Muley Fadel nació en una familia nómada, pasó sus primeros años en los campamentos de refugiados saharauis en Argelia y se educó en Cuba. Este filólogo y militante del Frente Polisario guió a un grupo de mexicanos por los territorios liberados del Sáhara Occidental


Muley Fadel nació en una familia nómada, pasó sus primeros años en los campamentos de refugiados saharauis en Argelia y se educó en Cuba. Este filólogo y militante del Frente Polisario guió a un grupo de mexicanos por los territorios liberados del Sáhara Occidental

Sahara Occidental. Como un punto perdido en la inmensidad, aparece una solitaria garita de adobe. Es el puesto fronterizo de la República Arabe Saharaui Democrática (RASD), resguardada por un puñado de hombres modestamente armados, con la cabeza envuelta en turbantes negros. Es el límite de la región de Tindouf, enorme extensión de desierto que entra como una cuña entre Marruecos y Mauritania para tocar el Sáhara Occidental.

Hacia delante se extiende lo que los saharauis llaman los territorios liberados. Los mapas de las compañías transnacionales que explotan el fosfato y la pesca de las zonas ocupadas por Marruecos lo consideran «tierra de nadie». Los registros cartográficos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) lo reconocen como parte del único país de África que falta por acceder a la descolonización y la autodeterminación.

Para internarse al Sáhara Occidental no se requiere pasaporte ni visa. Aunque la República Arabe Saharaui Democrática cuenta con un Estado y más de medio millón de ciudadanos, con el reconocimiento de más de 70 países y con docenas de resoluciones de la ONU que decretan su derecho a existir, aún no es una nación en pleno derecho. Para existir hace falta que se cumpla con un acuerdo de paz que fue aprobado por el Consejo de Seguridad de la ONU y aceptado por todas las partes en conflicto hace 14 años. Este acuerdo, el Plan Baker II, dispuso la realización de un referendo en torno a la autodeterminación entre todos los saharauis refugiados y los residentes en la zona ocupada, incluso los marroquíes. El reino de Marruecos ignoró y boicoteó el plan de paz hasta que el año pasado, por fin, lo rechazó tajantemente.

Mientras, en los campamentos de Tindouf, y sobre todo en las regiones militares del ejército del Frente Polisario en los territorios liberados, crecen la desesperación y la convicción de que los dirigentes del polisario cayeron en una trampa tendida por las potencias y por la propia ONU. El año próximo cumplirán 30 años en el exilio.

El Sáhara Occidental es hoy un pueblo desgarrado en tres espacios. Uno es el territorio bajo el régimen marroquí, una larga franja litoral bañada por el Atlántico, con puertos ricos en pesca, ciudades sagradas, centenares de presos políticos, grandes ríos y el famoso triángulo útil de Bru Craa, que contiene dos millones de toneladas de fosfatos. Ahí habitan, se calcula, 250 mil saharauis. Otro espacio es el territorio liberado, la franja mutilada por lo que aquí llaman «el muro de la vergüenza», mil 900 kilómetros de ingeniería bélica. Sólo lo habitan tribus nómadas que se mueven constantemente por el mar de arena del Sáhara, sin reconocer fronteras, y los militares de las seis regiones militares del ejército polisario. Un tercer espacio son los campamentos de Tindouf, con poco más de 120 mil refugiados que viven de la asistencia internacional, sin posibilidades de desarrollo.

«Lo único que pedimos al mundo es un día, sólo 24 horas para nosotros, en estos 30 años», expresa el presidente de la RASD, Mohamed Abdelaziz, a La Jornada, que recorrió durante 14 días ese pueblo sin tierra propia. «Sólo pedimos una jornada para que los saharauies ejerzan el derecho a decidir si quieren integrarse a Marruecos o si quieren formar una nación.» Hace pocos días un prominente periodista marroquí, Alí Lmrabet, fue condenado por un juez del reino a «10 años sin derecho a publicar» por haber expresado que, de realizarse el referendo, la mayoría votaría sí a la autodeterminación y no a la integración a Marruecos. Es un resultado previsible que Rabat no se atreve a enfrentar.

El resto del mundo -sobre todo las potencias, pero México también- prefiere olvidar este compromiso con el principio de descolonización y privilegiar alianzas de conveniencia comercial con Marruecos. Para sacudir ese olvido, desde la segunda zona militar del Ejército de Liberación Popular Saharahui, en Ajchach, el comandante Brahim Mohamed Mahamud recuerda un antiguo proverbio beduino : «El camello aguanta mucho, pero no es eterno. Eso se aplica a nuestra paciencia. Ha sido inagotable, pero puede caer de nuestra mano».

En los campamentos, pero sobre todo en las regiones militares, se habla cada vez más de reanudar la guerra que fue suspendida en 1991 cuando ellos la iban ganando.

BLANCHE PETRICH

jornada.unam.mx