Artículo publicado en Rojo y Negro nº 394, noviembre 2024
Solemos señalar que anarquía no es el caos sino la suprema expresión del orden. Kropotkin solía señalar que, con todos sus defectos capitalistas, el tráfico ferroviario transfronterizo era una realidad en su época sin intervención estatal ni representativa. Habrá que cartografiar este terreno para las lenguas.
Principios ácratas para las lenguas
Conversando sobre diversas lenguas, sus gramáticas y ortografías y sobre el lenguaje neutro inclusivo en ambientes libertarios, he llegado a sintetizar las fuerzas que rigen las lenguas en 3 principios en pie de igualdad.
1. La lengua es un organismo vivo: ni cuerpo muerto, ni en descomposición.
2. La lengua es coherente en su lógica interna, tanto en sus reglas como en sus excepciones.
3. La lengua es un instrumento de comunicación en que prima la eficiencia, no solo la eficacia.
Como estos principios están en pie de igualdad, cualquiera de ellos está explicado y matizado por los otros dos.
Eficiencia frente a eficacia
¿Cuántas veces no nos habremos encontrado la manida excusa de “pero se entiende igual”? Yo me la he encontrado siempre después de que el mensaje tuviera que ser varias veces repetido, quizás también explicado, finalmente asimilado e invariablemente excusado con la dicha coletilla.
Esta invocación a la eficacia, que ya se pierde si es necesario explicarlo, desprecia la eficacia al necesitar unos recursos y un tiempo para lograr su fin que, de haber empezado con la explicación, habría ahorrado enormemente. Puede que en contextos coercitivos sí que haya una norma arbitraria que reduzca la lengua un cadáver, pero en contextos libres y vivos la negociación del significado cuenta entre los recursos consumidos por el mensaje cuya eficacia se exalta.
Coherencia interna
Como no podemos juzgar a una lengua por parámetros de otra o de otras versiones igualmente válidas de ella misma, lo que podemos y debemos exigirle a una lengua es que sea coherente con ella misma, tanto en sus reglas como en sus excepciones.
Tiene el castellano un sistema etimológico y ecuménico de pronombres átonos de 3ª persona (sus excepciones se encuentran principalmente a este lado del Atlántico) frente al cual medimos el leísmo, el laísmo y el loísmo. Este sistema es coherente porque distribuye los pronombres por acusativo masculino, acusativo femenino y dativo, sistemáticamente.
También tiene esta lengua un sistema cortesano madrileño-pucelano que, si bien merece justamente ser contestado por las actitudes de su promoción, al menos es coherente dentro de él. Se pasa de acusativo o dativo y se distribuyen los pronombres estrictamente por género gramatical, lo que lo hace leísta y laísta, pero no incoherente. Incluso deja para el “lo” un neutro como el de “esto”, dentro de su coherencia.
Ambos modos son compatibles con la adición del neutro inclusivo de Meseguer. Por lo que incorporar esta última propuesta no rompería el principio tratado.
Proceso vivo
Sin faltar a la eficiencia comunicativa y a la coherencia interna, no las contradice el que coexistan sistemas paralelos (con sus reglas y sus excepciones) para una misma función, quizás uno en declive y otro en auge. Ambos sistemas pueden ser perfectamente compatibles, como el auge del verbo “necesitar” ante el declive de la perífrasis “haber menester”. Si no son compatibles, la coherencia interna debe operar en cada uno de ellos y la eficiencia comunicativa permitir la desambiguación mientras dure esa transición activa.
Estos cambios deben hacerse a una velocidad adecuada a su complejidad y a su necesidad, ni dejar la lengua congelada ni descarriada en descomposición. Es posible conjugar eficiencia, estabilidad y versatilidad, sobre todo, si nos resistimos a las modas flor de un día.
Como dicen Andrés Bello y colaboradores (1823) en “Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar la ortografía en América” en referencia a la ortografía: «¿Qué cosa más contraria a la razón que establecer como regla de la escritura de los pueblos que hoy existen la pronunciación de los pueblos que existieron dos o tres mil años ha, dejando, según parece, la nuestra para que sirva de norte a la ortografía de algún pueblo que ha de florecer de aquí a dos o tres mil años?».
Mea culpa y conclusión
Seguramente, como tode humane, incurra en pecado contra alguno de estos principios. Los peligros que veo más evidentes son el habla personal, la jerga técnica y las modas y aunque la antigüedad no justifica un uso, como en la cita de Bello, sí refuta que sea una moda pasajera: el neutro inclusivo de Meseguer data de 1976, mientras que el portugués registra usos similares en 1977.
Como cita una persona que admiro, “las lenguas, como las religiones, viven de herejías” y más dicho desde una perspectiva libertaria. Aunque estas “herejías” puedan parecer modas en sus primeros estadios, mi propuesta de resistirse a las modas no debe entenderse como cortapisa a la evolución, sino siempre supeditada a los tres principios citados en todo este artículo.
Las lenguas se han desarrollado sin, o a pesar de, las academias normativizadoras o interferencias de Estados, en su nivel central o en el autonómico, demasiadas veces caprichosas e irresponsables frente a los principios de eficiencia, coherencia y vida. Dejemos que los mecanismos de las lenguas funcionen, aunque lo que aquí he expuesto sea un esbozo.
¡Ni Dios, ni César, ni Academia!
Urien L. Vázquez
Fuente: Rojo y Negro