Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico
Muchos años de manifestaciones, mucho tiempo de ejercer el derecho a expresarse públicamente y sin embargo no aumenta el número de personas que se manifiestan o se expresan públicamente. ¿Por qué? Parece evidente que bastantes aspectos del diario discurrir de los días precisan mejoras. Las personas viven diariamente situaciones que entienden deben cambiarse y es muy frecuente que en las conversaciones surjan “quejas” sobre el trato recibido o las gestiones inútiles que se requieren o sobre los servicios que se reciben… Y sin embargo cuando un grupo de ellas propone exponer públicamente esa “queja”, reclamar lo que se siente como un derecho, o manifestar las aspiraciones a conseguirlo, pocas personas de las decenas o cientos de miles afectadas se suman a la “protesta”.
La racionalidad caracteriza a los seres humanos y por ello no parece que se califique esta no-asistencia como un capricho, apatía, dejadez… Por ello merece la pena dedicarse a pensar sobre el por qué esto ocurre. ¿Falta de conciencia? Normalmente se utiliza el término “conciencia” que parece claro, sencillo, contundente… Pero precisamente este concepto en nuestra lengua es laberintico. Hasta a la RAE (Real Academia Española) le cuesta acotarlo: conciencia Del latin. consciente, y este calco del griego. συνείδησις syneídēsis. Hasta seis acepciones y algunas de ellas contradictorias. ¿Será que la conciencia también lo es? Cuatro de ellas, se relacionan con “conocimiento”: Del bien y del mal. Conocimiento espontáneo y más o menos vago de una realidad. Conocimiento claro y reflexivo de la realidad. Re-conocimiento de la realidad. Las otras tres se relacionan con sentirse presente o tener sentido moral.
Para que una persona actúe sumándose a alguna manifestación pública debe sentirse vinculada a ella. El conocer importa naturalmente, pero no parece suficiente. Además de conocer hay que experimentar, hay que sentir, la necesidad de hacer algo, hay que tener “interés” propio en lo que se reclama. Además eso que se tendría que hacer debe ser “útil”, debe de servir para algo. Y además, en un número nada despreciables de casos, debe vencerse el antaño llamado “respeto humano”, una especie de miedo a hacer el ridículo. Salir del anonimato cuesta bastante y a algunas personas les cuesta un “montón”.
No es fácil que las personas se animen a manifestarse públicamente y quienes sienten la necesidad de hacerlo deben asumir que hay que dedicar tiempo, desarrollar acciones, tejer redes, consolidar asociaciones… que permitan conseguir que un número significativo de personas se manifiesten. No vale un simple “llamamiento” para que el personal se movilice. Si las personas no se agrupan socialmente para gestionar los asuntos que colectivamente les preocupan ¿Cómo van a salir a las calles para manifestarse?
Por todo ello cuando desde quienes se manifiestan invitan a participar a las personas transeúntes, espectadoras de ocasión con aquello de: No nos mires ¡Únete! Muestran no haber entendido que la misma invitación manifiesta el fracaso de la convocatoria. Porque si todo es tan claro, si es tan evidente, es tan justo, lo que se reclama ¿Por qué no están manifestándose todas las personas afectadas? Poco hay de nuevo en el campo de la movilización social, después de siglos de manifestaciones, siempre de los más débiles, de los más pobres. Sin embargo sorprende la “ingenuidad” con que quienes se aprestan a “mover las conciencias” actúan, cayendo una vez tras otra, en un “adanismo” impropio de seres inteligentes. Por la senda del activismo social han transitado decenas de miles personas, algunas de ellas han conseguido depurar lo que aprendieron a lo largo de su vida militante. Un ejemplo de ellas Saúl Alinsky (1909-1972), estadounidense que estimuló la creación de numerosos grupos comunitarios y ciudadanos activistas, resumiendo una buena parte de su experiencia como activista en un manual titulado Reglas para radicales (1971), fácilmente accesible en internet. Otro ejemplo, esta vez hispano, Juan Díaz del Moral (1870-1949) que en 1929 publica un análisis de la conflictividad social en la provincia de Córdoba entre mediados del siglo XIX y principios del XX, titulado Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Si se desea ir más allá de convocatorias fallidas y ¿desmovilizadoras?, conviene que quienes convocan primero conozcan, tomen conciencia, de lo complejo de movilizar a la ciudadanía (reglas Alinsky) sobre todo cuando el convencimiento no parte de necesidades extremas (Díaz del Moral). Y en esto de comprender para transformar viene bien aquello de: No mires ¡Únete!
Fuente: Rafael Fenoy Rico