El capitalismo y los estados que lo legitiman están en plena metamorfosis de sus propias condiciones de reproducción y superviviencia. La especie humana asiste incrédula, desconcertada y sin valores sólidos que la den sentido al espectáculo fragmentado y sin detalles de un planeta hiperhumanizado, tecnificado, económica y culturalmente globalizado, pero al mismo tiempo terriblemente injusto, desigual e insolidario, donde la miseria y la muerte sin sentido campan por continentes enteros.
La desidia, la indolencia, la pasividad contemplativa del mundo vista a través de múltiples imágenes que banalizan el deterioro medioambiental y la indignidad en la que malviven millones de seres humanos desplazados por las guerras y la pobreza, constituyen el gran pensamiento de los países acomodados. Países que caminan a marchas forzadas creando sociedades de individuos cuyo único horizonte de libertad se agota en el consumo desaforado de productos y servicios que engrosan con sus desperdicios los vertederos del tercer mundo. Países que se han sometido sin reparos al designio impuesto por sus empresas y capitales, que son cada vez más ubicuas, más incontrolables, a medida que hacen del planeta entero su objeto de transformación, de producción, de distribución, de compra-venta y de consumo : un inmenso libre mercado para proseguir en su proceso sin fin de acumulación y búsqueda de la máxima rentabilidad.
Los sistemas tecnológicos de información e innovación, presentados como el acicate para el futuro de una nueva democracia participativa y de una nueva ciudadanía mundial y telématica, se constituyen en el resorte principal para una superpuesta dualidad social entre quienes producen, gestionan e interactuan en la red y la inmensa mayoría de la población mundial que aún desconoce lo que es el papel higiénico o el agua potable.
El movimiento obrero y sindical, institucionalizado en los países centrales y desarrollados, hace tiempo que cedió al chantaje de la competitividad capitalista. Las burocracias sindicales, pequeñas y grandes, se conforman con arrancar las mejores condiciones posibles en los despidos, en vez de denunciar la precariedad galopante que invade el mercado laboral, condición por otro lado necesaria para asegurar los beneficios crecientes de las empresas. Los primeros de mayo, antaño vindicativos de tranformaciones sociales, son un día más en el calendario de los festivos. Y cada cierto período de años, los estados nos invitan a elegir a las élites políticas, expertas en desviar las preocupaciones reales con fuegos de artificio de lo mucho que podrán hacer si se les vota.
Las fuerzas sociales, mientras tanto, a penas se mueven, sumergidas en la vorágine de los acontecimientos que emanan de las dinámicas autotransformadoras del capital y del estado. Y cuando se movilizan o ya es tarde o es testimonial o estéticamente democrática. O, lo peor, siguen presas de modelos arcaicos de lucha, donde predominan el aislacionismo, el localismo, el partidismo de los conflictos, en vez de ser provocadores de ondas expansivas, amplias, globales, integrales, internacionales, de crítica activa a las relaciones sociales de poder que combaten. Mientras el capital y los estados globalizan sus relaciones y flujos de intereses, los conflictos sociales se someten al principio mediático de la fragmentación, del interés local y anecdótico : simples anuncios en un mar de publicidad consumista. Aunque es cierto que sigue existiendo el llamado movimiento antiglobalización, no es menos cierto que sólo se articula dependiente siempre de la agenda de las instituciones que conforman la “gobenanza” mundial. Los Foros Sociales Mundiales y Regionales han sido, a pesar de las buenas intenciones de organizaciones y militantes combativos, fagocitadas por la multinacional socialdemócrata que intenta, sin poder conseguirlo, legitimar la explotación libre del mundo por las transnacionales mediante la generosa financiación de redes de oenegés humanitarias, cuyos proyectos de desarrollo no son más que cosmética para comodidad de las malas conciencias.
Los movimientos sociales y sindicales combativos y críticos con el sistema imperante se encuentran generalmente presos de sus propios dilemas : decidir acciones exclusivamente en torno a lo que no se quiere no asegura saber lo que se desea. Es precisamente la falta de definición, reflexión y debate sobre la transformación social que se desea su mayor debilidad, nuestra gran debilidad y una invitación permanente a la confusión de ideas, propuestas y alternativas. La siempre benigna y necesaria pluralidad de perspectivas y análisis, y la siempre progresiva y correcta autonomía organizativa, no pueden ni deben ser utilizadas como excusa para la falta de acuerdos en torno a las estrategias de acción y movilización a seguir ni sobre la definición -siempre conjetural- de sociedad de personas libres e iguales por la que luchamos.
Frente al desorden mundial y contra el caos social imperantes, los movimientos sociales y sindicales combativos tenemos dos quehaceres permanentemente inacabados. Por un lado, organizarnos más y mejor, con más democracia real y con mejores estructuras de coordinación y solidaridad efectiva. Por otro lado, clarificar la transformación social que postulamos como inaplazable, y que sólo podrá llevarse a cabo desde el principio de igualdad de derechos y libertades para todos/as. O lo que es lo mismo, para todos los seres humanos, todo lo que satisface sus necesidades, su dignidad y su libertad. Cuanto más hablemos de la sociedad que queremos más fuertes seremos para conseguirla.