Artículo publicado en Rojo y Negro nº 393, octubre 2024

El título de este artículo afirma que la esperanza de vida es diferente según el barrio en el que vivimos. Ya hemos escrito con esta perspectiva y desde diferentes puntos de vista en ocasiones anteriores. Hacemos hincapié en ello porque los datos circulantes así lo confirman: «Un habitante de Boadilla del Monte tiene una esperanza de vida de 86,1 años, mientras que uno de Parla vive en promedio 82,5 años». Si se comparan dichas esperanzas de vida entre los pueblos del norte de la Comunidad de Madrid y los de sur, salen perdiendo estos últimos.

Es obvio que hablamos de desigualdad social y de precariedad: vivimos menos porque vivimos peor. Hablamos de la calidad objetiva y subjetiva de vida, eso que llamamos felicidad. El grado de felicidad de los habitantes de los pueblos del norte de la CAM está directamente relacionado con factores como el entorno natural, la renta y los servicios públicos de que disponen. Madrid, según el CIS, tiene una puntuación de felicidad de 7,28 sobre 10. Estos datos son globales, no los poseemos pueblo a pueblo. No obstante, el tema de las diferencias en esperanza de vida nos da pistas de por dónde pueden ir esas cifras, de encontrarse. Se puede hipotetizar que en las áreas geográficas de cualquier punto de España en las que los niveles de ingresos son mayores, así como la calidad de sus servicios, la felicidad aumenta. En el caso de Madrid, comparados los pueblos del norte y el sur, el norte gana. ¿Por qué?
Las principales causas de la diferencia en la esperanza de vida entre el norte y el sur de Madrid se deben a factores que están íntimamente relacionados:
– Desigualdad económica: los municipios del sur tienen rentas anuales más bajas que los del norte. Esto afecta al acceso a recursos y servicios esenciales como la salud y la educación.
– Condiciones laborales: el sur tiene tasas de empleo más bajas, trabajos menos estables y precarios, lo que correlaciona con problemas de salud a medio y largo plazo.
– Sanidad: los servicios de salud varían tanto en lo que se refiere a instalaciones como en el acceso a dichos servicios médicos.
– La calidad medioambiental no es la misma en el norte que en el sur. En el sur hay mayor densidad de población y mucha más contaminación debido a la concentración industrial.
– Las áreas más prósperas suelen tener más opciones para una vida saludable.
Vivimos peor porque estamos segregados y confinados en lugares que carecen de recursos que garanticen la igualdad de oportunidades. Hablamos de capitalismo, desde luego. Este sistema siempre ha generado guetos bajo diferentes formas de presentación. A pesar de que hoy en día la mayor parte de la clase obrera no se defina como tal y utilice el calificativo de clase media, lo cierto es que si la renta no nos acompaña, pasamos a ocupar el puesto que las relaciones de dominación capitalista nos ha asignado, nos guste o no. No soportamos estas condiciones de vida por arte de magia, sino porque formamos parte de la clase explotada a la que se ningunea derechos fundamentales, entre otras cosas porque ni los exigimos ni los defendemos cuando ya los tenemos.
El afrontamiento de esta situación en la que se cuestiona nuestro tiempo de vida, algo que desde luego no es nuevo ni nos sorprende, posee dos enfoques, uno reformista y otro ciertamente revolucionario. ¿Qué exigiría el enfoque reformista? Políticas públicas dirigidas a reducir las desigualdades sociales, aumentar las inversiones en servicios públicos y programas que palíen las deficiencias antes mencionadas: invertir en salud, algo que está prácticamente abandonado a nivel público, al menos en atención primaria, aumento del personal sanitario y las infraestructuras asistenciales; políticas de vivienda social asequible, fundamentalmente en alquiler; reparto del empleo; programas que apoyen a las familias de bajos ingresos. Estas medidas podrían ser paliativas a corto y medio plazo del mal que vivimos. Ahora bien, la pregunta que nos hacemos es ¿por qué las autoridades públicas van a hacer todo esto si nadie lo está exigiendo? Tenemos un problema de deficiencia en calidad de vida y también un grave problema de deficiencia en nuestra capacidad de lucha que supone una rémora a la hora de conseguir mejoras por pequeñas que sean. Lo propuesto es un enfoque posibilista, pero existe otro, el fundamentado en la solidaridad, el apoyo mutuo y la autoorganización de la clase.
Conocemos cuáles son nuestras necesidades básicas y las consecuencias que su déficit genera en nuestras vidas. A partir de ahí, definido el problema, el siguiente paso es buscar soluciones. No hay transformación sin acción. En los pueblos del sur la sociedad civil debería organizarse al margen de la clase política, de las instituciones y, tras realizar un inventario de recursos propios, planificar acciones a corto, medio y largo plazo. Partimos del principio de que lo «queremos todo», si bien somos pacientes y aplicaremos la táctica más conveniente en cada momento según nuestras fuerzas. Son compatibles las reivindicaciones reformistas, como exigir a las autoridades que nos devuelvan lo que nos quitan, tanto en el trabajo como vía impuestos: no pedimos, exigimos lo que es nuestro. Pero además, nos autoorganizamos porque sabemos que cualquier derecho que consigamos hay que mantenerlo en el tiempo y esas mismas autoridades aprovecharán cualquier oportunidad o signo de debilidad por nuestra parte para sustraérnoslo, ese ha sido su quehacer histórico. Los derechos se defienden si no se quieren perder. Desde abajo debemos construir esa sociedad que queremos para el futuro, lucharemos sin tregua pero también levantaremos alternativas próximas de salud, de empleo, de ocio, medioambientales, culturales… Lo haremos desde nuestros intereses, sin cejar en nuestro empeño. Queremos autogestionar la educación, la sanidad, la vida social y cultural de nuestros pueblos. Esa es nuestra visión. Tenemos que ponernos en marcha. Nos va la vida en ello.

Ángel E. Lejarriaga


Fuente: Rojo y Negro