Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico
El que se señale un día concreto de los 365 del año para celebrar una efemérides, un acontecimiento, una reivindicación… es la consecuencia de que socio-políticamente hablando se considera que es importante poderlo de manifiesto.
El que se señale un día concreto de los 365 del año para celebrar una efemérides, un acontecimiento, una reivindicación… es la consecuencia de que socio-políticamente hablando se considera que es importante poderlo de manifiesto. Para un sector de la población la celebración del día del orgullo LGTB (lesbianas, gay, bisexuales, transexuales) cada 28 de junio no tiene sentido, bien porque entienden que sólo es aceptable la orientación heterosexual tradicional en la cultura occidental, o bien porque no perciben las discriminaciones negativas que soportan las personas que desarrollan orientaciones sexuales diferentes.
Esta fiesta tiene lugar el 28 de junio, día en el que se conmemoran los disturbios de Stonewall (Nueva York, Estados Unidos) de 1969, que marcaron el inicio del movimiento de liberación homosexual. Protagonizado en esos momentos por la comunidad gay. Y evidentemente bastante se ha avanzado socialmente en cuanto a normalizar la situación de toda persona con independencia de la orientación sexual que asuma. La persona lo primero y sobre todo la persona. Porque ni la clase social, ni la religión, ni la cultura, ni la raza, ni la lengua, ni el género y orientación sexual afectan al hecho cierto de que toda persona es sujeto de derechos inalienables que deben ser respetados y defendidos por el conjunto de la sociedad.
Un distingo, uno sólo, y el llamado Estado de Derecho comienza a desmoronarse convirtiéndose en un Estado de Desechos. Porque todo aquel individuo, ya no persona, que se aparte del canon establecido por la política de turno, es perfectamente prescindible y como tal eliminable.
Todas las celebraciones anuales que persiguen reconocer derechos y salvaguardar libertades son dignas de elogio y deben ser socialmente respaldadas, para que se fragüe en lo más profundo de las conciencias el inmenso respeto por la dignidad humana. Sin calificativos. Así, sin más.
Para quienes creen que no es para tanto, porque en su entorno inmediato no se perciben las discriminaciones vejatorias para las personas con diversas orientaciones sexuales, basta indicarles que repasen la prensa y hallarán ejemplos en los que la discriminación sigue existiendo desde hace milenios. Cómo un cantante famoso tiene, a estas alturas de la película, que “confesar” que es Gay. O cómo el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha sentenciado que no se puede despedir a un trabajador por su orientación sexual. ¡A estas alturas! y en el fragor de la guerra declarada de Trump a la comunidad LGTB a la que está obstaculizando el acceso a las ayudas estatales, alegando “que el término «sexo» contenido en la ley «no incluye la orientación sexual». O las noticias de palizas, vejaciones o asesinatos como el producido por un tirador que mató a 49 personas en un club nocturno gay en Orlando (Florida). O como un hospital norteamericano se niega a recibir una donación de sangre de una persona homosexual. O como la Iglesia Católica sigue discriminando y rechazando a estas personas. O cómo se critica que la Guardia Civil haya publicitado en twitter la bandera del LGTB, o que Correos ponga los multicolores en algunos buzones, o que un ayuntamiento deba quitar de su fachada la bandera arcoíris.
Como queda aún mucho por hacer, mañana será un buen día del Orgullo LGTB.
Rafael Fenoy Rico
Fuente: Rafael Fenoy Rico