Oh, Dios, te lo ruego, Toco tus pies una y otra vez, En mi próximo alumbramiento no me des una hija, Dame en su lugar el infierno… (canción popular india)
Oh, Dios, te lo ruego, Toco tus pies una y otra vez, En mi próximo alumbramiento no me des una hija, Dame en su lugar el infierno… (canción popular india)
Rasamma alza la mano, quiebra el tallo con gesto rápido y frota en el suelo el líquido lechoso que gotea del racimo de flores blancas. «Con la madera del tronco del arbusto hacemos estatuillas de Ganapati [dios de la sabiduría] ; con las flores, ofrendas para espantar malos espíritus, y con la savia… La savia es utilizada aún, a veces, para matar a los recién nacidos cuando son niñas», asegura esta mujer de pelo cano y ojos oscuros que no sabe su edad.
Cuando Rosamma menciona el nombre de la planta venenosa -erukkam, en lengua tamil- y explica su uso, lo hace con toda naturalidad, pero habla rápido y se mueve con agilidad sobre sus pies descalzos a pesar de que debe de superar los 60 años. «Matar al bebé cuando está en el vientre es más peligroso para la madre, por ello se espera a que haya nacido
[y entonces se le da la savia mezclada con leche]. Es tarea de las mujeres más ancianas».
Rasamma vive en Kandarkulamanickam, un poblado situado a 30 kilómetros de Salem, la capital del distrito del mismo nombre, en el Estado indio sureño de Tamil Nadu. Los alrededor de 300 vecinos de esta aldea rodeada de plantaciones de cocoteros se dedican a la agricultura y a la fabricación de tejidos. Muchas de sus casas son chozas de hojas de palmera y suelo de tierra.
El Estado de Tamil Nadu y, en particular, el distrito de Salem son notorios por los infanticidios de niñas -ilegales, pero apenas perseguidos-, y un claro exponente del desequilibrio demográfico entre hombres y mujeres que sufre Asia. El problema es desde hace años objeto de atención por parte de los Gobiernos y organismos internacionales, que, sin embargo, han visto cómo sus logros en la reducción de los infanticidios -practicados desde hace siglos- han sido contrarrestados por el alza, en las dos últimas décadas, de los abortos selectivos de niñas.
A miles de kilómetros de distancia, en una aldea del centro de China llamada Unidad de producción número 3 del pueblo número 10 de la municipalidad de Er Long (Dos Dragones), en la provincia de Sichuan, Liu Guiqing, de 56 años, señala un cubo de plástico, utilizado para la orina. «Antes eran de madera. En él ahogaban las matronas a las niñas nada más nacer. Era algo muy común a finales de los años setenta y principios de los ochenta, porque las familias preferían, y siguen prefiriendo, tener un varón. En el campo, es muy importante para trabajar la tierra, para conservar el apellido, y porque cuando los padres envejecen dependen de los hijos, no de las hijas, que pasan a formar parte de la familia del marido», afirma esta mujer de sonrisa transparente.
Unidad de producción número 3 -nombre heredado de la época maoísta- es una aglomeración de medio centenar de casas de cemento, adobe y teja negra, repartidas entre arrozales y cultivos en bancales arrancados a las colinas. Los penachos de bambú salpican esta región de lluvias y brumas frecuentes, bañada por el río Luo Xin, un tributario del Changjiang. Como en el resto del país, especialmente en las zonas rurales, las familias otorgan aquí suma importancia a lograr un descendiente varón, lo que ha multiplicado el recurso a la interrupción prematura del embarazo desde que, a partir de los años ochenta, comenzaron a popularizarse los equipos de ultrasonidos y otros métodos de identificación del sexo, como la amniocentesis.
«Por razones biológicas, los niños y los hombres tienen una tasa de mortalidad superior a la de las niñas y las mujeres a lo largo de la vida. Esto hace que en la mayoría de los países haya más mujeres que hombres. Sin embargo, ocurre que en una veintena de países el porcentaje de varones es superior», explica Siri Tellier, directora del Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU) en Pekín.En todo el mundo existen 40 millones más de hombres que de mujeres, según la misma fuente.
La razón del desequilibrio en Asia, según Tellier, es que «en estos países muchas familias matan a las niñas al nacer, las descuidan y no les dan la misma atención sanitaria que a los niños». «Pero la diferencia se debe, principalmente, a que el número de abortos selectivos se ha disparado por el fácil acceso a los equipos de ultrasonidos», afirma.
El ratio normal de nacimientos en todo el mundo es de 103 a 107 niños por cada 100 niñas, pero en China ha pasado de 108 en 1982 a 117 en 2000.
La diferencia demográfica ha causado alarma entre los expertos, que han advertido sobre las graves consecuencias sociales si la tendencia continúa : incremento del tráfico de mujeres y de la prostitución, y migraciones masivas de jóvenes incapaces de encontrar pareja.
La última advertencia ha saltado en India, tras la publicación el pasado enero de un estudio en la revista médica británica The Lancet, que estima que en los últimos 20 años se han realizado alrededor de 10 millones de abortos de niñas en el país, a pesar de que la comunicación del sexo durante los exámenes médicos y la interrupción del embarazo por razones de género son ilegales desde 1994. «Estimamos de forma conservadora que esta práctica supone que no hayan nacido del orden de medio millón [otros expertos estiman la cifra en 300.000] de niñas al año», explica Prabhat Jha, investigador en la Universidad de Toronto y uno de los autores del estudio. «El uso de equipos de ultrasonidos es bastante común en India, especialmente entre las clases más educadas. Y las leyes no se aplican con rigor», señala.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas advirtió el pasado octubre en un informe que los abortos selectivos y los infanticidios están conduciendo a India a un desequilibrio de género de alarmantes consecuencias sociales.
La razón, aseguran activistas y expertos, es la profunda discriminación que sufren las mujeres en estas sociedades patriarcales. En China, son los hombres los garantes del apellido familiar y el sustento de los padres en la vejez. Para las parejas, tener un hijo varón es a menudo una cuestión de supervivencia, ya que el país carece de seguridad social y un sistema de pensiones generalizado. Además, la influencia confuciana otorga un papel dominante a los hombres en los ritos familiares.
En India, la transmisión del apellido no es un motivo para preferir hijos, ya que éste no se hereda ; pero sí lo es el apoyo en la vejez, que corre también a cargo de los varones, ya que las mujeres pasan a vivir con la familia de su marido. Sin embargo, el principal factor por el que los matrimonios prefieren hijos es que las niñas son consideradas una pesada carga económica para los padres, a causa de la dote que deben pagar a la familia del futuro esposo. «La dote depende del nivel económico del hombre, pero incluye desde dinero a joyas, coches, tierras o viviendas, y no asciende a menos de 50.000 rupias (945 euros)», explica Lediya Selvapriya, una profesora universitaria, de 25 años, de Salem.
Selvapriya, vestida con un sari naranja, habla mientras parece debatirse entre el respeto a la tradición y el deseo de independencia. «Los matrimonios aquí, como en casi toda India, son fijados por los padres. Normalmente, las dos familias contactan a través de un intermediario. Se analizan la situación económica de los dos jóvenes, su educación, y se consultan sus horóscopos en el templo. Si todo encaja, se reúnen las familias sin los hijos. Éstos sólo se conocen una vez que el matrimonio ha sido concertado, y muchas veces no se ven hasta el día de la boda», explica. «La mayoría de las parejas aprenden a amarse después, porque tienen que permanecer juntos. El divorcio está muy mal visto. Si la relación no funciona, la mujer debe aguantar ocurra lo que ocurra. Porque, una vez casada, no puede volver con su padre. Aquí la mayoría de la gente es hindú, pero ocurre lo mismo con las otras religiones». Aunque la práctica de los matrimonios concertados se ha suavizado en las grandes ciudades, sigue siendo común por todo el país.
El pago de la dote marca profundamente las relaciones en esta zona de India. Los habitantes de Kandarkulamanickam son un buen ejemplo. «Mi familia es muy pobre, así que yo me casé con el hermano de mi cuñada, y no hubo que pagar nada. Fue un intercambio», afirma Jayakodi, de 30 años, sentada a la puerta de su cabaña. Jayakodi, madre de una niña de ocho años y un niño de 10, luce dos pares de pendientes, una gargantilla y varias pulseras de color oro, ornamentos corrientes incluso entre las mujeres más pobres. «Yo me casé a los 19 años con mi tío materno. Todo quedó en la familia», añade Dhanabakyan, de 23 años, que tiene dos niñas y un niño.
En muchos países asiáticos, para ser plenamente aceptada por la familia del marido, la mujer debe tener un hijo. «Sufren una gran presión para que se hagan las pruebas y aborten si esperan una niña. Muchas no quieren y llegan llorando», asegura Rashmi Rao, de 39 años, ginecóloga en una clínica privada de Salem. «Cuando quieren interrumpir el embarazo, no dicen la verdadera razón, sino que ’no es el momento adecuado’ o que tienen problemas en casa», señala. En los municipios de la zona, hay carteles con la siguiente inscripción : «Paga 500 rupias ahora
[9,4 euros, el precio de una prueba de sexo del feto], y ahorra 50.000 en el futuro».
En India, incluso algunas clínicas privadas que carecen de camas practican abortos. Los doctores administran algunas drogas e inyecciones a las mujeres, que actúan tras varias horas, y les piden que se vayan a casa. Las parteras en los poblados también efectúan intervenciones.
Según Tellier, la directora de FPNU en Pekín, en China se producen cada año entre 300.000 y 700.000 abortos selectivos ; algo imposible de saber, puesto que el Gobierno no publica datos. Muchas niñas no son registradas al nacer y otras mueren en los primeros días. «Durante un estudio realizado en la provincia de Anhui a partir del año 2000, vimos que en algunos condados el ratio era de 150 niños por cada niña. Aunque las pruebas de detección y los abortos selectivos son una práctica ilegal, en China una cosa es la ley y otra la realidad», afirma Wu Zhuochun, profesor en la Escuela de Salud Pública de la Universidad Fudan, en Shanghai. «No encontramos ni un solo caso en el que alguien hubiera sido castigado por revelar el sexo. El Gobierno ha intensificado los controles los dos últimos años, pero es muy difícil de perseguir. Hay muchos equipos móviles».
Wu estima que alrededor del 10% de la diferencia del número entre niños y de niñas en China se debe a infanticidios, directos o indirectos. «En conversaciones informales, algunos doctores de Anhui reconocieron que hay mujeres que dejan morir al bebé por falta de cuidados. Muchas niñas sanas al nacer fallecen en los seis primeros días de vida».
No obstante, la práctica más habitual, cuando una pareja no desea a una hija, es entregarla a otra familia o abandonarla para que se hagan cargo de ella las autoridades. Miles son adoptadas cada año por familias extranjeras. «Yo he tenido mala suerte. Tengo dos niñas, una de 10 años y otra de cinco. Sabía que seríamos multados por el segundo hijo, ya que en esta zona de Sichuan sólo se puede tener uno, pero aun así lo intentamos, y fue niña también», explica Chen Biquan, de 37 años, entre los aperos de labranza, en su casa de la aldea de Sichuan.
En China, los matrimonios sólo pueden tener un hijo en las ciudades ; dos, en la mayoría de las zonas rurales si el primero es niña -lo que supone una aprobación implícita de la discriminación femenina por parte del Estado-, y más en el caso de las minorías étnicas.
Pero la que Chen dice que es su segunda hija, en realidad, es la tercera. La segunda la abandonaron «porque nació entre las once y las doce de la noche. Ésta es la peor hora del día, y tras consultar el horóscopo con el adivino, tomamos la decisión. Sólo nos habría traído desgracias. Había oído el caso de un bebé que nació a esa hora, y a los 40 días su padre murió. Estaba aterrorizada. Mi marido no quería, pero le convencí. Así que la vestimos con ropa nueva, y mi marido se la llevó en la bicicleta y la dejó delante de una casa, donde la encontró un hombre. Tenía 20 días». ¿La habrían abandonado si hubiera sido un niño ? «Sí, porque habría sido peor. Una niña sólo puede dañar a sus padres, un niño, al mundo entero».
Chen asegura que hacerse la prueba para conocer el sexo del feto cuesta 60 yuanes (seis euros), el equivalente al 10% de los ingresos mensuales familiares. Su marido trabaja como albañil, y, además, cultivan arroz y maíz. «Pero necesitas tener contactos en el hospital para que te digan los resultados», afirma mientras las gallinas se pasean por la cocina de suelo de tierra, situada junto a la porqueriza.
Algunas vecinas del pueblo aseguran que se han hecho el diagnóstico en uno de los grandes hospitales públicos de la vecina ciudad de Nanchong ; otras mujeres optan por viajar y abortar en algunas de las muchas clínicas privadas de la provincia de Guangdong, destino habitual de muchos emigrantes de Sichuan.
La prohibición legal de identificar el sexo del feto e interrumpir el embarazo por este motivo no ha logrado acabar con una práctica que se ha convertido en un negocio lucrativo de bajo riesgo. La situación se ha visto agravada en China por la política del hijo único, puesta en práctica en los años ochenta, según coinciden los expertos. «Ha exacerbado el problema, aunque no es la causa principal, como demuestra que se dé también en otros países como Corea del Sur. Se trata, principalmente, de un problema cultural», afirma Wu, el profesor de la Universidad Fudan. En Corea del Sur, la disparidad en el ratio de nacimientos alcanzó su máximo en 1994 (115 niños por cada 100 niñas), para situarse en 110 en el año 2000. En Taiwan se normalizó en 2001, tras haber llegado a 110 en 1991. En Japón, existe una preferencia por las mujeres, aunque no ha originado diferencias demográficas.
Los gobiernos indio y chino han tomado medidas para intentar solucionar el problema. Pekín se ha comprometido a endurecer las leyes y se ha fijado como objetivo poner fin al desequilibrio en 2010. Para ello, potenciará las campañas de promoción de igualdad de los sexos, al tiempo que extiende por todo el país un programa para proporcionar una ayuda económica anual a las familias que han tenido dos hijas, cuando los padres alcanzan la edad de 60 años.
En India, el Gobierno tiene un plan, denominado Bebés de cuna, mediante el cual las mujeres pueden dejar al recién nacido en el hospital. «Además, existe un programa por el que el Gobierno deposita una cantidad de dinero en el banco, para pagar la dote, en el caso de que la familia tenga dos hijas, y no hijos, y la madre se esterilice», afirma la ginecóloga Rashmi Rao.
Según Prabhat, «la solución pasa por hacer cumplir las leyes e identificar los casos de riesgo». Wu añade : «El Gobierno tiene que gastar más en las zonas rurales, establecer un sistema de pensiones y seguros médicos, realizar más campañas de educación, y pensar, quizás, en modificar la política de hijo único».
Sentado en el templo hindú de Sugavaneswara, en el barrio antiguo de Salem, Gayathri Vasudevan, un educador de 56 años, se dispone a dar clases de espiritualidad a un grupo de chicos al atardecer. «En India, para los padres, un hijo significa beneficio ; una hija, sufrimiento y lágrimas. Pero ambos son iguales, tienen el mismo alma», afirma rodeado de grandes estatuas de animales policromadas. En el patio, en medio del olor del aceite de las lámparas, varias mujeres, envueltas en sus saris de vivos colores, oran ante los dioses de piedra negra, cubiertos con guirnaldas amarillas.
Fuente: JOSE REINOSO/EL PAIS