¿Navidad con democracia?¿Qué tendrá que ver un concepto con el otro? La fuerza de una costumbre secular impide observar la Navidad desde otras perspectivas.
Quienes han nacido en una determinada cultura ven con total normalidad los acontecimientos, los eventos, que esa cultura celebra cada equis tiempo. Lo anti-natura sería lo contrario. Las relaciones humanas tienden a ritualizarse por principios de economía en los comportamientos esperados. Y, aunque no tienen en ese momento capacidad de análisis suficiente, de esto saben, y mucho, la niñez y pubertad. Niños y niñas ingresan a un mundo adulto poco a poco. Cada día observan como se relacionan las personas mayores que ellos y de esas observaciones extraen conclusiones de cuáles son los comportamientos esperados en sociedad. Deseosos de integrarse, de dejar de ser dependientes absolutos de sus familiares, van aprendiendo las conductas que se valoran positivamente en los rituales a los que en compañía de sus mayores asisten: Visitas al hospital, aunque ocasionalmente está vedada su entrada, y el por qué de esa “prohibición”, llegado el caso. La asistencia de fiestas: Cumpleaños, Bodas, ritos religiosos de distinto signo, en templos o en las calles. Presencia en manifestaciones, mítines, reuniones políticas, sindicales, civiles… En los centros educativos la infancia debe aprender, y rápido, que se espera de su comportamiento. Atendiendo la sonrisa de las maestras y maestros, los para bienes, las felicitaciones. También de sus iguales, especialmente de sus iguales, que en definitiva van recreando las pautas de comportamiento que aprenden en sus casas o en sus calles. Al principio en forma de “juegos” que sin pretenderlo se van instalando en su personalidad y conformando una parte importante de ella, proyectándose desde la juventud y acompañándole toda su vida. Y estos aprendizajes importantes, podría convenirse que esenciales, se realizan mediante las costumbres. Y cuando una persona asume estos esquemas de conducta se le antoja que esa es la única forma de conducirse y que no hacerlo así es reprochable.
¿Pero que ocurre cuando todo un modelo social cambia en profundidad? Es en este momento cuando se fija el foco de la reflexión en la Navidad. Un tiempo especial compuesto de varias semanas que desembocan en el día 24 por la noche, ya que curiosamente siendo el día 25 de diciembre el señalado como festivo, todo parece indicar que eso es así para propiciar, facilitar, los actos familiares que en general tendrán lugar la noche anterior. Los cambios en estas fechas son evidentes, aunque a fuerza de vivirlas cada año pasan inadvertidas las profundas modificaciones que se han ido operando. Cualquiera con más de 60 años y posiblemente con algunos menos, pero no muchos, se acordará del Belén. Y aunque en algunas familias aún persiste la tradición de ponerlo, este se ha ido simplificando de tal forma que con José, María y el bebé, está servido. En buena parte de los hogares apareció el árbol de “navidad”. Luces, cintas, bolas, figuritas colgando de sus ramas… En otros sólo el árbol y en ocasiones cartas, notas con los mejores deseos del mundo… En el ámbito religioso católico- cristiano, ya que la iglesia de Roma no ostenta el monopolio de los actos litúrgicos, la evolución es notable, se nota, se palpa… ¿Dónde han quedado los cortejos familiares por las calles en dirección a las iglesias alrededor de las 12 de la noche para la celebración de la “Misa del Gallo”? ¡Del Gallo!, nomenclatura que parece ser nace en el siglo V de esta era. De hecho la asistencia a esta liturgia ha disminuido en grado sumo, a pesar de adelantar la hora de la celebración al final de la tarde.
El mundo cristiano celebra el nacimiento del niño Jesús. ¿Es ese el sentimiento que embarga al común de las personas en estas fechas? Quienes viven este credo saben que, en general, la sociedad hace tiempo se separo de esas vivencias. Ha quedado en la sociedad el anhelo de hermandad entre los seres humanos. Y persiste el desear paz y amor. Lo de la prosperidad se hace días después, en la “Noche vieja”, cuando el mundo mundial recibe al nuevo año. Esta segunda celebración eclipsa totalmente a la Navidad, aunque las calles de las ciudades sigan engalanadas con adornos y luces navideñas. Y aquí entra el otro concepto “democracia”, que hace referencia al conjunto, a lo que de verdad une, a lo “laico” (Común). Las celebraciones laicas son democráticas en el sentido de que todas las personas están llamadas a participar en ellas. No hay componentes religiosos que distingan a unas personas de otras. No es momento de recordar el artículo constitucional que iguala a quienes viven en este país, siguiendo la carta de los derechos humanos. España, como todo el mundo mundial, se encuentra en constante evolución hacia modelos más democráticos (sin connotaciones políticas), más laicos. Por ello conviene analizar este tiempo navideño desde esa perspectiva y aunque la tradición, llena de afectos, buenos recuerdos y emociones, embargue los sentimientos de las personas, es posible percatarse de que la carga religiosa que atesora va quedando recluida en las comunidades de quienes creen en la buena nueva del nacimiento de un “salvador”. Invitando a vivir un nuevo año en fraternidad con los semejantes. Y porque, entre hermanas y hermanos, lo primero es respetarse, sería muy conveniente que aquellas personas que no comparten esa creencia no tengan que ser sumergidas, si o si, en las liturgias que esa religión profesa. Hay quienes, sintiéndose muy devoto, insiste en imponer al resto de los mortales aquello de “Feliz Navidad”. Estos afean este otro saludo que va generalizándose: “Felices Fiestas”. Otro aspecto a analizar es la colocación de belenes en espacios públicos (escuelas, dependencias municipales, gubernativas, plazas…) que por ser comunes son Laicos ¿Qué intención tiene tal invasión? Que cada cual viva su fe sin pretender imponerla a los otros. ¿Parece fácilmente asumible? No obstante, cuando quienes viven una determinada fe, llegan a la conclusión de que el credo propio es el único que merece ser “creído” y que el resto del personal está, no sólo equivocado, sino que además está en peligro de pecar, surge la tentación de imponer el suyo, ¡el bueno, el único verdadero!, a todo el mundo. Y esa vocación totalitaria casa muy mal con la hermandad que se dice proclamar. La religión durante siglos se ha mal utilizado por poderes oscuros para oprimir a los pueblos. La palabra evangelizar está repleta de imposiciones. Mostrar a otras personas, compartir la fe, siempre que se respete profundamente a las personas, requiere no invadir los espacios laicos (comunes) imponiendo las liturgias de un determinado rito. Precisamente, quienes no comparten las creencias de otras personas, deben respetar que aquellas las profesen. En una sociedad verdaderamente democrática toda creencia debe prosperar siempre que NO pretenda evitar que otras personas puedan discrepar de ella. Totalitarismos evangelizadores son incompatibles con un vivir en democracia que significa considerar: “Que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los seres humanos”
Felices Fiestas.
Fuente: Rafael Fenoy