El filósofo, moralista y recientemente político “amateur” Fernando Savater ha irrumpido, en el debate sobre el Auto del Juez Baltasar Garzón, con un artículo publicado este lunes último (3-11-2008) en el diario El País, en el que acusa a Garzón de desbarrar y se pregunta si no estamos asistiendo al final de la “cordura institucional” que permitió la transición de la Dictadura a la Democracia.
Esa Transición que, “con todos los altibajos que se quiera …dio notables frutos de prosperidad y regeneración de nuestra vida en común”.
Para Savater, inspirándose en un librito del psicólogo Paul Watzlawick (Lo malo de lo bueno), es necesario denunciar la tendencia a dar, a los problemas y los conflictos, “soluciones que no sólo eliminan el problema sino también todo lo que está relacionado con él”. Y para hacérnoslo más comprensible lo ilustra con el chiste que dice : “la operación ha sido un éxito, el paciente ha muerto”. Y, por si no lo hemos comprendido, Savater agrega que el mecanismo de esas soluciones “suele consistir en aplicar doble dosis de un remedio para duplicar su eficacia, desconociendo que medir la dosis forma parte también del remedio mismo : una aspirina puede aliviar nuestra jaqueca, pero kilo y medio de aspirinas no nos librará para siempre de los dolores de cabeza, sino que nos producirá úlcera de estómago…”
Aplicando esta reflexión a la Transición, Savater concluye (ahora, porque en aquellas circunstancias no pensaba lo mismo) que podría decirse que la prudente advertencia de Watzlawick “iluminó retroactivamente a los políticos y ciudadanos en aquel trance”, porque “el comentado éxito de la transición estribó precisamente” en que “los remedios que tácita o explícitamente se convinieron tuvieron cuenta de la dosis y no se excedieron en ella, en contra de lo que algunos (entre los que, ay, debo incluirme) pedían con perentoriedad maximalista”.
O sea que para el Savater de 2008, la Transición “fue toda una lección de cordura colectiva”, porque “se procuró dar cauce a la ética de las consecuencias más que a la de los principios”. Dicho más clara y cínicamente : se renunció a la justicia para hacer posible esta Democracia. Y ello fue así porque obviamente “pesó en aquella opción el miedo a poderes fácticos militares y civiles todavía vigentes”. De ahí que Savater crea y afirme “que se hizo bien” porque el miedo a los poderes fácticos estaba fundamentado, y que por eso insista capciosamente : “¿Hubiera sido aconsejable azuzarlos en un sentido u otro hasta que pudieran desbocarse por instinto de conservación ?”
Así pues, para él, se hizo bien en optar “prudentemente por cambiar el país” y en no intentar “cambiar fieramente de país..” Y, en apoyo de esta conclusión enumera, “con sus aciertos y errores”, las medidas que la Transición permitió que se tomaran “en los terrenos políticamente más escabrosos, como las nacionalidades, las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el Ejército y las fuerzas de seguridad, la pluralidad sin restricciones de partidos o la condonación de responsabilidades por los desafueros cometidos durante la dictadura (incluidos los actos de subversión terrorista)”. Además de que “salieron de la cárcel los presos, volvieron los exiliados que así lo desearon, se repuso en sus cátedras a profesores represaliados, se modificó la legislación en cuestiones de buenas costumbres y orden público, etcétera.”
Savater reconoce que este balance es “probablemente insuficiente” para “remediar los más señeros atropellos sociales y personales cometidos en el pasado inmediato” ; pero, para él, los “aspectos menos satisfactorios se deben precisamente al esfuerzo por calmar resabios y dar cauce moderador al radicalismo, a fin de recabar complicidad con la democracia incluso de aquellos que -partidarios del antiguo régimen o antifranquistas- mayor rechazo mostraban ante ella”. Es decir : que gracias a esta “cordura institucional” se consiguió esta Democracia. Una Democracia que nos ha permitido, “con todos los altibajos que se quiera y bajo la amenaza persistente del terrorismo y del golpismo (que funcionaron en más de una ocasión mancomunados)” alcanzar “notables frutos de prosperidad” y de “regeneración de nuestra vida en común”.
¿De prosperidad para todos ? Y de ¿qué regeneración habla Savater ?, cuando se ve obligado a reconocer que “volvemos por donde salíamos”, que “ya no basta que las creencias y prácticas religiosas sean respetadas en su ámbito propio igual que también en sus manifestaciones públicas, aunque siempre a título privado. Ahora se nos exige como necesario que la Iglesia mantenga intactos todos sus privilegios teocráticos de la época pasada y que incluso pueda decidir qué tipo de valores cívicos deben ser enseñados en la escuela, so pena de sublevar a la feligresía clamando contra la persecución religiosa”.
Entonces, en qué quedamos : ¿hay “retroceso” o el avance fue sólo un espejismo ? ¿Para qué sirvió la “complicidad con la democracia” de los partidarios del antiguo régimen si treinta años después aún siguen oponiéndose a que “quienes buscan los restos de sus seres queridos ejecutados” puedan “darles digna sepultura”. Y no se diga de su oposición a que se anulen las sentencias que la Dictadura impuso a los que luchaban por recuperar las libertades que hoy son constitucionales.
El autor de “Ética para Amador” afirma, con razón, que “no tiene pies ni cabeza” querer “zanjar el debate histórico con sentencias judiciales” ; pero Savater “desbarra por completo”, y precisamente en el terreno de la ética, al considerar que se hizo bien en “dar cauce a la ética de las consecuencias más que a la de los principios” para obviar este debate. Efectivamente, se renunció entonces a la justicia por temor a las consecuencias ; pero, ¿hasta cuándo deberemos renunciar a ella y con qué cara diremos a las nuevas generaciones que luchen por ella ? Además, Savater “desbarra por completo” cuando confunde el reclamar la rehabilitación de los que sufrieron la represión durante los cuarenta años de la dictadura franquista con pretender “imponer a posteriori la salomónica justicia que no se hizo en su día”. Y también cuando afirma que no se busca “ya desenterrar los muertos de la Guerra Civil, sino desenterrar a la propia Guerra Civil para que ahora por fin ganen los buenos”. ¡Acaso los herederos del franquismo no se han convertido ya en demócratas ! Y desbarra porque él sabe muy bien en lo que quedará el auto de Garzón y todo este ruidal mediático ; pues él mismo se asombra de que “bastantes, pese a dudar mucho de la viabilidad jurídica del asunto (¿qué responsabilidades penales van a pedirse, y a quién, si el franquismo es declarado culpable ? ¿guillotinaremos al Rey, establecido en el trono por el dictador ?) y secretamente convencidos de que todo se quedará en agua de borrajas, traten de vendernos el encanto simbólico de todo este asunto”. ¡Sí, en agua de borrajas, porque ni el propio Garzón quiere ir muy lejos !
Efectivamente, “no tiene pies ni cabeza tratar de zanjar un debate histórico con sentencias judiciales ni combatir a los historiadores falsarios desde un tribunal” ; pero tampoco se zanja con el olvido. Además de que es impropio de un moralista predicarlo : “me gustaría ver irse también al olvido a los unos y los otros, como diría don Miguel, a quienes no olvidan porque su memoria viene de la ideología y no de la experiencia”.
En verdad, más que impropio, es vergonzoso ver a Savater defendiendo el olvido con la excusa de que la buena memoria es la que proviene de la experiencia… Pero ¿de dónde sale la experiencia sino del conocimiento del pasado ? ¡Qué paradoja, un moralista justificando una memoria consciente e interesadamente selectiva ! Sí, es vergonzoso verlo defender una ética pragmática, realista en la España actual :“la de la crisis, el paro y la hostilidad centrífuga”. No olvidar, porque la memoria viene de la ideología, es siempre nefasto ; pero “el peor cáncer de la España actual” es la ideología de la praxis, la ética del acomodamiento a la realidad política, social y cultural de la sociedad capitalista de consumo que impera hoy en España y en el mundo.
Octavio Alberola
Fuente: Octavio Alberola