En este corto texto analizo en forma propositiva una concepción de la democracia como una forma social de la ampliación de derechos. Para debatir por éste camino (la democracia política con distribución socio-económica), es necesario, tanto el hacer la crítica al neoliberalismo -y a sus premisas transferidas a los estudios políticos neoinstitucionalistas- como el desarrollar un modelo teórico adecuado.

En este corto texto analizo en forma propositiva una concepción de la democracia como una forma social de la ampliación de derechos. Para debatir por éste camino (la democracia política con distribución socio-económica), es necesario, tanto el hacer la crítica al neoliberalismo -y a sus premisas transferidas a los estudios políticos neoinstitucionalistas- como el desarrollar un modelo teórico adecuado.

Con esto espero contribuir al diálogo entre aquellos trabajadores intelectuales que están echando agua al molino de la lucha epistemológica originada en la América Latina, con el avance de la democracia participativa y directa. Veo a este proceso como un desafío metodológico, a la altura de los estudios y del pensamiento político post-colonial y antiimperialista. 

O creamos conceptos operacionales o seremos unos eternos colonizados

Esta pelea teórica pasa por la creación de un concepto de proceso para la radicalización democrática, aplicable a la acumulación de fuerzas donde operan organizaciones políticas extra-institucionales, impulsando a los movimientos populares. Este método se condensa en la acción estratégica de transferir y cargar de poder a los sujetos sociales, apuntando a los objetivos prioritarios, estimulando el aumento de la participación directa de la mayoría. Para ampliar la participación se necesita de la comprensión del papel del análisis estratégico y de su respectiva planificación, subordinando las rutinas del activismo al objetivo final. 

La categoría de la planificación de la actividad política está siempre en disputa. Hegemónicamente, su sentido es escamoteado por el esfuerzo de vaciar a esta categoría de significado real. La planificación, en siendo estratégico, está siempre subordinada al objetivo y no al contrario. No existe un tipo-ideal de planificación, porque esta categoría es apenas un soporte de la categoría objetivo final. Para obtener finalismo, es necesario tener la capacidad de imponer una o más agendas simultáneas. En la ausencia de una planificación propia, el poder de agenda es impuesto desde arriba hacia abajo. Para reaccionar a esta presión, se hace urgente que exista en el horizonte el hecho consumado de las arenas institucionales de la política profesional, consagradas a través de las relaciones de clientela y de la cobertura de la media corporativa.

Con la falta de una teoría democrática que contemple el proceso político de llenar de poder a los sujetos sociales organizados colectivamente en la forma de movimientos populares, la agenda de estos movimientos siempre será reactiva y no proactiva. Procediendo así, no halla sentido una organización política que supere el papel de intermediación-representación y se proponga servir de motor y fuerza estratégica de este mismo proceso. Allí se encuentra la necesidad de la teoría.

La propuesta entonces es fomentar una ventana de crítica y posibilidades para debatir, a partir del campo de la Politología (también llamada en el Brasil Ciencia Política) los pilares de una teorización del proceso de acumulación para una democracia radical. Y, desde ahora y siempre, esta premisa de proposición encarna en sí misma una dimensión ontológica que se coloca diametralmente en contra de la corriente hegemónica del pensamiento político liberal-oligárquico (aunque travestido con otros nombres) y apunta a la convergencia interdisciplinaria con otras matrices de las ciencias humanas y sociales que se coloquen a servicio de esa causa colectiva.

La hegemonía de los colonizadores retumba entre los colonizados

Aunque parezca repetitivo, reitero y refuerzo la noción de que las ciencias sociales viven una crisis, donde específicamente, las teorías democráticas generadas en la América Latina tienen que ejercer una constante lucha intelectual para ser reconocidas por sus propios pares latino-americanos. Esto no es novedad en las ciencias humanas y sociales. Al contrario, afirmo que la pelea de ideas y de conceptos-llave, de opción por variables macro-explicativas en detrimento de otras, es constitutivo tanto en nuestra faena diaria como en las demás matrices históricas de cualquier forma de pensamiento.

Parto del principio de la urgencia de la sinceridad teórica, sin ocultar ni travestir premisas. En este campo, la dimensión ontológica se implica necesariamente con las elecciones hechas. Es decir, en la elección de las herramientas de análisis presentadas cómo válidas, y en el uso de un cuerpo conceptual que sea coherente con los prepuestos teóricos, metodológicos y de soporte ideológico, de los trabajadores intelectuales que se dedican a montar y operar teorías. Cuando alguien habla en forma “neutral” lo que en verdad existe, es una premisa oculta. No existe ninguna forma de “neutralismo” científico ni nada por el estilo. El rigor es distinguido de la “neutralidad”. Ser “neutro” en las ciencias humanas es sólo reproducir los paradigmas comunes dominantes, sin saber o admitir lo que se está haciendo.

Estas características no contienen ninguna contradicción o conflicto inherente. Al partir del principio que no existe neutralidad científica en los saberes de las humanidades, admitimos que la precisión analítica no es el correlato de una presunta neutralidad. Cualquier argumento en este sentido termina implicando un supuesto cientificismo, lo que, en la teoría aquí desmentida, universaliza(ría) uno o más prepuestos particulares. En la correlación de fuerzas del universo académico de los países céntrales y su relación desigual con el campo intelectual de la América Latina, ocurre justamente loinverso.
 
La crisis de paradigmas es la de una “democracia” que vive en crisis

Asumo como punto de partida la condición de crisis de paradigmas y funciones en las ciencias sociales contemporáneas en general y de las teorías democráticas meramente procedimentales y rituales en particular. Infelizmente -y no hay ninguna novedad en eso- sigue valiendo la lógica de los asimilados. No hay nadie que conozca mejor la literatura de los países céntrales que el lector colonial. Así, las categorías que se presentan como “nuevas”, con el objetivo de radicalizar la democracia, profundizando los criterios de participación, activismo, protagonismo popular, acción colectiva y gestión directa de los recursos públicos, es vista por la hegemonía del campo como algo “raro”.

El ejemplo más absurdo se da en el debate de los “clásicos” de la política de Occidente, cuando se estudia el Federalismo. Al tiempo que en el Norte se presenta como modelo federalista el esquema oligárquico de la Revolución Esclavista de las 13 colonias inglesas, se niega rotundamente en el Sur el Federalismo Histórico y Revolucionario de la Gesta Artiguista cuyo proyecto político concreto fue la Liga Federal de los Pueblos Libres.

Al no buscar nuevos parámetros, y por negarse a reconocer en su propia matriz histórico-estructural las salidas a las crisis de la sociedad donde se inserta y de la cual extrae su producción intelectual, el científico social de la colonia se queda en el papel de traductor de conceptos y presentador de teorías normativas e inaplicables. O sea, este tipo de trabajador hiper especializado no puede ni siquiera buscar soluciones a esta “democracia” liberal conservadora porque su trabajo termina por legitimar el sistema de carreras políticas profesionales y de partidos de intermediación. A fin de cuentas, no puede este científico social (cómo un todo) y político (en lo específico) ser parte de la solución de las mayorías porque pertenece ideológicamente a la minoría que es causante de estos mismos problemas.

Este ejemplo vale tanto en la lucha contra la no-historia (la polvos-modernidad), como en los embates entre la democracia participativa y las matrices de pensamiento liberal-conservador y su democracia de pocos para casi nadie.

Se concluye que para superar esta hegemonía que gravita en nuestro campo es preciso un esfuerzo analítico, teórico-epistemológico, con premisas explícitas y con una dimensión ontológica demostrada desde el principio de la propia formulación. La resultante de este esfuerzo, más que un “análisis político de la América Latina” es la afirmación de una escuela de análisis político latino-americana, buscando sobrepasar a la democracia de tipo liberal y yendo al encuentro de la dimensión substantiva y participativa de la misma.

Bruno Lima Rocha es politólogo, docente universitario y militante de la FAG /
blimarocha@gmail.com


Fuente: Bruno Lima