Artículo de opinión de Rafael Cid
Una formación atrapalotodo o “partido escoba”, y un líder a su imagen y semejanza. Eso es Podemos tras el rotundo veredicto emitido por las urnas electrónicas el pasado sábado 15 de noviembre: el partido de Pablo Iglesias. Salvo Santiago Carrillo, cuando el 14 de abril de 1977 impuso la aceptación de la Monarquía a la cúpula del Partido Comunista de España (PCE), nunca antes en la España democrática un dirigente político había concentrado tanto poder en su mano.
Una formación atrapalotodo o “partido escoba”, y un líder a su imagen y semejanza. Eso es Podemos tras el rotundo veredicto emitido por las urnas electrónicas el pasado sábado 15 de noviembre: el partido de Pablo Iglesias. Salvo Santiago Carrillo, cuando el 14 de abril de 1977 impuso la aceptación de la Monarquía a la cúpula del Partido Comunista de España (PCE), nunca antes en la España democrática un dirigente político había concentrado tanto poder en su mano. Y en el caso de la organización de Pablo Iglesias, con el valor añadido de presentarse como el “partido de la gente”.
Por unánime decisión de sus activistas, Iglesias ha sido investido secretario general de Podemos, haciendo al mismo tiempo de los principales órganos de decisión del partido una caja de resonancia de su liderazgo. Desde el Comité de Coordinación (CdC), que estará integrado por 10 personas, hasta la Comisión de Garantías Democráticas (CGD), pasando por el más coral Consejo Ciudadano (CC), constituido por 62 delegados netos, todo en el organigrama ejecutivo de Podemos ha sido diseñado en clave presidencialista.
Un caso inédito en la reciente historia de la partidocracia española, sobre todo teniendo en cuenta que Podemos aún carece de presencia parlamentaria en las instituciones del país, limitándose su currículum a los cinco eurodiputados obtenidos en las elecciones europeas del pasado 25 de mayo. Curiosamente, sirviéndose en aquella ocasión de un programa -reclamo del que solo seis meses después la cúpula de Podemos reniega en sus aspectos más radicales, como lo concerniente a la denuncia integral de la deuda soberana por ilegítima o el tema del cuestionamiento del euro.
Y todo ello en medio de una galopada de entusiasmo popular y mediático sin precedentes. Porque, contradiciendo toda prudencia política, a cada órdago monopolizador lanzado por Pablo Iglesias y su equipo las bases han respondido con una entrega sin condiciones. Eliminó la posibilidad de una dirección colegiada echando mano del viejo discurso caudillista; implantó sus coordenadas programáticas con la amenaza de dimitir si no eran aceptadas; estigmatizó al competidor proponiendo que las minorías se automarginaran, y acaba de culminar su paseo triunfal logrando lo nunca visto en democracia: que los de abajo cedan “orgullosamente” todo el poder a los de arriba.
La fidelidad al líder demostrada por los “pablistas” que han entrado a formar parte de los “círculos” de poder de Podemos recuerda, mutatis mutantis, al elenco de “senadores de designación real” con que se armó el tinglado con que echó a andar la primera legislatura de la transición. Ni el “asambleario” Consejo Ciudadano, máximo órgano entre congresos, ni el elitista Consejo de Coordinación, escapan a la lógica atrapalotodo que identifica a la marca Podemos. El staff del CC ha sido elegido votando la plana ofertada en exclusiva por el equipo de Pablo Iglesias, Claro que Podemos, reproduciendo así en los hechos a las denostadas listas cerradas y bloqueadas de los partidos del régimen, y además los integrantes del CdC serán cooptados de una relación hecha a propuesta del secretario general.
De la magnitud de la inquebrantable adhesión al pablismo da idea la cuantía de votos obtenidos por el cabeza de lista oficial (Claro que Podemos) y su equivalente alternativo para los distintos órganos. Secretario General: Pablo Iglesias el 96,87% de los votos; Pablo Monge el 1,01%. Consejo Ciudadano: Íñigo Errejón el 89,54% de los votos, Cristina Oliván el 5,25%. Comisión de Garantías Democráticas: Gloria Elizo el 86,12% de los votos, Cristina Oliván el 5,02%. Todo, democráticamente atado y bien atado.
Dicen las crónicas que entre los invitados a la asamblea constituyente que se ha propuesto liquidar el bipartidismo dinástico había, entre otros, representantes de Izquierda Socialista (IS), el ala reformista del PSOE, y que en su discurso de clausura está vez Iglesias ha omitido críticas al partido que lidera Pedro Sánchez. Un gesto congruente con los fichajes realizados recientemente por Podemos para la fontanería del partido. Los últimos han sido, el economista Juan Torres, antiguo secretario general de Universidades de la Junta de Andalucía y el politólogo Vicenc Navarro, un famoso académico que colaboró en la confección del programa electoral del anterior presidente de gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.
Hay otros socialistas desenganchados que forman parte de la vieja guardia de Podemos desde sus orígenes, como el jurista Carlos Jiménez Villarejo, ex fiscal especial anticorrupción durante los años de plomo del felipismo. Catalán de nacimiento, el eurodiputado dimisionario Villarejo, tío de la exministra socialista de Asuntos Exteriores Trinidad Jiménez, publico un artículo en el diario El País el pasado 7 de noviembre, con el título de Una consulta antidemocrática, donde negaba toda legitimidad al 9-N, en línea con las tesis prohibicionistas del Tribunal Constitucional ante el ejercicio del derecho a decidir.
Concluido el maratón constituyente, la nomenklatura de Podemos se centrara en las elecciones autonómicas y generales del 2015 para proseguir su larga marcha a través de las instituciones. Una vez descartada la participación en los comicios municipales, al menos en las pequeñas localidades donde la cuota de poder a ganar es casi nula. Y si las encuestas continúan siendo favorables a la nueva organización, llegará el momento de los pactos para gobernar, escenario que muy probablemente culminara tomando de consorte al PSOE, uno de los dos partidos factótum de la crisis y del sistema.
Tamaña peregrinación frustrada de abajo-arriba (del horizontalismo al verticalismo y de la democracia deliberativa a la democracia plebiscitaria), caso de consumarse, recordaría lo sucedido en Alemania con el Los Verdes (Die Grüne) en su particular asalto a los cielos. Una formación de raíz profundamente contestaría que en 1998 entró a gobernar con el PSD de Gerhard Schröder y cinco años después, en marzo de 2003, sancionó la Agenda 2010, un paquete de medidas para “flexibilizar la economía alemana” en aspectos como trabajo, salud, pensiones e inmigración (entre otras medidas de marcado talante ecológico). Una hoja de ruta “rojiverde” que ha inspirado a la troika (CE, FMI y BM) para lanzar su arsenal de políticas austericidas que Podemos ha prometido derogar.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid