de concentración de Agde, había podido trabajar como payés cuidando viñedos, pero tras la derrota francesa ante los alemanes la prefectura no quería renovarme los papeles. Los gendarmes empezaron a hacerme chantaje : o bien me iba a trabajar a Alemania reemplazando a un francés, o bien me expulsaban hacia España. Quedaba una tercera opción : apuntarse a la Legión extranjera». Y la Legión le llevó primero a Argelia, luego a Marruecos. «Ahí viví la llamada Operación Torch, el desembarco aliado en África. Los primeros americanos que vi hablaban español. ¡Eran mexicanos ! Ellos tenían cigarrillos y yo chocolate. Yo estaba con un belga, teníamos que defender una posición con un mortero, pero ni él ni yo sabíamos manejarlo. Además, ¡no íbamos a dispararles a los aliados !».
La nueva situación africana le permitió abandonar la Legión y sumarse a la mítica 2DB, la II División Blindada del general Leclerc, que venía de Chad. «Me integré en la novena compañía, la nueve, en español, porque ahí todos éramos españoles, excepto el capitán Dronne, que lo chapurreaba pero lo entendía todo. Él hablaba muy bien el alemán». Y muy pronto todos embarcaron para el Reino Unido. «No, Inglaterra no. Desembarcamos en Gales y luego nos llevaron a entrenar a Escocia. El trayecto marino, con un barco de fondo plano, es uno de los peores recuerdos de mi vida». Lluís Royo dice no haber tenido nunca miedo durante toda la II Guerra Mundial. «Todo el miedo posible ya lo había gastado durante la batalla del Ebro, en la trinchera, casi enterrado bajo tierra, aguantando cañonazos durante más de una semana». Llegar a Normandía en su blindado -«como todos los de la nueve, tenía un nombre de batalla española : Belchite, Guadalajara, Teruel, Guernica… Después de entrar en París los rebautizaron. El mío pasó a llamarse Libération»- no le impresionó, aunque guarda un mal recuerdo de «las exigencias reglamentarias de los yanquis, que te hacían saltar tan cargado de material que, si caías al agua, te ahogabas».
Para Lluís Royo, que se ha quedado a vivir en Cachan, en las afueras de París, al lado de la calle dedicada a la División Leclerc, la misma calle por la que él transitó para liberar París, «la II Guerra Mundial era la continuación de la Guerra Civil de España. Yo no luché por liberar Francia, sino contra Hitler, Mussolini y Franco. Y esa lucha pasaba por entrar en París». En la capital tuvo que desalojar a los alemanes que ocupaban el edificio de Les Invalides, pero de eso no quiere hablar, prefiere recordar «a los soldados mutilados que estaban albergados allí : ciegos, sin piernas o sin brazos, desfigurados. Era espantoso». La liberación de París no fue un paseo, aunque los alemanes pusieron un empeño escaso en conservar la ciudad. La 2DB tendrá 130 bajas. Unos mil resistentes parisienses también perdieron la vida, así como 600 ciudadanos anónimos, atrapados por la batalla. Las bajas alemanas serán superiores a los 2.000 muertos. «La 2DB estaba integrada por 14.500 soldados, de los cuales unos 3.500 éramos españoles. De la nueve soy el único que sigue con vida». Royo no llegó, como alguno de sus camaradas, hasta Berchtesgaden, el refugio de Hitler. «Me hirieron en el Mosela, una región francesa que los alemanes consideraban alemana. Aún tengo metralla en los pulmones. Querían internarme en un hospital francés, pero mi capitán me envió a Inglaterra. Allí tenían penicilina y aquí, en Francia, todo lo arreglaban a base de agua y buenas palabras».
Las buenas palabras para los españoles fueron escasas. Su condición de soldados de un Ejército derrotado, el republicano, les dejó sin glosadores. Los franceses andaban empeñados en evitar el oprobio de una Administración americana, como la que dirigía Italia. De Gaulle ponía todo el énfasis en la participación francesa en las operaciones militares que iban a llevar a los aliados hasta el corazón de Alemania. «Pero fueron los americanos los que no quisieron que los aliados cruzaran los Pirineos y acabaran con Franco, como sí acabaron en cambio con Hitler y Mussolini. Algunos de mis colegas de la nueve, una vez en París, dejaron el Ejército para participar en la tentativa guerrillera de liberación del Valle de Arán. La verdad es que entonces los franceses ya no nos necesitaban. En París había miles de jóvenes que querían enrolarse». Lluís Royo, que no volvió a España hasta finales de los años cincuenta -«mi familia había venido varias veces a verme aquí pero yo, cuando fui a Barcelona, recibí la visita de la policía, y si iba a visitar a viejos amigos luego ésos también eran interrogados por la policía»-, vive de una modesta pensión que cobra del Estado francés. «Y con una de mis hijas, que me cuida muchísimo». Está contento de que ahora Francia y París les recuerden, pero piensa «que todo eso había que haberlo hecho diez años después de acabada la guerra, cuando el poder francés ya estaba consolidado y nosotros ya hacía tiempo que no éramos ninguna amenaza para Franco». Como el Miralles de la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina, Royo ha combatido en medio mundo, bajo distintas banderas, pero siempre a favor de la libertad. Ahora es uno de los protagonistas de un filme de Jorge Amat para la televisión francesa, le conceden la Legión de Honor y una placa en la fachada del Ayuntamiento recordará el acento español de los libertadores de 60 años atrás.
La fiesta de la historia
El presidente francés, Jacques Chirac, y el alcalde de París, Bertrand Delanoë, presidirán el día 25 el acto central de conmemoración de la liberación de París. Un espectáculo musical de Jérôme Savary ocupará la plaza de la Bastilla y todos los parisienses han sido invitados a sumarse al baile vestidos a la moda zazou, la de principios de los años cuarenta. Antes, el día 24, se descubrirá la placa con la que el Ayuntamiento de la capital rinde homenaje a los republicanos españoles que entraron en la capital. El presidente del Senado español, Francisco Javier Rojo, acompañará al alcalde.
La iniciativa que rinde homenaje a quienes comenzaron el combate en España en 1936 tiene un cierto valor de reparación, tal y como lo reconoce Anne Hidalgo, primera teniente de alcalde de París e hija de una familia de republicanos españoles. «Es una parte de la historia que ha sido ocultada. Estoy muy contenta de que se haga luz sobre los hechos precisamente durante mi mandato. Sólo lamento que no pueda estar presente Étienne Roda-Gil, que hubiera leído sus poemas. Para él, la causa de la República española era una parte importante de su vida». El poeta y letrista Roda-Gil, hijo de anarquistas catalanes, falleció el pasado mayo, sin poder hacer realidad la Fundación de Ayuda a la Creatividad que quería crear en Perpiñán.
EL PAIS