Artículo de opinión de Rafael Cid

Estamos ante un libro acordeón y polifónico, con mucho fondo de armario. Complejo e inasequible a una interpretación monocorde, igual que la descripción del anarquismo en que inscribe su ciclo. “Revolución o colapso”, la obra a que aludimos, admite tantas lecturas provechosas como ángulos desde donde analizarla. Tiene un aspecto cronológico básico, donde expone la trayectoria de su autor, que abarca casi setenta años y engloba a varias generaciones.

Estamos ante un libro acordeón y polifónico, con mucho fondo de armario. Complejo e inasequible a una interpretación monocorde, igual que la descripción del anarquismo en que inscribe su ciclo. “Revolución o colapso”, la obra a que aludimos, admite tantas lecturas provechosas como ángulos desde donde analizarla. Tiene un aspecto cronológico básico, donde expone la trayectoria de su autor, que abarca casi setenta años y engloba a varias generaciones. Ese tramo alcanza desde sus balbuceos libertarios en el primer tercio del pasado siglo hasta el último compromiso ambientalista de épocas recientes. También se puede abordar transversalmente. Comparando la hemeroteca de los acontecimientos que ilustran sus páginas, una especie de guía de comprensión,  con las acotaciones que hoy  suscitan esos hechos a su protagonista. Cabe, incluso, una cala de naturaleza ideológica, reveladora de una firme evolución crítica, en la que queda patente su potencial intelectual y compromiso ético. Y si se me apura, aún añadiría un activo más como anexo: los imprescindibles prólogos que incorpora, uno de Tomás Ibáñez (para la edición francesa) y  otro de Carlos Taibo (para la versión española), dos agudos renovadores del pensamiento antiautoritario. Quizás por eso, para resaltar esa rica y dispersa biodiversidad, estas a modo de memorias llevan un subtítulo más volátil: “entre el azar y la necesidad”.

Confieso que a mí me agrada más el rotundo disyuntivo “Revolución o colapso” que vocea en la portada. Recuerda aquel otro enunciado radical de Rosa de Luxemburgo, “Socialismo o barbarie”, utilizado por  Castoradis y Lefort, precursores de la desacralización de esas doctrinas que pretendían transformar el mundo tras interpretarlo, para dar nombre a su grupo de trabajo y a la revista que editaba.  Dice más sobre el periplo político de Octavio Alberola Surinach. Hablo del revolucionario de la acción directa (dos conceptos que no siempre son compatibles) y a la vez del inconformista que reflexiona sobre los caminos de una emancipación que ya no puede ignorar  la condición ecocida de un sistema regido por la lógica productivista a diestra y siniestra. Evolución en la revolución, más allá clichés y de etiquetas, una línea  heterodoxia que informa todo el texto salvándole de la cosificación autorreferencial  en que suelen caer biografías ensimismadas en la cultura del músculo.

Alberola es por mérito propio y de su eterna rebeldía uno de los más fieles exponentes del movimiento libertario, banderín de enganche entre la generación de la guerra civil y la de la democracia, lo que implica además su tránsito por el exilio y la resistencia antifranquista. No voy a hacer una relación de su peripecia como agitador y hombre de acción, quien lo desee tiene a su disposición una exhaustiva recopilación en la excelente Enciclopedia Histórica del Anarquismo Español, de Miguel Iñiguez, obra única en su género nunca suficientemente celebrada. Solo decir que como su padre, maestro racionalista y responsable de Instrucción en el Consejo de Aragón, siempre ha demostrado una gran sensibilidad para desafiar a cualquier instancia de dominación, pugna compartida con su igualmente vehemente confianza en el estudio, la ciencia y el conocimiento como antídoto al oscurantismo y la heteronomía. En estas dos dimensiones esenciales hay que inscribir su desenfrenado activismo libertario, allí donde su probado espíritu solidario le lleva, no exento de choques, tropiezos, claroscuros y desencuentros con su entorno militante. En el primer exilio mexicano, a donde llegó con su familia siendo un adolescente, y más tarde en su etapa de clandestinidad en Europa, hasta convertirse en una especie de enemigo público número uno del régimen franquista por su contumacia en la lucha contra la dictadura con todos los medios a su alcance. Todo ello, con el consiguiente correlato de periodos de cárcel, la primera vez a los 20 años, destierros, arrestos y confinamientos, que le persiguieron hasta la muerte de Franco en 1975. Pero el resistente Alberola ni se jubila de las ideas ni se vuelve sedentario. Con la llegada de la democracia coronada se centrará sobre todo en misiones pedagógicas y divulgativas por medio de charlas, conferencias, artículos y proyectos de índole cultural, actitud siempre dirigida a despertar el sentimiento de independencia en las personas y estimular espacios de debate que interroguen a los poderes hegemónicos. En la mejor tradición ilustrada de aquellos hombres y mujeres del movimiento libertario que hicieron de la coherencia entre la palabra y la vida, el hacer y el decir,  un imperativo ético.

Pero quizás, y ese es a mi modo de ver el mayor mérito de “Revolución o colapso” frente a otros libros de Alberola, lo sustantivo del relato que nos ocupa es que nos permite visibilizar la evolución ideológica del protagonista, y comprobar su capacidad de adaptación a la realidad circundante, sin declinar en su compromiso solidario internacionalista. Una cualidad que suele escasear en quienes, tras formar parte de la historia, se atrincheran en la infalibilidad por temor a que, al repensar “los principios” a la luz de las nuevas identidades, se desmorone el mundo que los habitaba. Por el contrario, un repaso a esa agenda de las ideas intercalada en su último trabajo, nos devuelve la imagen de un revolucionario malgre lui que nunca estuvo al margen de las prioridades de su tiempo. Y ello, alejado de oportunismos, renuncias o conformismos. Su capacidad crítica y el grado de entrega, generosa y orgullosa, atendían lo mismo a reivindicar la figura de Cipriano Mera (como hizo en 1979 en un artículo de la revista Historia Libertaria) que, ya en la actualidad y en otros territorios ideológicos, a enfrentarse con la beatería de la izquierda para denunciar el “mito de la Revolución cubana” con ocasión de la muerte de Fidel Castro  (Rivista Anarchica, febrero 2017). Con la autoridad que le daba haber sido compañero del legendario cenetista en el proscenio de Defensa Interior (DI), en un caso, y, en otro, de haber colaborado estrechamente “con el grupo de exiliados cubanos que  preparó la expedición del Gramma y organizó el apoyo a la lucha contra la dictadura de Batista”.

En este sentido, llama la atención que ya en 1953 Alberola fijara posición dialéctica en una colaboración publicada en Regeneración, órgano de la Federación Anarquista Mexicana, fundada por los hermanos Flores Magón. “Lo nuestro –escribió entonces- no es eterno y mucho menos insuperable. Nuestros ideales pueden ser renovados, ampliados o modificados, sin menoscabo de su valor ético y libertario”. Una temprana declaración de intenciones que habría dejar huella en el ámbito de la lucha militante emprendida por Octavio Alberola. No se trataba solo de “reinventar el anarquismo”, sino de que esa actualización necesaria no se quedara en una mera formulación. Como argumentara en el número de junio-julio de 1987 de Presencia Libertaria, publicación animada por un grupo de militantes anarcosindicalistas enfrentados “a la burocratización e inmovilismo de la CNT y del MLE”, “este reinventar el anarquismo, llevado a sus últimas consecuencias, implica también reinventar la revolución”.

Con esas premisas, parece lógico que, sin aún renegar de la violencia revolucionaria en defensa de los oprimidos, Alberola se abriera enseguida a otros registros del acervo libertario. Lo hace expresamente en 1979 a través de un escrito en la revista el Viejo Topo, donde tras admitir que la ideología anarquista no es el sumun del pensamiento  antiautoritario afirma: “el cuestionamiento más radical del orden proviene actualmente de individualidades y grupos independientes, generalmente marginados de la vida apolítica y sindical, que cuestionan la ideología en tanto que tal y que, en consecuencia, rechazan la sistematización de la libertad erigida en doctrina”. Estamos en un momento de catarsis en el imaginario de Octavio Alberola, que por un lado incide en las enseñanzas de Mayo del 68 francés, que él no pudo “disfrutar” por hallarse en prisión, y por otro anticipa la formulación central de lo que serían años más tarde las principales señas de identidad del movimiento del 15 M español. Precisamente en este periodo se acerca también a una especulación política sobre la democracia, que luego no ha tenido continuidad visible en su perspectiva intelectual, en una comunicación compartida con Fernando Aguirre con el título “más allá de la democracia: la demoa/cracia” (un concepto, DemoAcracia, sobre el que, sin yo conocer este precedente, vengo indagando desde hace años como desarrollo estructural del anarquismo).

El Octavio Alberola del presente, el que deja su impronta contestaría y subversiva en algunas de las principales webs alternativas, es alguien capaz de rectificarse en retrospectiva. Hasta el punto de plantearse, con el último Michel Foucault, si “el problema hoy no es saber si la revolución es aún posible sino si aún es deseable.  Al menos como ha sido concebida y considerada hasta el día de hoy”. Con esa percepción sobre sus hombros alumbra una nueva etapa en su impugnación del capitalismo y el poder para “oponerles  una nueva praxis consecuente fundada en valores y relaciones éticas y ecológicas”. Ni más ni menos que el enunciado de su testimonio: “revolución o colapso”.

Ignoro si ese proceder hay que etiquetarlo de pos-anarquismo, aunque el término me sugiere superación y desapego. Sin caer en el coleccionismo de antigüedades, si recuerdo que este afán de ecosistema integral no es original. Acompañó las inquietudes de muchos pioneros de la Idea.  Como el gran geógrafo Eliseo Reclus, al decir que su intención al escribir El Hombre y la Tierra era mostrar que “las maneras de obrar de los pueblos se explicasen, de causa a efecto, por su armonía con la evolución del Planeta”.

(Nota. Este artículo se ha publicado en el número de Mayo de Rojo y Negro).


Fuente: Rafael Cid